Nuestra Señora de la Soledad
I
Sábado santo
Hoy, propiamente, no hay “evangelio” para meditar o mejor dicho se debería
meditar todo el Evangelio en mayúscula (la Buena Nueva), porque todo él
desemboca en lo que hoy recordamos: la entrega de Jesús a la Muerte para
resucitar y darnos una Vida Nueva.
Hoy, la Iglesia no se separa del sepulcro del Señor, meditando su Pasión y su
Muerte. No celebramos la Eucaristía hasta que haya terminado el día, hasta las 8
de la noche, que comenzará con la Solemne Vigilia de la resurrección. Hoy es día
de silencio, de dolor, de tristeza, de reflexión y de espera. Hoy no encontramos la
Reserva Eucarística en el sagrario. Hay slo el recuerdo y el signo de su “amor
hasta el extremo”, la Santa Cruz que adoramos devotamente.
Hoy es el día para acompañar a María, la madre. La tenemos que acompañar para
poder entender un poco el significado de este sepulcro que velamos. Ella, que con
ternura y amor guardaba en su corazón de madre los misterios que no acababa de
entender de aquel Hijo que era el Salvador de los hombres, está triste y dolida:
«Vino a los suyos, pero los suyos no le recibieron» (Jn 1, 11). Es también la
tristeza de la otra madre, la Santa Iglesia, que se duele por el rechazo de tantos
hombres y mujeres que no han acogido a Aquel que para ellos era la Luz y la
Vida.
Hoy, rezando con estas dos madres, el seguidor de Cristo reflexiona y va
repitiendo la antífona de la plegaria de Laudes: «Cristo se hizo por nosotros
obediente hasta la muerte y una muerte de cruz. Por lo cual Dios le exaltó y le
otorgó el nombre que está sobre todo nombre» (cf. Flp 2, 8-9).
Hoy, el fiel cristiano escucha la Homilía Antigua sobre el Sábado Santo que la
Iglesia lee en la liturgia del Oficio de Lectura: «Hoy hay un gran silencio en la
tierra. Un gran silencio y soledad. Un gran silencio porque el Rey duerme. La
tierra se ha estremecido y se ha quedado inmóvil porque Dios se ha dormido en la
carne y ha resucitado a los que dormían desde hace siglos. Dios ha muerto en la
carne y ha despertado a los del abismo».
Preparémonos con María de la Soledad para vivir el estallido de la Resurrección y
para celebrar y proclamar cuando se acabe este día triste con la otra madre,
la Santa Iglesia: ¡Jesús ha resucitado tal como lo había anunciado! (cf. Mt 28, 6).
Que la Virgen de la Soledad nos enseñe a vivir el Evangelio en medio de la vida
diaria, que nos enseñe a orar y trabajar, que sepamos juntar el trabajo y la vida
en Dios- oración y escucha de la Palabra de Dios; que nos haga hombres y
mujeres de oración en la acción, a semejanza de Cristo, que trabajaba fuerte
durante el día y luego dedicaba largas horas de la noche a la oración.
II
Fiesta de nuestra Señora de la Soledad, 30 de abril
La Madre del Redentor tiene un lugar especial en la salvación de los hijos de Dios,
porque “al llegar la plenitud de los tiempos, envió Dios a su Hijo, nacido de mujer,
nacido bajo la ley, para rescatar a los que se hallaban bajo la ley, para que
recibieran la filiación adoptiva. La prueba de que somos hijos está en que Dios ha
enviado a nuestros corazones el Espíritu de su Hijo que clama: ¡Abbá Padre!”.
María tiene una especial misión en el misterio de Cristo y en la vida de la Iglesia. En
efecto, la Iglesia, confortada por la presencia de Cristo, camina en el tiempo hacia
la casa del Padre. Pero en este camino hemos de seguir el camino recorrido por la
Virgen María, que «avanzó en la peregrinación de la fe y mantuvo fielmente la
unión con su Hijo hasta la Cruz 1 . Así, Mediante el misterio de Cristo, resplandece el
misterio de su Madre.
María en su “peregrinacin de la fe” sobre la tierra, avanz manteniendo fielmente
su unión con Cristo. Por esto, en ella hay un doble vínculo: es la Madre Cristo y
Madre de la Iglesia. Y como Madre de Cristo y de la Iglesia, María se pone entre su
Hijo y los hombres en la realidad de sus privaciones, indigencias y sufrimientos. Se
pone “en medio”, o sea, hace de mediadora no como un persona extraa, sino en
su papel de madre, consciente de que como tal puede (más bien «tiene el derecho
de hacer presente al Hijo en las necesidades de los hombres. Su mediación, por lo
tanto, tiene un carácter de intercesión: María intercede por los hombres. Ella desea
que se manifieste el poder del Hijo en la salvación de cada uno de los hijos de la
Iglesia. Nuestra Madre desea liberar al hombre del mal que bajo diversas formas y
medidas pesa sobre su vida. Ella desea que se anuncie a los pobres la Buena
Nueva, para proclamar la liberación a los cautivos y la vista a los ciegos...
La misión maternal de María hacia los hombres de ninguna manera oscurece ni
disminuye la única mediación de Cristo, sino más bien muestra su eficacia», porque
«hay un solo mediador entre Dios y los hombres, Cristo Jesús. Esta función
materna brota, según el beneplácito de Dios, «de la superabundancia de los méritos
de Cristo... Y precisamente en este sentido el hecho de Caná de Galilea, nos
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anuncia lo que será la mediación de María, orientada plenamente hacia Cristo y
encaminada a la revelación de su poder salvífico.
Madre es nuestra Madre en el orden de la gracia, maternidad que ha surgido de su
misma maternidad divina, porque siendo, por disposición de la divina providencia,
madre-nodriza del divino Redentor, se ha convertido de “forma singular en la
generosa colaboradora entre todas las creaturas y la humilde esclava del Señor” y
que “cooperó... por la obediencia, la fe, la esperanza y la encendida caridad, en la
restauración de la vida sobrenatural de las almas”.
Junto a la cruz estaba su Madre... Y Jesús, viéndola, y junto a ella, al discípulo a
quien amaba, dice a su madre: “Mujer, ahí tienes a tu hijo”. Luego dice al discípulo:
“Ahí tienes a tu madre, y desde aquella hora el discípulo la acogi en su casa”.
Así, nuestra Madre está presente en el misterio de Cristo como Madre, y por
voluntad del Hijo y por obra del Espíritu Santo está presente en el misterio y en la
vida de la Iglesia. María continúa en la Iglesia con su presencia materna, y hoy al
celebrar la fiesta de nuestra Señora de la Soledad, Jesús le dice a María: «mujer,
ahí tienes a tus hijos; y a nosotros os dice: hijos de la Diócesis de Irapuato, ahí
tienes a su madre.
Padre Félix Castro Morales
Fuente: http://parroquiadelasoledad.org/ (Con permiso a homiletica.org)