31 de diciembre, fin de año
Santa María, Madre de Dios
Nm 6,22-27; Sal 66, 2-3. 5. 6 y 8;
Gál 4,4-7; Lc 2,16-21
“Al cumplirse los ocho días” de la Navidad, ocho días durante los cuáles hemos
celebrado gozosos el nacimiento del Señor, nos reunimos para volver a contemplar
el mismo misterio. Ponemos nuestros ojos en el Hijo de Dios en brazos de una
mujer, María, a la que llamamos Madre de Dios. Esta fiesta forma parte de la
Navidad. La grandeza de María está en su maternidad, en el hecho de ser Madre de
Dios.
No obstante, quizá está en la mente de muchos el año que estamos dejando y el
nuevo año al que nos preparamos a inaugurar. Es éste el aspecto más popular de la
fecha de hoy y mañana. Con una gran carga de buenos deseos, de felicitaciones…;
buenos deseos por tiempos mejores, en el que impere la justicia, en el que
podamos dar “gloria a Dios”. Y a estos dos acontecimientos (La solemnidad de la
maternidad y el año que dejamos y el año que iniciamos) se añade el hecho de que
la Iglesia dedica esta jornada, desde hace aos, a orar por la paz…
No podemos reflexionar en todos estos aspectos, por la extensión de cada tema
y la brevedad de nuestro encuentro, por eso nos detendremos a contemplar el
misterio de la Maternidad de María.
“Envi Dios a su Hijo, nacido de una mujer”. El omnipotente, el poderoso, el que
es rico, se hizo pobre, se encarnó en el vientre purísimo de una Mujer, por obra del
Espíritu Santo: María la madre del verdadero Dios por quien se vive.
Que el Verbo se haya hecho carne en María, mujer virgen y Madre de nuestra
raza… implica que:
El Hijo de Dios es hombre verdadero . La encarnación del Verbo, no es algo
ficticio o aparente, sino que es plenamente real y María es verdadera Madre de
Dios; comenta san Cirilo de Jerusalén: “Cree, además, que el Hijo unigénito de
Dios, por razón de nuestros pecados, ha bajado del cielo a la tierra, haciéndose
hombre semejante a nosotros en el padecer y naciendo de la Virgen María y del
Espíritu Santo. El hacerse hombre se realizó no en apariencia o imaginariamente,
sino con toda verdad. No pasó (Cristo) por la Virgen, como por un canal, sino que
verdaderamente tomó carne de ella y en verdad fue por ella alimentado con su
leche; como nosotros comió y como nosotros bebió. En efecto, si la encarnación
hubiera sido una simple apariencia, hubiera resultado también aparente la
salvacin”. (Ibid., IV: PG 33, 465).
Nacido de una mujer, significa que María es la Madre de Dios, porque engendró
al Hijo de Dios, la segunda persona de la Trinidad, la Persona del Verbo. Este Verbo
se hizo hombre por medio de María asumiendo la naturaleza humana, engendrada
milagrosa y virginalmente por ella, por obra del Espíritu Santo. Por eso María es
verdaderamente Madre de Dios.
"María sabe que el que lleva por nombre Jesús ha sido llamado por el ángel Hijo
del Altísimo (cfr. Lc. 1,32). María sabe que lo ha concebido y dado a luz sin conocer
varón, por obra del Espíritu Santo, con el poder del Altísimo, que ha extendido su
sombra sobre Ella (cfr. Lc. 1,35). María sabe que el Hijo dado a luz virginalmente,
es precisamente aquel 'Santo', el 'Hijo de Dios', del que le ha hablado el Ángel'
(Juan Pablo HI, Enc. Redemptoris Mater, n. 17).
Conclusión
Que la Madre de Jesús, Verdadero Dios y verdadero Hombre, Madre de la
Iglesia, nos enseñe a meditar en el silencio como ella nuestra fe, y a conservar en
nuestro corazón la Palabra de Dios y a guardarla (8, 21); que nos enseñe a orar
con toda la Iglesia…
Enséñame ¡oh Madre del Señor! A callar si la caridad va a quedar dañada si
hablo.
Enséñame a no hablar nunca mal de nadie, a callar siempre que el hablar sólo
traiga crítica destructiva, vergüenza o difamación del hermano.
Enséñame a llevarme unos cuantos secretos a la tumba.
Enséñame a callar cuando mi silencio sea como una fraternal reprensión, una
disconformidad con lo incorrecto, lo deshonesto o lo difamatorio que se está
diciendo.
Enséñame a callar lo negativo, lo malo, lo que avergüenza al hermano si
hablando falto a la caridad y no defiendo la justicia o al inocente.
Enséñame el silencio de la aceptación interior sin rebelión interior y en la paz del
corazón.
Enséñame a callar, a sufrir, a amar y aceptar en el silencio que se confía en
Dios.
Enséñame a orar en lo escondido, a dar limosna en lo oculto, a vivir santamente
en el decoro del silencio del corazón.
Enséñame a caminar entre silencios, aunque no a solas, sino acompañado del
Señor y de los hermanos.
Que no olvide nunca que a Dios se va por el hermano y con el hermano.
Enséñame a hacer silencio exterior, pero sobre todo el silencio interior de
pensamientos inútiles, ilusiones imaginarias, deseos irrealizables, preocupaciones y
agobios excesivos...
Enséñame a cultivar el silencio, fuente de inmensas energías y ambiente
necesario para las más arriesgadas decisiones.
Enséñame el silencio para poder entenderme a mí.
Enséñame el silencio para poder escuchar y entender al hermano.
Enséñame el silencio, los desiertos, las pobladas soledades donde únicamente
me puedo encontrar con Dios y conocer a Dios".
Enséñame, oh María, nuestra Señora de los silencios fecundos, un clima de
silencio permanente, un silencio tal que me conduzca al monte santo de la
contemplación (10. de enero 5 minutos)
Padre Félix Castro Morales
Fuente: http://parroquiadelasoledad.org/ (Con permiso a homiletica.org)