“El que reciba a este niño en mi nombre, me recibe a mí”
Lc 9, 46-50:
Autor: Pedro Sergio Antonio Donoso Brant ocds
Lectio Divina
EL PODER Y LA GLORIA DEL NOMBRE DE JESÚS
Las lecturas de hoy nos presentan diversas provocaciones. El texto de Zacarías es casi un
himno al poder de Dios, un Dios que es verdaderamente el Dios de lo imposible y que
quiere habitar en medio de su pueblo para siempre. De ahí que la profecía sea una
exhortación a la esperanza y a saber reconocer cómo Dios conduce a su realización, con
una fidelidad infalible, su maravilloso plan de salvación. Con todo, el estilo que le
caracteriza es paradójico: pasa por caminos muy alejados de nuestra lógica humana,
caminos que son ilustrados de una manera eficaz por la figura del niño. La persona misma
de Dios se ha hecho visible en el rostro de un Niño sencillo y pobre, pero rico en amor a
todos nosotros.
Por otra parte, el niño representa también la denuncia dirigida por Jesús a sus discípulos,
alejados con frecuencia de una plena adhesión a la lógica evangélica en el marco de la vida
eclesial. El mismo síntoma de la incomprensión de las exigencias evangélicas aparece en el
intento de monopolizar la fe en él. Se trata de una voluntad de acaparar el poder de Jesús,
ignorando que el poder y la gloria del nombre de Jesús superan los mismos confines de la
comunidad. Esta última debe recordar más bien en todas las ocasiones que cualquier
curación, liberación o victoria sobre las fuerzas del mal no procede de ella, sino solo de
aquel Nombre que supera a todos, incluida la Iglesia.
ORACION
Oh Padre, tú que eliges a los pequeños y a los pobres, tú que les revelas a ellos los
misterios de tu Reino, ayúdame a caminar por los caminos de la humildad y de la sencillez.
Quiero imitar a tu hijo, Jesús, «dócil y humilde de corazón», y hacerme como él «siervo» de
mis hermanos y hermanas. Sé que mi «hombre viejo» intenta impedir que me rinda a tu
amor, alimentando en mí el orgullo, la presunción y la ingratitud. Sé también, no obstante,
que a ti nada te es imposible y que con tu Espíritu puedes renovarme, realizando en mí las
maravillas de las que sólo tú eres capaz.
Crea, pues, en mí, oh Padre celestial, un corazón dócil, alejado de triunfalismos, colmado
de gratitud por el inmerecido amor con el que has revestido mi vida, un corazón ajeno a las
envidias y a las rivalidades, pero capaz de gozar sinceramente con cada semilla de bien
que has sembrado en el mundo.