Ciclo A. XXVI Domingo del Tiempo Ordinario A
Pedro Guillén Goñi, C.M.
La parábola que Jesús nos presenta en el evangelio de hoy, dos hombres que hacen
exactamente lo contrario de lo que dicen, nos invita profundamente a pensar sobre
el sentido de coherencia, transparencia y sinceridad que se deriva de nuestros
actos. Analicemos detenidamente cuántas veces le decimos “sí” al Seor y hacemos
“no” y cuántas veces le decimos “no” y hacemos “sí”. Algunos ejemplos, de los
muchos que nos pueden suceder en la vida, pueden ser demostrativos y
elocuentes. Con frecuencia presumimos de nuestra vida religiosa, de nuestros
cumplimientos y exigencias dominicales y otras prácticas en relación con Dios
(decimos “si” a un modelo de vida y de fe que, sin duda, debemos tener en
cuenta) pero nos cuesta mucho más la participación activa en la parroquia, la
asistencia a reuniones de formación, la integración en grupos para crecer
juntos…Suele suceder que a este tipo de invitaciones también decimos que sí y, sin
embargo, nuestra respuesta suele ser la contraria. O aquellos otros que creen decir
sí al Señor recordándolo esporádicamente en alguna celebración pero olvidándose
de la fidelidad, justicia, amor y otros valores esenciales que debemos tener
presente desde el seguimiento de Jesucristo en la predicación del Reino de Dios.
Jesucristo nos dice “no slo el que dice Seor, Seor, entrará en el Reino de los
cielos, sino el que cumple la voluntad de mi Padre”. Nos puede suceder que
creamos justificarnos ante Dios con algún rito esporádico pero hay quienes dicen
“no” al Seor porque no son muy “piadosos” y, sin embargo, tienen una gran
sensibilidad social: ayudan a los ancianos, a los enfermos, encuentran tiempo para
acciones solidarias y luchan contra la corrupción y la hipocresía. Gente que ha
comprendido que Dios está en el otro, que Cristo está en la ayuda al hermano que
aman a fondo perdido. Por esto el Seor afirma en el evangelio de hoy “Os aseguro
que los publicanos y las prostitutas os llevan la delantera en el Reino de Dios” (Mt.
21,31). Una fe conformista y autosuficiente no puede ser querida por Dios. El
creernos justificados por lo que hacemos sin aspirar a más no es una actitud
adecuada y el no descubrir y aceptar las bondades de los otros tampoco. No
podemos perder la oportunidad de vivir en estado permanente de conversión y de
humildad. No podemos vivir de las rentas, de la costumbre y rutina. La adhesión a
Cristo implica un esfuerzo dinámico en crecimiento y exigencia. Sólo así
entenderemos la llamada del Señor a su viña y la respuesta por nuestra parte
desde la coherencia y autenticidad diciéndole “sí” con la responsabilidad y
compromiso que implica ponernos en camino al encuentro con Él.
Fuente: Somos.vicencianos.org (con permiso)