Conmemoración de los fieles difuntos
2 Mac 12, 32-45; Sab. 11, 23–12, 2; Lc 23, 44-49. 24, 1-6
I
“Todo el mundo es delante de ti como un grano de arena en la balanza y
como una gota de rocío de la mañana que cae sobre la tierra. Pero tienes piedad
de todos, porque todo lo puedes, y disimulas los pecados de los hombres para
traerlos a penitencia. Pues Tú amas todo cuanto existe y nada aborreces de lo que
has hecho, que no por odio hiciste cosa alguna. ¿Y cómo podría subsistir nada si tú
no quisieras, o cómo podría conservarse sin ti? Pero a todos perdonas, porque son
tuyos, Señor, amador de las almas. Porque en todas las cosas está tu espíritu
incorruptible. Y por eso corriges con blandura a los que caen, y a los que pecan los
amonestas, despertando la memoria de su pecado, para que, libres de su maldad,
crean, Señor, en ti” ( Sab. 11, 23–12, 2).
La familia es un lugar particular del hombre. En este lugar, en esta
comunidad, se saluda con alegría su nacimiento, su venida al mundo; y en este
lugar, sobre todo, se siente su desaparición, su muerte. El día de los difuntos es un
día particular para las familias. Este día van a los lugares donde descansan los
difuntos más cercanos y más queridos; se encuentran, en el silencio, en la oración,
en la meditación junto a sus tumbas.
Reviven recuerdos alegres y dolorosos; a veces las lágrimas comienzan a
correr por el rostro, ¡tan grande es el sentido de la cercanía, a pesar de la muerte,
tan grande es la emoción!
En este día queremos recordar a todos los muertos, y en particular a las
personas cuyos nombres ve Dios, aquí frente a nosotros y tan presentes en
nuestros corazones…No podía ser de otra manera, reunirnos en torno al altar para
orar por sus descanso eterno 1 .
En la muerte, el justo se encuentra con Dios, que lo llama a sí para hacerle
partícipe de la vida divina. Pero nadie puede ser recibido en la amistad e intimidad
de Dios si antes no se ha purificado de las consecuencias personales de todas sus
culpas. La Iglesia llama Purgatorio a esta purificación final de los elegidos, que es
completamente distinta del castigo de los condenados.
De aquí viene la piadosa costumbre de ofrecer sufragios por las almas del
Purgatorio, que son una súplica insistente a Dios para que tenga misericordia de los
1 JUAN PABLO II, ángelus, 2–XI–1980.
fieles difuntos, los purifique con el fuego de su caridad y los introduzca en el Reino
de la luz y de la vida.
Los sufragios son una expresión cultual de la fe en la Comunión de los
Santos. Así, "la Iglesia que peregrina, desde los primeros tiempos del cristianismo
tuvo perfecto conocimiento de esta comunión de todo el Cuerpo Místico de
Jesucristo, y así conservó con gran piedad el recuerdo de los difuntos, y ofreció
sufragios por ellos, “porque santo y saludable es el pensamiento de orar por los
difuntos para que queden libres de sus pecados” ( 2 Mac 12,46). Estos sufragios
son, en primer lugar, la celebración del sacrificio eucarístico, y después, otras
expresiones de piedad como oraciones, limosnas, obras de misericordia e
indulgencias aplicadas en favor de las almas de los difuntos 2 .
Nosotros, pues, aquí en la tierra podemos ayudar mucho a estas almas a
pasar más deprisa ese largo desierto que las separa de Dios. Y también, mediante
la expiación de nuestras faltas y pecados, haremos más corto nuestro paso por
aquel lugar de purificación. Si, con la ayuda de la gracia, somos generosos en la
práctica de la penitencia, en el ofrecimiento del dolor y en el amor al sacramento
del perdón, podemos ir directamente al Cielo. Eso hicieron los santos. Y ellos nos
invitan a imitarlos.
II
La fiesta de los fieles difuntos es continuación y complemento de la de ayer. Junto a
todos los santos ya gloriosos, queremos celebrar la memoria de nuestros difuntos.
Muchos de ellos formarán parte, sin duda, de ese «inmenso gentío» que celebrábamos
ayer. Pero hoy no queremos rememorar su memoria en cuanto «santos» sino en cuanto
difuntos. Es un día para presentar ante el Señor la memoria de todos nuestros familiares
y amigos o conocidos difuntos, que quizá durante la vida diaria no podemos estar
recordando.
Su muerte quizás nos hace sentir con mayor hondura la precariedad de la vida
presente y nos lleva a hacernos preguntas como éstas: ¿Dónde están nuestros difuntos?
¿Hacia dónde vamos nosotros, destinados también a la muerte? ¿Qué sentido tiene la
muerte? ¿No será la muerte la última manifestación del "sin-sentido" de la vida? Este
carácter absurdo y misterioso de la muerte, nosotros como cristianos sólo lo podemos
iluminar con la fe, con la luz que surge de este doble acontecimiento: Jesús murió; Jesús
resucitó.
Jesús, muriendo él mismo nos enseñó a morir y nos aclaró el sentido de la muerte.
La muerte de todos y cada uno de los cristianos está necesariamente vinculada a la
2 Directorio sobre la piedad popular y la liturgia principios y orientaciones, 2002, 251.
muerte de Cristo. La muerte de Cristo es el modelo supremo de la muerte cristiana:
Cristo aceptó voluntariamente su muerte como prueba de obediencia amorosa a la
voluntad del Padre; Cristo murió por los demás, por todos los hombres, como culminación
de una vida totalmente entregada al servicio de los demás.
Para nosotros, en efecto, la muerte de Cristo no es sólo un ejemplo, sino la causa
real y eficaz de nuestra salvación.
El Evangelio nos dice que la historia de Jesús no acabó con la muerte. En aquel
domingo, las mujeres que buscaban el cuerpo de Jesús, encontraron el sepulcro vacío:
“Por qué buscáis entre los muertos al que vive”. Aquel que murió y fue sepultado, recibe
ahora el titulo significativo de "El que vive", El Viviente.
De la resurrección de Jesús se origina el auténtico sentido cristiano a este día, en el
que hacemos memoria de nuestros muertos. Hoy que recordamos la muerte, y que quizás
incluso nos acercamos personalmente a los sepulcros de los seres queridos que “nos
han precedido en el signo de la fe y duermen el sueño de la paz”, confesar que Jesús es
“el que vive”, ahora y para siempre, es proclamar la noticia gozosa hasta sus últimas y
más consoladoras consecuencias. Proclamar que a la muerte de Jesús siguió su gloriosa
resurrección es colocar el más sólido fundamento de nuestra esperanza cristiana.
Cada Eucaristía proclama y reactualiza la muerte victoriosa del Señor. De modo
especial, hoy incorporamos a nuestra celebración el recuerdo de la muerte de nuestros
hermanos difuntos. Porque creemos que, vinculada a la de Jesús, también para ellos la
muerte fue un acontecimiento de salvación. Que esta Eucaristía sea a un tiempo recuerdo
eficaz de la muerte de Cristo y confesión gozosa de su resurrección, plegaria piadosa por
todos los fieles difuntos y expresión de nuestra voluntad de vivir y de morir por el
ejemplo y la fuerza de Jesús.
Aquellos que nos han dejado
no están ausentes,
sino invisibles.
Tienen sus ojos
llenos de gloria,
fijos en los nuestros,
llenos de lágrimas.
San Agustín
Padre Félix Castro Morales
Fuente: http://parroquiadelasoledad.org/ (Con permiso a homiletica.org)