Domingo trigésimo del Tiempo Ordinario, Ciclo C
Eclco. 35,15b-17. 20-22ª; Sal 33,2-3. 17-18. 19 y 23;
2 Tim 4,6-8.16-18; Lc 18,9-14
Las lecturas de hoy nos hablan de cómo debe ser nuestra relación con Dios. De la
actitud con que debemos presentarnos ante Dios, nuestro Padre. Y para darnos a
entender la actitud que debemos de tener para con Dios y los hombres, Jesús
presenta esta parábola: del fariseo y del publicano.
Dijo Jesús esta parábola por algunos que “teniéndose por justos, se sentían seguros
de sí mismos y despreciaban a los demás”. La parábola habla por sí misma. Pero
nosotros la hemos escuchado muchas veces y es posible que al escucharla hoy de
nuevo, nos resbale un poco. Es para nosotros algo ya sabido. Por esto quisiera
invitarlos a detenernos un momento.
¿A cuál de éstos nos parecemos más? Hace ya bastantes años que yo leo el
evangelio y lo predico. Por eso sé que debo evitar la actitud de autosatisfacción y
desprecio de los demás del fariseo y que debo imitar la actitud humilde del
publicano. Lo sé y procuro hacerlo. Pero también debo reconocer que por poco que
me olvide de ello, lo que me sale espontáneamente es un típico fariseo que está
escondido en mí. Siempre se me ocurre pensar que hay gente peor que yo (porque
yo no hago lo que ellos hacen) y siempre tiendo a sobrevalorar lo que yo hago (me
siento satisfecho por esto o aquello).
No sé si os sucede algo igual. No quisiera juzgar a nadie -es lo que nos prohíbe
Jesús: juzgar a los demás-, pero me atrevería a decir una cosa: todos tendemos a
hacerlo. El fariseo no es un señor lejano, del tiempo de Jesús, sino alguien que
llevamos dentro. Que adopta formas distintas, que sabe disfrazarse bien, pero que
siempre está presente en nosotros.
El fariseo es el personaje consciente de su buen comportamiento, que compara y
enjuicia precisamente en base a su cumplimiento. No es por tanto un personaje
orgulloso cuanto un personaje que reza y se comporta desde sus derechos.
El publicano es el personaje consciente de su mal comportamiento. Por eso no
compara nunca ni enjuicia nunca. Es el personaje que cree tener siempre
obligaciones. Nunca derecho sobre los demás. Publicano es el que se da cuenta de
que el mal no está solamente fuera, sino dentro de él. El que se da cuenta de que
él también está implicado en el mal, que no tiene las manos limpias, que no puede
echar la culpa solo a los demás, sino que también él tiene que convertirse, cambiar
personalmente
Y la única arma eficaz que tenemos contra él es la del publicano. Es decir:
reconocer con sencillez que somos unos fariseos. Nuestra oración debería ser:
Señor, ten compasión de este fariseo que hay en mí.
¿A qué es debido que Jesús alabe al publicano y en cambio deje en mal lugar al
fariseo? La razón es muy simple: porque el recaudador se presenta delante de Dios
reconociendo que todo lo que hace no está bien y no puede atribuirse ningún
mérito, y todo debe esperarlo de la bondad del Padre; y, por el contrario, el fariseo
va como si él fuera la persona perfecta y esperara que el propio Dios le dijera que
lo hacía muy bien.
Y aquí está la enseñanza que Jesús nos da en esta parábola: nuestra oración,
nuestra relación con Dios, no debe ser la de una gente que vive satisfecha de lo
que es y de lo que hace; y que se presenta delante de Dios para que mire sus libros
de cuentas y se los apruebe, sino que debe ser la de una gente que sabe que le
queda todavía mucho que andar, que le faltan muchas cosas, que no puede sentirse
tranquila con su vida, que siempre debe esperar más.
Padre Félix Castro Morales
Fuente: http://parroquiadelasoledad.org/ (Con permiso a homiletica.org)