Domingo Vigésimo Séptimo del Tiempo Ordinario A
“Envió sus criados a los labradores para percibir los frutos”
Tanto la “cancin de la via” de la primera lectura como la parábola del Evangelio
invitan a hacer una revisión de nuestra vida, de nuestra relaciones con Dios, con los
demás y con la realidad que nos rodea como seguidores de Jesús.
Ser cristiano no es solamente ser una buena persona, cumplir unos mandamientos,
rezar a Dios, tenerle contento para ir al cielo, asistir a unos ritos. Es algo más.
Jesús nos dice: “Vosotros sois la sal de la tierra…. Vosotros sois la luz del mundo”
(Mt 5, 13 – 14). Como cristianos, además de ser buenos, tenemos la
responsabilidad de hacer una sociedad mejor, construir el Reino de Dios. Este es el
fruto de que habla la parábola, y que el dueño de la viña quiere percibir a su
tiempo.
El poema de Isaías, que canta la ternura y el mimo con que el dueño enriquece y
cuida la viña, y que luego no produce frutos, la parábola de Jesús que está en la
misma línea, es un reproche a la obstinación e incredulidad del pueblo de Israel y
de sus sacerdotes y guías que no fueron fieles a los planes de Dios quedándose en
el mero cumplimiento, no dando el fruto verdadero, y llegando, incluso a matar al
Hijo y desechar la piedra angular. Por eso “se os quitará a vosotros el Reino de los
Cielos y se dará a un pueblo que produzca sus frutos.”
Sería muy cómodo aplicar la lección a Israel y a su infidelidad. Y nosotros, los
cristianos de hoy, ¿cómo nos portamos? ¿No somos viñadores descuidados, infieles,
estériles, que frustramos los planes de Dios? ¿De veras sabemos reconocer en la
práctica a Cristo como la piedra angular de nuestra fe? ¿Creemos de veras en Él, en
su Evangelio, aceptando su criterio de vida como nuestro, o nos contentamos con
ser meros “cumplidores” de unas normas, manteniéndonos muy lejos del verdadero
espíritu de la ley? Nos podemos “acostumbrar” a ser cristianos sin dar los frutos
verdaderos que Dios espera de nosotros.
La historia de la viña supone un reto para todos nosotros los creyentes. El “bien
vista tengo la afliccin de mi pueblo en Egipto….. He bajado para liberarle de la
mano de los egipcio” (Ex 3,7-8), y la lástima que siente Jesús al ver mucha gente
que andaban como ovejas sin pastor (cfr. Mc 6, 34), es todo un basto campo para
trabajar desde nuestro compromiso cristiano, ya que tenemos que ser testigos del
que es fundamento de toda justicia y esperanza humana. ¿En nuestros rezos y
prácticas piadosas pretendemos comprometer a Dios en nuestros intereses o
dejamos que Él nos comprometa en sus designios amorosos sobre su viña? Hemos
de orar para saber responder a Dios.
Es clara y exigente la llamada de los textos de la Palabra de Dios. Nos pide una
revisión seria de nuestra actitud cristiana. Lo hemos recibido todo, hemos sido
cuidados amorosamente por Dios, y lógicamente se nos pide una respuesta que no
es otra que poner todas nuestra posibilidades al servicio de la construcción del
Reino. Muchas veces nuestra respuesta de cara a Dios y de cada a los hombres ha
sido deficiente, construyéndonos una religión a nuestra medida. Eso es echar al
Hijo de nuestra vida y hacer oídos sordos a su llamada.
Cuantas veces celebramos la Eucaristía nos reunimos y brindamos con el mejor de
los vinos por la Nueva Alianza en la sangre de Cristo. Pero debemos ser conscientes
de que Cristo no le falla nunca al Padre, ni a nosotros, que sí podemos fallarle. Por
eso es necesario que escuchemos atentamente la Palabra de Dios, no como palabra
de otros tiempos y para otros hombres, sino como palabra dirigida a nosotros que
somos hoy os trabajadores de la viña del Señor.
Joaquin Obando Carvajal