Exequias
II
¿Cómo es la muerte?
Estamos ante uno de los acontecimientos más difíciles de la vida del ser
humano. Porque con la muerte de los seres queridos, se produce una separación
visible para siempre; pero para los que creemos en Jesús resucitado, la muerte no
es el fin de la vida, sino el comienzo de la Verdadera Vida. Para los que mueren en
Dios, la muerte es un paso a un sitio/estado mejor... mucho mejor que aquí. No
hay que pensar en la muerte con temor, y vivirla sólo desde la tristeza, ni mucho
menos desde la angustia... La muerte no es tropezarnos con un paredón donde se
acabó todo. Es más bien el paso a través de esa pared para vislumbrar, ver y vivir
algo inimaginable.
Santa Teresa de Jesús decía que esta vida terrena es como pasar una mala
noche en una mala posada.
Para San Juan Crisóstomo , “la muerte es el viaje a la eternidad”. Para él, la
muerte es como la llegada al lugar de destino de un viajero. También hablaba de la
muerte como el cambio de una mala posada, un mal cuarto de hotel (esta vida
terrena) a una bellísima mansión.
En efecto, “Mansin” es la palabra que usa el Seor para describirnos nuestro
lugar en el Cielo. “En la Casa de mi Padre hay muchas mansiones, y voy allá a
prepararles un lugar ... Volveré y los llevaré junto a mí, para que donde yo estoy,
estén también ustedes” (Jn. 14, 2-3).
Es en la Liturgia de Difuntos encontramos mejor y más claramente expresada
la visión realista de la muerte, en el Prefacio de la Misa de Difuntos: La vida de los
que en Ti creemos, Señor, no termina, se transforma; y al deshacerse nuestra
morada terrenal, adquirimos una mansión eterna en el Cielo.
Por eso la muerte no tiene que ser vista como algo desagradable. ¡Es el
encuentro definitivo con Dios! Los Santos (santo es todo aquél que hace la Voluntad
de Dios: que vive y muere sin pecado mortal) esperaban la muerte con alegría y la
deseaban no como una forma de huir de esta vida, que sería un pecado en vez de
una virtud- sino como el momento en que por fin se encontrarían con Dios. “Muero
porque no muero” (Sta. Teresa de Jesús).
“Qué dulce es morir si nuestra vida ha sido buena” (San Agustín). San
Agustín fue un gran pecador hasta su conversión ya bien adulto. El problema no es
la muerte en sí misma, sino la forma como vivamos esta vida. Por eso no importa el
tipo de muerte o el momento de la muerte, sino el estado del alma en el momento
de la muerte. De aquí podemos decir dos cosas:
1º.) Tener la esperanza de que nuestra hermana N…Dios le haya perdonado
sus faltas, como lo pedimos en esta Eucaristía: que descanse en pan que sus obras
la acompañen.
2º.) Y, por otra parte, examinarnos nosotros ante Dios sobre la importancia
que estamos dando a este encuentro eterno con Dios… ¿Qué tan en serio pensamos
en las realidades eternas?...
No perdamos tiempo, apliquémonos a ganar la vida eterna, porque mira que te
mira Dios, mira que te está mirando, mira que te vas a morir, mira que no sabes
cuándo.
II
La muerte es un hecho evidente y cierto. Cada cementerio confirma esta certeza.
El hombre se detiene frente a su límite, se sumerge en el recuerdo de los que se
han marchado.
Pero la Iglesia no se detiene: va más allá; guía y sostiene la esperanza del
pueblo de Dios, de cada cristiano que experimenta la separación de sus seres
queridos con la luz de la persona, de la obra y del mensaje de Jesús resucitado:
creo que mi redentor vive y no quedaré en el olvido; lo vere y lo gozaré. No fue
diferente la fe y la esperanza de Martha; por eso buscó hacer el bien, amar, servir y
siempre perdonar…
La Iglesia nos hace decir y vivir esta esperanza y esta fe cuando nos invita a
rezar: «Dales el descanso eterno». «Dales tu paz». «Brille para ellos la luz
perpetua».
Es la luz en la que veremos a Dios cara a cara. La luz de la gloria, cuando
lleguemos a ser semejantes a él, no sólo como criaturas semejantes a su Creador,
sino también como hijos semejantes al Padre. ¡Como hijos en el Hijo eterno!
Si, La Iglesia reza así porque así cree y así espera. Así decimos cada domingo
al recitar el credo: «Espero la resurrección de los muertos y la vida del mundo
futuro».
Estos dos artículos del Credo cobran un significado singular a la luz de esta
experiencia de dolor y de esperanza que estamos viviendo. Estas palabras nos
recuerdan que no nos encaminamos hacia la nada. Por el contrario, nuestra
existencia tiene una meta precisa y la fe abre, en medio de la tristeza de la
separación humana, el horizonte luminoso de una vida que va más allá de esta
existencia y que será el puerto de llegada de todos los hijos de Dios, en Jesucristo…
Las lecturas de la santa misa hablan de la resurrección de los muertos y de la
vida del mundo futuro.
La existencia, después de la muerte, será diferente de la existencia en la
tierra: la persona humana estará libre de las necesidades relacionadas con la
presente condicin mortal…
El paraíso constituye la respuesta más elevada a nuestra necesidad íntima de
felicidad, a través de la posesión directa del Bien infinito: Dios.
San Agustín escribió: « En el paraíso «descansaremos y veremos; veremos y
amaremos; amaremos y alabaremos. He aquí lo que habrá al fin sin fin».
En las horas difíciles, teniendo presente la valentía de los mártires y de los
santos, no hemos de olvidar nunca las palabras del Símbolo apostólico: «Espero la
resurrección de los muertos y la vida del mundo futuro». Palabras de nuestra fe
que son fuente de fortaleza y esperanza; de luz y apoyo en la prueba.
Sólo la certeza de la resurrección puede evitar que el creyente ceda frente a
la seducción del mundo e imite a cuantos ponen toda su confianza en la condición
mortal presente, preocupados únicamente por su interés inmediato…Busquemos los
bienes del cielo, no nos quedemos en los de la tierra…
Queridos hermanos y hermanas que Aquel «que nos ha amado y que nos ha
dado gratuitamente una consolación eterna y una esperanza dichosa, consuele
nuestros corazones y los afiance en toda obra y palabra buena» (2 Ts 2, 16-17).
Los sostenga y los ayude María Santísima, Madre de Dios y Madre nuestra, y
nos muestre a todos el sentido de la vida en Jesús resucitado e interceda por
nuestra hermana Martha y que goce eternamente en la contemplación de Dios cara
a cara para siempre. Amén.
Padre Félix Castro Morales
Fuente: http://parroquiadelasoledad.org/ (Con permiso a homiletica.org)