Domingo vigésimo noveno del Tiempo Oedinario, Ciclo C
Ex 17,8-13; Sal 120,1-2. 3-4. 5-6. 7-8;
2 Tim 3,14-4,2; Lucas 18,1-8
Lucas es el evangelista de la oración. Es el que más nos presenta a Jesús orando y
su enseñanza sobre cómo debemos orar. El domingo pasado nos invitaba a orar con
gratitud. Hoy nos propone la parábola de la viuda insistente, para enseñarnos la
perseverancia en la oración.
El ejemplo del AT es muy expresivo. En la batalla contra los enemigos, Moisés
oraba a Dios pidiéndole su ayuda. Mientras él mantenía los brazos elevados, los
israelitas llevaban las de ganar. Si él aflojaba en su oración, sucedía al revés. No es
un gesto mágico. Es un símbolo de que la historia de este pueblo no se puede
entender sin la ayuda de Dios. No nos resulta muy espontánea esta convicción,
porque el hombre de hoy aprecia la eficacia, los medios técnicos, el ingenio y el
trabajo humano, y no parece necesitar de Dios para ir construyendo su mundo.
Pero Jesús nos avisó que el que no edifica sobre la roca de Dios, está edificando en
falso. Y nos dijo: “sin mi no pueden hacer nada”.
El salmo nos invita a remotivar nuestras seguridades: “levanto mis ojos a los
montes: ¿de dónde me vendrá el auxilio? El auxilio me viene del Señor, que hizo el
cielo y la tierra”. Orar es reconocer la grandeza de Dios y nuestra debilidad, y
orientar la vida y el trabajo según Dios.
Jesús también nos enseña la importancia de la oración en nuestra vida. En su
parábola, el juez no tiene más remedio que conceder a la buena mujer la justicia
que reivindica. No se trata de comparar a Dios con aquel juez, que Jesús describe
como corrupto e impío, sino nuestra conducta con la de la viuda, con una oración
también de petición y perseverante. Orar pidiendo a Dios no significa tratar de
convencerle a él, sino remotivar nuestra visión de la historia y entrar en comunión
con él. Dios quiere nuestro bien, y el del mundo, más que nosotros mismos. Eso sí,
lo quiere, seguramente, con mayor profundidad. La oración nos ayuda a sintonizar
con la “longitud de onda” de él y, desde ese mismo momento, ya es eficaz.
Nos hace bien decir –“pronunciar”- ante Dios nuestro deseo y nuestra
disconformidad con los males de este mundo, reconociendo nuestra debilidad. Nos
ayuda a no ser autosuficientes y a mantener ante Dios -y, en consecuencia, ante
los demás- una postura de humildad y confianza. Y eso sin cansarnos, aunque nos
parezca que no nos escucha, respetando sus tiempos y ritmos.
Ahora bien, la oración de petición no significa dejarlo todo en las manos de Dios.
Moisés, aunque hoy aparezca orando con los brazos elevados, no es ciertamente
una persona sospechosa de pereza y alienación. Él era el gran líder y activo
conductor del pueblo: pero daba a la oración una importancia decisiva en su vida.
Tampoco Jesús nos invita a la pereza: en otra ocasión nos dirá, con la parábola de
los talentos, cómo hemos de trabajar para hacer fructificar los dones de Dios para
bien de todos.
Lo que quiere recordarnos hoy es que la actitud de un cristiano debe ser claramente
de apertura a Dios, y no de confianza en sus propias fuerzas. Cuando en la Oración
Universal de la misa pedimos, por ejemplo, por la paz, no le estamos diciendo a
Dios algo que no sabe o que tiene que hacer él. Expresamos en su presencia estas
urgencias de la humanidad y con ello nos comprometemos a trabajar nosotros
mismos en lo que le pedimos a Dios y según el estilo de Dios.
Si hoy, por ejemplo, rezamos por las intenciones de los misioneros, por ser el
Domund, ciertamente unimos la oración con algún gesto de ayuda concreta y
efectiva, económica o personal. La comunidad cristiana, ante la enorme tarea que
hay que realizar en este mundo (“la mies es mucha y los obreros, pocos”), ha
recibido este doble encargo: primero, que rece (“oren, pues, al dueño de la mies,
que envíe operarios a su mies”) y, luego, que vaya por todo el mundo a anunciar el
evangelio. La oración y el trabajo. Así, la oración estará coloreada de compromiso,
y el trabajo estará enfocado desde la mirada de Dios.
Padre Félix Castro Morales
Fuente: http://parroquiadelasoledad.org/ (Con permiso a homiletica.org)