Domingo vigésimo séptimo del Tiempo Ordinario, Ciclo C
Hab 1,2-3; 2,2-4; Sal 94,1-2. 6-7. 8-9;
2 Tim 1,6-8.13-14; Lc 17,5-10
Dinamismo de la fe
El evangelio de este día presenta dos temas que a primera vista, parece que no se
relacionan: por un lado, la respuesta a una petición y, por otro, una parábola. Y sin
embargo, mirándolo más atentamente, ambos pasajes tienen un fuerte lazo entre
sí. El primero -respuesta a la petición de los discípulos-, trata de la fe y de todo lo
que puede ésta producir cuando tiene una cierta fuerza; el segundo, presenta esa
eficacia como resultado de un don de Dios. Los apóstoles reciben la fe como un
don, y la eficacia de esta fe no es suya, no tienen en ello ningún mérito, sino que
son deudores de Dios como de un don precioso que se les ha hecho.
La petición de los apóstoles es especial: reconocen tener fe, pero piden que
aumente. Para comprender lo que quieren pedir es necesario situar bien el episodio
en su contexto. Esta vez no enseña Jesús a la gente, sino que conversa con sus
discípulos, y esto demuestra que el tema es especialmente grave e importante.
En san Marcos las enseñanzas de Jesús sobre la fe vienen introducidas por la
higuera que el Señor había maldecido y que los discípulos encuentran seca al día
siguiente. Cristo les habla entonces de una fe que podría trasladar montañas (Mc
11, 23). En san Mateo, la enseñanza de Jesús responde a la pregunta de los
discípulos que no han conseguido expulsar al demonio (Mt 17, 19-20). Más tarde,
en el mismo san Mateo, a propósito de la higuera seca, vuelve otra vez la misma
enseñanza sobre la fe y su dinamismo (Mt 21, 21). Podríamos, por lo tanto,
preguntarnos si la petición de los apóstoles a propósito de la fe no se limita al
deseo de hacer milagros. Pero el relato de Lucas no lo demuestra de ninguna
manera. Es necesario, pues, ver cómo considera la fe san Lucas, tanto en los
Hechos como en su evangelio.
En los Hechos, pone la fe en relación con la adhesión a la palabra. Las expresiones:
“abrazaron la fe”, “aceptar la fe” “hacer acto de fe”, se emplean en relación con la
escucha de la palabra de los apóstoles (Hech 4, 4; 6, 7; 13, 12; 14, 1; 17, 12; 17,
34; 21, 20, etc.). En el evangelio, esta relación se señala con menos frecuencia; sin
embargo, la encontramos con ocasión del relato de la parábola del sembrador (Lc
8, 12-13). Se trata, igualmente, de creer a la persona misma de Jesús, es decir, de
arriesgarlo todo por él, de seguirle (Lc 9, 59.61). No habría, pues, que restringir la
fe, que los apóstoles quisieran ver aumentar en si mismos, al único deseo de poder
realizar milagros; piden también que su fe pueda entender mejor la palabra y
cumplirla y que puedan seguir más perfectamente a Jesús.
Por otra parte, el hecho de que los apóstoles pidan la fe, es importante para la
catequesis de Lucas, porque la fe es un don: hay que pedirla. Porque es Dios quien
“había abierto a los paganos la puerta de la fe” (Hech 14, 27), y vemos al mismo
Jesús orando al Padre por la fe de Pedro (Lc 22, 32). Jesús no responde diciendo
que va a acceder a su deseo, sino que les muestra lo que podrían hacer si tuviesen
una fe mayor.
Sin embargo, la fe sigue siendo siempre un don, y su eficacia es, asimismo, un don
que va ligado a ella. La parábola, en consecuencia, es sencilla: un esclavo no tiene
ningún derecho a esperar recompensa por lo que hace: está ligado a su dueño. De
la misma manera, los apóstoles en relación a Cristo son siervos, y si realizan obras
importantes es precisamente porque el Señor les da la posibilidad de hacerlo; no
tiene, por lo tanto, que mostrar su reconocimiento en nada; si algo hacen lo hacen
por don de El.
El evangelio, pues, nos ofrece la ocasión de repensar la fe que nos anima y la que
nosotros debemos suscitar en los demás. Desde este momento nos vemos invitados
por san Lucas a considerar nuestra fe como un don, y todo lo que podamos llevar a
cabo, como el efecto de un dinamismo divino. Todo cuanto vemos operarse
mediante la Iglesia misionera es don de Dios, y los que trabajan en ello son siervos
que no hacen más que su deber. Semejante reflexión no debería, sin embargo,
sonar demasiado dura. Ya sabemos que san Lucas piensa también en la
recompensa que el Señor dará a quienes hayan trabajado por él: los que hayan
sufrido por él (Lc 6, 23), los que se hayan negado a sí mismos (Lc 14, 14; 18, 30),
todos cuantos sirven al Señor tendrán su recompensa.
Porque él es nuestro Dios, y nosotros su pueblo,
el rebaño que él guía.
Padre Félix Castro Morales
Fuente: http://parroquiadelasoledad.org/ (Con permiso a homiletica.org)