San Martin de Porres (3 de noviembre)
¿De qué sirven a los santos nuestras alabanzas, nuestra glorificación, esta
fiesta que le hacemos a san martín de Porres? ¿De qué le sirven los honores
terrenos si reciben del Padre celestial los honores que les había prometido
verazmente el Hijo? ¿De qué les sirven nuestros elogios, cuetes, música… y todo lo
que hacemos? Los santos no necesitan de nuestros honores, ni les añade nada
nuestra devoción. Es que la veneración de su memoria redunda en provecho
nuestro, no suyo.
Lo primero que nosotros sacamos de provecho al recordar hoy la memoria de
san martín es el deseo de “gozar de su compañía, tan deseable, y de llegar a ser
conciudadanos y compañeros de los espíritus bienaventurados, de convivir con la
asamblea de los patriarcas, con el grupo de los profetas, con el senado de los
apóstoles, con el ejército incontable de los mártires, con la asociación de los
confesores, con el coro de las vírgenes, para resumir, el de asociarnos y alegrarnos
juntos en la comunión de todos los santos.
Despertémonos, por fin, hermanos; resucitemos con Cristo, busquemos las
cosas de arriba, pongamos nuestro corazón en las cosas del cielo. Deseemos a los
que nos desean, apresurémonos hacia los que nos esperan, entremos a su
presencia con el deseo de nuestra alma. Hemos de desear no sólo la compañía, sino
también la felicidad de que gozan los santos, ambicionando ansiosamente la gloria
que poseen aquellos cuya presencia deseamos.
El segundo deseo que enciende en nosotros la fiesta de los santos es querer
vivir como ellos vivieron; imitar su ejemplo. En efecto, San Martín nos demuestra
con el ejemplo de su vida que podemos y debemos llegar a la salvación y a la
santidad por camino que nos enseñó Cristo Jesús: a saber, si en primer lugar,
amamos a Dios con todo nuestro corazón, con toda nuestra alma y con toda
nuestra mente; y si, en segundo lugar, amamos al prójimo como a nosotros mis-
mos.
Él sabía que Cristo Jesús padeció por nosotros y, cargado con nuestros
pecados, subió al leño, y por esto tuvo un amor especial a Jesús crucificado, de tal
modo que, al contemplar sus atroces sufrimientos, no podía evitar el derramar
abundantes lágrimas. Tuvo también una singular devoción al santísimo sacramento
de la eucaristía, al que dedicaba con frecuencia largas horas de oculta adoración
ante el sagrario, deseando nutrirse de él con la máxima frecuencia que le era
posible.
Además, san Martín, obedeciendo el mandato del divino Maestro, se
ejercitaba intensamente en la caridad para con sus hermanos, caridad que era fruto
de su fe íntegra y de su humildad. Amaba a sus prójimos porque los consideraba
verdaderos hijos de Dios y hermanos suyos; y los amaba aún más que a sí mismo,
ya que, por su humildad, los tenía a todos por más justos y perfectos que él.
Disculpaba los errores de los demás; perdonaba las más graves injurias,
pues estaba convencido que era mucho más lo que merecía por sus pecados; ponía
todo su empeño en retornar al buen camino a los pecadores; socorría con amor a
los enfermos; procuraba comida, vestido y medicinas a los pobres; en la medida
que le era posible, ayudaba a los agricultores y a los negros y mulatos, que, por
aquel tiempo, eran tratados como esclavos de la más baja condición, lo que le
valió, por parte del pueblo, el apelativo de «Martín de la caridad».
Este santo varón, que con sus palabras, ejemplos y virtudes impulsó a sus
prójimos a una vida de piedad, también ahora goza de un poder admirable para
elevar nuestras mentes a las cosas celestiales, y este es el tercer beneficio que
sacamos de una fiesta, su valiosa intercesión…
No todos, por desgracia, son capaces de comprender estos bienes so-
brenaturales, no todos los aprecian como es debido, al contrario, son muchos los
que, enredados en sus vicios, los menosprecian, los desdeñan o los olvidan
completamente. Ojalá que el ejemplo de Martín enseñe a muchos la dulzura y
felicidad que se encuentra en el seguimiento de Jesucristo y en la sumisión a sus
divinos mandatos:
- Sigan trabajando por su salvación con humildad y temor de Dios, pues él es
quien les da energía interior para que puedan querer y actuar conforme a su
voluntad.
- Háganlo todo sin quejas ni discusiones, para que sean ustedes hijos de
Dios, irreprochables, sencillos y sin mancha.
Que cada fiesta sea motivo de crecimiento en la fe, en la esperanza y en el
amor de Jesús que vivió san Martín y podemos decir con el salmista: El Señor es mi
luz y mi salvación, ¿a quién voy a tenerle miedo? El Señor es la defensa de mi vida,
¿quién podrá hacerme temblar? Lo único que pido, lo único que busco es vivir en la
casa del Señor toda mi vida, para disfrutar las bondades del Señor y estar
continuamente en su presencia.
Así, pues, ármate de valor y fortaleza y en el Señor confía, caminemos
seguros caminado por donde san Martín camino, amando lo que él amó y sirviendo
como el sirvió…
Padre Félix Castro Morales
Fuente: http://parroquiadelasoledad.org/ (Con permiso a homiletica.org)