Ciclo A. XXVI Domingo del Tiempo Ordinario A
Pedro Guillén Goñi, C.M.
Todo ser humano, llamado a la fe, intenta ser bueno ante los ojos de Dios y los
hombres. El evangelio según San Mateo lleva al discípulo de Cristo por el camino de
esa justicia, porque siente que aquel llamamiento de Dios dado en la Ley del Sinaí
debe traducirse en una vida entregada al servicio de su voluntad. Las normas dadas
ahora tienen una expresión modélica: el mismo Cristo.
En los escritos del Antiguo testamento, desde la Ley mosaica hasta la monarquía,
uno era considerado justo si cumplía estrictamente la Ley de Dios. La voz del
salmista exige por tanto un reconocimiento de que el Señor está llano a enseñar el
camino de rectitud pero exige para ello la humildad del creyente. Por tanto, para
vivir la Ley, primero hay que estar cierto de que estamos ante un Dios cuya
misericordia es eterna. Algo que se solía olvidar y que nos sigue pasando hoy.
Tiempo después, ante la circunstancia de purificación vivida en el exilio, la voz de
los profetas acerca de la exigencia de la justicia, se orientó hacia la fidelidad a la
alianza resquebrajada por Israel, para lo cual se exigía un cambio de actitud.
Ezequiel se convierte en uno de los abanderados de la restitución de la alianza en
donde ser justo era un tema de salvación o condenación.
Jesús va más allá de la simple referencia a la Ley en el tema de la justicia.
Nuevamente el tema de la comunidad resuena en los oídos de los oyentes del
evangelio; y no basta con que uno logre vivir esa justicia sino que es preciso darla
a conocer a los demás. Muchas veces podemos ser obstáculo para que nuestro
hermano conozca a Dios y su voluntad. Termino por infundirle mi voluntad humana
y no la de Dios, porque considero que no tiene oportunidad ante Él. Es decir, los
demás pasan por el filtro de mi opinión para definir si son o no justos ante Dios.
Jesús por ello, cuestiona una vez más a los guardianes de la Ley y de la religión
judía, conocedores de la Escritura, pero faltos de comprensión en el camino de
conversión. Prestemos atención porque tal vez podamos ser como ese hijo que
responde ante la invitacin: “Voy Seor”; pero al final no fue. Nos quedamos en las
palabras, nos sentimos seguros de nuestra justicia; que ya no tenemos nada que
cambiar y sin embargo, los pecadores, que en medio de sus errores buscan
mejorar, nos abren el camino hacia el Reino y terminan yendo a la viña del Señor
aunque al comienzo se negaron a ir. Jesús pone como testigo a Juan el Bautista, a
quien aquellos escribas consideraban un hombre justo, pero a quien no supieron
entender por su radicalidad de vida. No comprendieron a Juan y ahora tampoco
comprenden a Jesús.
La primera comunidad cristiana se siente llamada a ser testigo de la auténtica
justicia entre los hombres. Pablo se aferra a un ideal de comunidad donde
tengamos un mismo amor y un mismo sentir y donde las diferencias desaparezcan
para dar paso a la obediencia del amor. En la actualidad como en aquel entonces,
parecen dos palabras que no pueden relacionarse, referidas especialmente a la vida
comunitaria: obediencia y amor. ¿Se puede obedecer motivado por el amor?
¿Cuántas veces hemos obedecido porque nos ha impulsado el amar a Dios o a los
demás? Recogiendo un himno, conocido de seguro por los cristianos de Filipos en
aquella época, Pablo presenta a Jesús como el modelo a seguir en la vida
comunitaria: el obediente hasta la muerte y el ensalzado concediéndole el nombre-
sobre-todo-nombre.
¿Queremos ser hombres justos? ¿Deseamos alcanzar la justicia? Tengamos un
corazón humilde, abiertos a la conversión personal y a la del prójimo confiando en
la infinita misericordia de Dios y dejémonos sojuzgar por la fuerza del amor para
servir mejor a los hermanos.
Fuente: Somos.vicencianos.org (con permiso)