Domingo vigésimo quinto del Tiempo Ordinario, Ciclo C
Am 8. 4-7; Sal 112,1-2. 4.6. 7-8; 1 Tm 2, 1-8; Lc 16. 1-13
Servir a Dios no a las riquezas
Hace poco, el domingo 21 de agosto, el Evangelio de san Lucas empezaba
con una pregunta: Señor, ¿es verdad que son pocos los que se salvan? (13, 23), y
el domingo pasado dibujaba una imagen de Dios muy interesado en salvar lo que
se había perdido (15, 1-32). El capítulo que hoy iniciamos, enmarcado por dos
parábolas, la del administrador astuto, que hemos escuchado (16, 1-8) y la del
rico y Lázaro (16, 19-31), que oiremos el próximo domingo, nos lleva a descubrir el
fin de los bienes que Dios ha puesto en nuestras manos . Efectivamente, la parábola
de hoy alaba la astucia o la habilidad en el uso de la riqueza y la del domingo
próximo critica al que se excede hasta sumergirse en ella, hasta el olvido de Dios y
del prójimo.
Retomemos la parábola de hoy: El administrador no es alabado ni por el
hecho de malgastar el dinero de un hombre rico, ni por estafarlo al falsificar los
recibos; sólo se le reconoce su actuación acertada: actúa con astucia, ya que ha
descubierto que la amistad de los pobres vale más que la riqueza. Pero ante
nuestra realidad, en la que todos nos quejamos que no nos alcanza el dinero,
¿cómo podemos aplicar el Evangelio de hoy a nuestra vida?
Primero, aclarar que Jesús no está en contra de los bienes, de la riqueza;
Dios todo lo hizo bueno, lo malo es querer poner los dineros en el lugar de Dios, o
para agredir al prójimo. Recordemos la primera lectura del profeta Amós, en su
lucha social, contra los gozaban de un bienestar basado en la explotación de los
pobres (2, 6-8; 4, 1). En efecto, Amós denuncia a todos los que negocian con las
fiestas religiosas, abusando de los pobres, reduciéndolos a la esclavitud (8, 4-6).
En definitiva Amós pone en evidencia a los que tan sólo piensan en hacer negocio,
aunque sea a costa de robar y de explotar. El ansia de dinero los aleja de la
solidaridad y de su compromiso con el Dios de la Alianza, ya que eliminan al otro,
lo esclavizan, a causa del dinero. Los dineros no pueden ser usados, por tanto,
para destruir ni al prójimo, ni a la familia, ni a sí mismo.
En segundo lugar, al dinero no se el puede dar el corazón; Escucha, Israel:
El Señor, nuestro Dios, es solamente uno. Amarás al Señor, tu Dios, con todo el
corazón, con toda el alma, con todas las fuerzas. Las palabras que hoy te digo
quedarán en tu memoria; se las repetirás a tus hijos y hablarás de ellas estando
en casa y yendo de camino, acostado y levantado. Primero buscar a Dios y todo se
nos dará por añadidura; Dios es primero…
Y en tercer lugar, usar los bienes para llegar a Dios, como medios de
salvación; hacer el bien con los dineros tan llenos de injustitas y ganarnos amigos,
que intercedan por nosotros, en el día final.
Jesús quiere que progresemos, que seamos felices hoy y después en la
eternidad; no nos quiere pasivos, pero el camino es caminar de la mano con El, y
en el respeto a la dignidad y a los derechos de n u estros hermanos; nos quiere
solidarios; hombres y mujeres ricos en los bienes que valen a los ojos de Dios.
Padre Félix Castro Morales
Fuente: http://parroquiadelasoledad.org/ (Con permiso a homiletica.org)