Solemnidad de la Santísima Trinidad 1
Provb 8,22-31 Sal 8,4-5. 6-7. 8-9;
Rom 5,1-5; Jn 16,12-15
Bendito sea el Padre y el Unigénito Hijo de Dios y el Espíritu Santo.
Esta fiesta nos hace una llamada al misterio fundamental, inescrutable de
nuestra fe, a esa sublimidad del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, ante los cuales
nos encontramos siempre atónitos y adorantes.
Hoy juntamente con toda la Iglesia nos presentamos ante la inefable
Majestad de la Trinidad. Nos ponemos de rodillas, nos postramos, para confesar
que la Santísima Trinidad es el Dios vivo y verdadero. Es el Dios “que habita una
luz inaccesible” (1 Tim 6, 16) y supera infinitamente con su divinidad todo lo
creado. También lo que el hombre puede comprender y expresar sobre Dios con su
entendimiento creado.
Cada uno de vosotros está bautizado en el nombre del Padre, del Hijo y del
Espíritu Santo. Este sacramento que recibisteis al comienzo de la vida, perdura en
vosotros mediante un signo indeleble: el carácter del santo bautismo.
Por medio del sacramento del bautismo, la Santísima Trinidad habita en
vosotros. Habita en cada uno de nosotros, en cada uno de los bautizados. Y
también en cada uno de nosotros se desarrolla esa potente y a la vez misteriosa
economía de la salvación, realizada por el Padre, por el Hijo y por el Espíritu Santo,
preparando en nosotros el definitivo reino de Dios mismo.
De la habitación trinitaria en cada uno, inspirados en el prefacio de hoy
podemos sacar luz para vivir nuestro bautismo. Dice: “Al proclamar nuestra fe en la
verdadera y eterna Divinidad, adoramos a tres personas distintas, de única
naturaleza e iguales en su dignidad.
Trinidad y unidad, igualdad y diversidad: he aquí el núcleo del misterio. La
Trinidad es la afirmación mayor del hecho de que se puede ser a la vez iguales y
distintos, iguales por dignidad y distintos por sus características. Y ¿no es esto lo
que tenemos más urgente necesidad de aprender para vivir bien en este mundo?
Esto es, ¿que se puede ser distintos por el color de la piel, la cultura, el sexo, la
raza y, sin embargo, gozar de igual dignidad como personas humanas?
Esta enseñanza encuentra en la familia y en todo grupo o comunidad
humana su primer y más natural campo de aplicación. Cada uno y cada institución
1 El en el Ángelus, 14-VI-1981.
debiera ser un reflejo terrenal de la Trinidad. Éstas están formadas de personas
distintas: distintos sentimientos y otras exigencias y gustos. El éxito de toda
comunidad de personas dependerá de la medida con que esta diversidad sabe
tender a una superior unidad: unidad de amor, de intenciones, de colaboración.
Es un error considerar a la Trinidad como un misterio remoto de la vida para
abandonarlo a la especulación de los teólogos. Por el contrario, es un misterio muy
cercano; y el motivo es muy sencillo: nosotros hemos sido creados a imagen de
Dios uno y trino, llevamos la impronta suya, somos llamados a realizar la misma
sublime síntesis de unidad y diversidad.
Que la Santísima Virgen nos ayuda a vivir el misterio del Dios de Jesucristo
en el que creemos y adoramos
Padre Félix Castro Morales
Fuente: http://parroquiadelasoledad.org/ (Con permiso a homiletica.org)