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EN CAMINO
28 domingo del tiempo ordinario “A”
Por, Neptalí Díaz Villán CSsR.
- Primera lectura: Isaías 25,6.10ª: Alegrémonos y regocijémonos de su salvación.
- Salmo Responsorial: 22,1-6: El Señor es mi Pastor, nada me falta.
- Segunda lectura: Fil 4,12-14.19-20: Todo lo puedo en aquel que me conforta.
- Evangelio: Mt 22,1-14: Amigo, ¿y tu vestido de fiesta?
¡Todo esta listo, vengan a la boda!
La parábola de hoy está cargada de símbolos: un Padre, su Hijo, una Boda, una
Fiesta, unos invitados que se niegan a ir, las consecuencias de dicho rechazo, la invitación
que se generaliza a todos y un personaje anónimo que por no llevar traje de fiesta es
expulsado del banquete.
La figura de la boda es común a todas las culturas, siempre como signo de alegría y
esperanza, amor y entrega confiada. Los profetas para anunciar la acción gratificante y
salvífica de Dios, lo mostraron como el novio que se desposa con su novia: “como un joven
que se casa con su novia, así te desposa el que te construyó; la alegría que encuentra el marido con su
esposa, la encontrará tu Dios contigo” (Is 62,5). Jesús igualmente, nos mostró la relación con
Dios por medio de signos que expresan alegría, misericordia y perdón: el Padre que recibe
lleno de alegría a su hijo pródigo, el pastor que encuentra a su oveja perdida, la señora que
encuentra la moneda y llama a sus vecinas para que compartan su alegría… y no podía
faltar la figura de la boda.
Y con la boda, el banquete. En aquella situación que le tocó vivir a Jesús, la comida
era uno de los grandes problemas sin resolver. Hoy el mundo hay más de 960 millones de
seres humanos que padecen hambre, según denuncia de la Organización para la
Agricultura y la Alimentación (FAO). La situación más grave la viven los llamados países
del tercer mundo donde hay más de 907 millones de seres humanos que padecen hambre,
desnutrición y sus consecuencias. Comer para muchos es un lujo, y un banquete algo que
tan sólo pueden imaginar.
La Parábola, al igual que todo el nuevo testamento, con una redacción marcada por
la resurrección y la concepción de Jesús como el Hijo de Dios, nos muestra al Padre Dios
alegre por la celebración de la Boda de su Hijo. Las comunidades cristianas vieron en Jesús
al Verbo encarnado enviado para desposarse con ellas y entregarles todo el amor de Dios.
Descubrieron cómo con él se veían realizadas las promesas hechas a sus padres y a los
profetas, porque rescató el Proyecto de Yahvé, dándole un impulso renovador y universal,
buscando el bien común y rompiendo todas sus cadenas. No quería ver a su Pueblo
esclavo, cansado y extenuado, triste y encorvado; lo quería ver como la esposa de su Hijo:
alegre, bienaventurada, plena y realizada.
En el presente relato encontramos a unos primeros invitados: el pueblo de Israel,
en especial sus autoridades encargadas de llevar la batuta. Pero estos no aceptaron la
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invitación, es más: maltrataron y mataron a los que insistían en invitarlos al banquete. Algo
que ellos consideraban más importante les impidió ir a la fiesta: sus tierras y sus negocios que
en aquella época eran los medios de producción y las estructuras de comercio. Elementos
básicos para el desarrollo de un pueblo cuando están al servicio de la sociedad; o también,
el complemento para manipular la economía, aumentar los ingresos de los poderosos y la
desgracia de los empobrecidos víctimas del egoísmo, la codicia y la explotación humana.
Jesús no excluyó a nadie; reconoció que era muy importante contar con estas
personas para construir su Proyecto. De esta manera, las autoridades civiles y religiosas,
los medios de producción y el mercado, estarían al servicio de la vida. Su aporte era muy
importante para construir una nueva humanidad y celebrar el gran banquete de bodas.
Pero no fueron. Bien decía Marco Tulio Cicerón: “No solamente es ciega la fortuna, sino
que de ordinario vuelve también ciegos a aquellos a quienes acaricia.” En vez de poner su vida y sus
bienes al servicio del Reino, prefirieron continuar con su egoísmo. Se auto excluyeron del
banquete y eso generó caos, muerte, tanto para ellos como para el resto de la humanidad.
Los anhelos de justicia se vieron truncados por el egoísmo y la voracidad de los que
manipulaban el mundo contemporáneo de Jesús.
¿Porque ellos no quisieron unirse al Reino todo se acabó? ¿Porque los poderosos
sólo quisieron más poder y los ricos más riqueza, no se pudo trabajar por el Reino? ¡De
ninguna manera! Dios no se dio por vencido. La Boda estaba lista, el Reino no podía
detenerse. Buscó otro camino, un plan B que resultó mejor: construir su Reino desde
abajo, desde otro lugar social, con la gente del común, con los que andaban a pie por los
cruces de los caminos, malos y buenos. El montón de gente que el mundo desechaba, los
no invitados al banquete, los que no gozaban del “mundo de privilegios”, y los gentiles
que no pertenecían al “pueblo de Dios”. Ellos aceptaron mejor la invitación, no porque
fueran mejores, sino sencillamente porque no tenían nada que perder, su condición los
hacía más asequibles a la propuesta. “Y la sala del banquete se llenó de comensales”.
La última parte de la parábola fue introducida por el redactor final del evangelio; la
versión lucana (Lc 14,15-24) no la tiene. Pero alguien no tenía traje de fiesta… y fue echado del
lugar. Alguien podía preguntar: ¿pero cómo iba a tener traje de fiesta si lo encontraron en
el camino y lo invitaron al banquete? Pero tiene su sentido simbólico. Para realizar su
proyecto Jesús no cobró derechos de autor, lo ofreció gratuitamente a toda la humanidad e
invitó a todos a construirlo, pero exigió una transformación de vida. El evangelio no
defiende de manera romántica y paternalista a los pobres, no quiere generar dependencia e
irresponsabilidad, al contrario quiere despertar las conciencias.
Tenemos varios textos donde se nos habla del traje para la fiesta, sobre todo en el
libro del Apocalipsis: el vestido blanco (Ap 3,4-5.18) o el vestido de lino fino
deslumbrante de blancura (19,8) “en todos estos pasajes el vestido blanco o el vestido de la vida y de
la gloria que nunca envejece ni pasa, es símbolo de la justicia dada por Dios (Is 61,10), y el hecho de
revestirse con este vestido es símbolo de la pertenencia a la comunidad de los redimidos… conversión en el
sentido de Jesús, es el vestido de boda y la luz que arde (Mt 5,16), es el rostro ungido con óleo (6,17), es la
música y el baile (Lc 15,25), es la alegría, la alegría del hijo que puede volver a casa y la alegría de Dios,
mayor que la tiene por noventa y nueve justos. Pero el regreso a casa sólo es auténtico cuando renueva la
vida”. (Joachim Jeremías).
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Este Evangelio es la llamada universal para hacer parte de la justicia del Reino y sus
consecuencias: alegría, fraternidad, comunión con el amor de Dios que da vida en
abundancia, bienaventuranza eterna, simbolizados en el banquete de bodas. La invitación
para disfrutar el banquete es universal. Miremos nuestra vida. ¿A cual grupo
pertenecemos? Seamos de los primeros o de los segundos, estamos invitados de igual
manera. No podemos demonizar a quienes tienen en sus manos los medios de
producción, a los empresarios, a los que se les prende la lámpara de la creación, de la
innovación, fundan empresas, dan empleo, hacen crecer económicamente una región, un
país y sacan a millones de la pobreza, de la indigencia. Al contrario ¡Esa gente la
necesitamos!
El problema no es la riqueza, el capital, los ricos, los que han tenido el privilegio de
recibir una buena formación académica y humana integral. El problema es de opciones, de
voluntad. Cuando el capital, los negocios, la producción y los resultados económicos son
el rasero con el que se mide toda actividad y la misma vida. Cuando se manipula la política,
el mercado, la ética, la religión, todo, para conseguir resultados financieros que favorecen a
una persona o a un grupo económico, pisoteando los intereses colectivos. Y en el colmo,
cuando se acude a la violencia directa, a la eliminación de todo aquel que invite al
banquete, es decir a la construcción de un mundo mejor en el cual todos tengan la
posibilidad de participar de una vida digna de ser vivida y disfrutada. Eso genera caos,
miseria, muerte para todos, finalmente todos perdemos.
Si hacemos parte del primer grupo ¡maravilloso! Estamos invitados al banquete.
Pongamos todo el servicio de la justicia del reino, juguemos limpio, pensemos en nuestra
responsabilidad social como empresa, como seres humanos, como discípulos de Jesús. No
se trata de vender todo y quedarnos en la calle. Se trata de ser buenos administradores de
lo que hemos recibido, de aprovechar al máximo las oportunidades que nos ofrece la vida
para beneficio común.
Si nos ha tocado una vida más dura, si pertenecemos a los excluidos, a los que están
al borde del camino, en las plazas, en las calles, etc., pues también estamos invitados. No
significa que estemos ahí por voluntad de Dios y que siempre vamos a permanecer en esa
situación. Podemos trabajar para hacer posible que el banquete del Reino lo disfrutemos
todos. Todos podemos dar nuestro aporte al Reino desde nuestros diferentes carismas.
Cualquiera que sea nuestra situación en la vida tendremos momentos duros, de
soledad, de carencia de algo, de crisis, etc. Además, una vida con todo colmado y con nada
por hacer se torna aburrida y sin sentido. Los problemas, las dificultades tienen la facultad,
si las sabemos enfrentar, de hacer despertar en nosotros el deseo de la lucha, el reto de
encontrar soluciones, la pasión por vivir y dignificar nuestra existencia. Son además una
oportunidad para experimentar la fuerza de Dios, Padre y Madre, manifestada en Jesús.
Para experimentar como dijo Pablo: Todo lo puede en aquel que me conforta.
Todos estamos invitados a trabajar, a luchar, a buscar juntos el Reino y participar
del banquete. ¡Pero ojo! Pongámonos el traje de fiesta. Veamos si tenemos un traje
blanqueado con la sangre del Cordero o si estamos manchados con la sangre inocente
derramada por nuestra culpa o con nuestra mirada indiferente. Cada uno puede auto
excluirse o aceptar esta invitación gratuita. El traje es la disponibilidad para compartir, para
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construir y disfrutar como hermanos del banquete de bodas, sin sentirnos los principales,
ni los últimos. Siempre disponibles para servir y dar lo mejor de nosotros mismos. Aceptar
la invitación dignamente y disponernos a vivirla es la mejor opción: pues como dice Isaías
(primera lectura): Él aniquilará la muerte, enjugará las lágrimas.... celebremos, gocemos con su
salvación... Aquí está nuestro Dios.
Oración
Dios, Padre y Madre, te bendecimos porque podemos contar siempre contigo en
nuestra búsqueda constante de felicidad. Te damos gracias por invitarnos a participar del
gran banquete del Reino. Te pedimos que no nos dejes caer en la tentación de poner los
negocios y la riqueza por encima de la vida y todo aquello que engrandece nuestra
humanidad. Te pedimos que no nos dejes caer en la tentación del egoísmo, la
mediocridad, el facilismo.
Danos la fuerza de tu Espíritu para trabajar juntos por la realización de tu plan de
salvación. Que todos podamos trabajar con fe, con esperanza, con empeño, con
creatividad, con un espíritu innovador, descubriendo las oportunidades que nos brinda el
medio. Danos un corazón generoso para buscar el bien común y disfrutar como
verdaderos hijos tuyos, como hermanos en Cristo, del banquete del Reino, de una vida
digna, alegre, bienaventurada… amen.