Domingo vigésimo cuarto del Tiempo Ordinario, Ciclo C
Ex 32, 07-11. 13-14; Sal 50,3-4.12-13:17 y 19;
1 Tm 01, 12-17; Lc 15, 01-31
El amor y la misericordia de Dios para el pecador
Las lecturas de hoy nos presentan la realidad de las relaciones del hombre
con Dios. De parte del hombre aparece su limitación, su tendencia a la infidelidad,
ad dejar a Dios por las creaturas; Dios, en cambio, responde con la misericordia y
el amor, con el perdón y el gozo por encontrar lo que estaba perdido. En fin, la
misericordia de Dios es la idea común de las tres lecturas: en el Evangelio las tres
parábolas son parábolas de la misericordia de Dios; la segunda nos dice que Jesús
vino a salvar a los pecadores; el salma es el salmo del hombre que se arrepiente y
Dios que se complace en su conversión, y en la primera lectura, Dios se vale de la
mediación de Moisés para perdonar al pueblo. Ahora nos detendremos en esta
primera lectura.
Este es uno de los hechos más conmovedores del Antiguo Testamento. Dios
se disgusta porque su pueblo al que tanto ha ayudado se ha dedicado a adorar un
becerro de oro, y quiere decretar su destrucción. Pero Moisés interviene por estos
pecadores y obtiene que el Señor desista del castigo que tenía proyectado. Dios
acepta intercesores en favor de los demás. Y ante las oraciones de sus amigos deja
de enviar muchos castigos que habrían llegado irremediablemente si no hubiera
habido alguien que se dedicara a rezar por los pecadores.
El Papa Pío XII decía que de todos los mensajes de la Virgen en Fátima, el
que más le impresionaba era aquel que dice: "Muchos pecadores se pierden porque
no hay quién rece por ellos". Ojalá cada uno de nosotros sea un Moisés que dedica
buenos tiempos a rezar a Dios por los pecadores, para que respondan a los lazos
del amor de Dios y se conviertan y no cosechen e fruto de su pecado: la muerte y
la perdición. Este será uno de los oficios más provechosos que podamos hacer en
nuestra vida, porque el que salva un alma, salva también la de él…
Pero vayamos al becerro de oro, al que podemos estar adorando también
nosotros. El becerro de oro es un mal de todos los tiempos: fabricarse un becerro y
adorarlo. Para unos su becerro de oro son las riquezas, y ante ellas viven
postrados, adorándolas de día y de noche y concediéndoles más importancia que la
que le conceden a Dios y a la salvación de su alma. Para otros el becerro que
adoran es la pasión sexual, y con tal de darle gusto a sus instintos no les importa
desagradar a Dios y hasta perderse para siempre. Muchos adoran un becerro que
se llama el poder, el poseer, el placer y el parecer, de forma enfermiza, hasta
olvidarse de Dios y del cielo eterno… Su deseo de aparecer y de ser alabados y esti-
mados. Y con tal de darle gusto a su orgullo y a su vanidad, dejan por un lado sus
deberes para con Dios y para con el prójimo. ¿Cuál será el "becerro" que yo estoy
adorando? ¿En verdad no estaré rindiendo culto a ningún "becerro" que me lleve a
apartarme del amor de Dios y del bien de mi alma? ¿Qué conversión estaré nece-
sitando? ¿Ruego por los pobres equivocados que le rinden culto a lo material
concediéndole más importancia que a lo espiritual?
Es emocionante ver el resultado maravilloso que consiguieron las plegarias y
los ruegos de Moisés. Que sepamos orar como Moisés: Señor: Te ruego por todos
los pecadores. Yo soy uno de ellos. Sé muy bien que son muchísimos los que viven
noche y día adorando "becerros de oro", sirviendo a su egoísmo, a su impureza, a
su orgullo, a la violencia... Y Tú Señor te disgustas grandemente por esto y castigas
con justicia semejantes maldades. Pero también sé que Tú perdonas, que escuchas
con benevolencia nuestras súplicas. Por eso te ruego por todos los pecadores del
mundo: "No nos dejes caer en la tentación, y líbranos del mal. O también podemos
orar con el salmo 50, al estilo de Santa Catalina, que lo repetía muchas veces al
día, diciendo: "Oh Dios: crea en mí un corazón puro, y no apartes de mí tu Santo
Espíritu". Nunca dudemos de en acudir a dios, porque "Un corazón humillado y
arrepentido, Dios nunca lo desprecia".
Padre Félix Castro Morales
Fuente: http://parroquiadelasoledad.org/ (Con permiso a homiletica.org)