Salmos diarios, Ciclo I, Año Impar. Explicados
25 de diciembre, NAVIDAD
¡Si pudiéramos imaginar realmente cómo era la situación de la humanidad antes de la
venida de Cristo! ¡Si pudiéramos penetrar realmente lo que sentía la gente que esperaba al
Mesías prometido! Es tan fácil ahora que ya Cristo vino tomar su venida como un derecho
adquirido y hasta darnos el lujo de rechazar o de no importarnos lo que Dios ha hecho para
con nosotros: todo un Dios se rebaja desde su condición divina para hacerse uno como
nosotros. ¿Nos damos cuenta realmente de este misterio que, además de misterio, es el
regalo más grande que se nos haya podido dar?
¿Cómo podemos acostumbrarnos a esta idea tan excepcional? ¿Cómo podemos no
conmovernos cada Navidad ante este misterio insólito? ¿Cómo podemos no agradecer a Dios
cada 25 de diciembre por este grandísimo regalo que nos ha dado?
Los Profetas del Antiguo Testamento, nos hablan de que la humanidad se encontraba
perdida y en la oscuridad, subyugada y oprimida, hasta que vino al mundo “un Nio”. Fue así
como “el pueblo que caminaba en tinieblas vio una gran luz... se rompi el yugo, la barra que
oprimía sus hombros y el cetro de su tirano”.
Ante esta situación de opresión y de oscuridad, podemos imaginar la alegría inmensa
ante el anuncio del Ángel a los Pastores cercanos a la cueva de Belén: “Les traigo una buena
noticia, que causará gran alegría a todo el pueblo: hoy les ha nacido en la ciudad de David,
un salvador, que es el Mesías, el Seor”.
Si este “Nio” no hubiera nacido estaríamos aún bajo “el cetro del tirano”, el “príncipe
de este mundo”. Pero con la venida de Cristo, con el nacimiento de ese Nio hace dos mil
aos, se ha pagado nuestro rescate y estamos libres del secuestro del Demonio…
Con su nacimiento, vida, pasión, muerte y resurrección, Cristo vino a establecer su
reinado, “a establecerlo y consolidarlo” , desde el momento de su nacimiento “y para
siempre”. Y su Reino no tendrá fin.
Y ese Dios que se rebaja hasta nuestra condición humana, levanta nuestra condición
humana hasta su dignidad. En efecto, nos dice San Juan al comienzo de su Evangelio (Jn. 1,
1-18), que Dios concedi “a todos los que le reciben, a todos los que creen en su Nombre,
llegar a ser hijos de Dios”.
Esto que se repite muy fácilmente, pues, de tanto oírlo, sin poner la atención que
merece, se nos ha convertido en un “derecho adquirido”, es un inmenso privilegio. ¡Hijos de
Dios! ¡Lo mismo que Jesucristo! El se hace Hombre y nos da la categoría de hijos de Dios;
nos lleva de nuestro nivel de indignidad a su nivel de dignidad; de lo humano a lo divino…
Ahora, “podemos compartir la vida divina de Aquél que ha querido compartir nuestra vida
humana” ( Oracin Colecta de hoy).
Es así como “el pueblo que caminaba en tinieblas vio una gran Luz”. Y esa Luz que es
Cristo nos hace, además de hijos de Dios, herederos del Reino de los Cielos y confiere a
nuestra humanidad derechos de eternidad.
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“Resplandece ante el mundo el maravilloso intercambio que nos salva; pues al
revestirse el Hijo de nuestra frágil condición, no sólo confiere dignidad eterna a la naturaleza
humana, sino que por esta unin admirable nos hace a nosotros eternos”.
¡Oh MARAVILLOSO INTERCAMBIO!
Él, niño de pecho, para que tú puedas ser un hombre perfecto; Él, envuelto en pañales,
para que tú quedes libre del lazo de la muerte;
Él, en el pesebre, para que tú puedas estar cerca del altar; en la tierra para que tú
puedas vivir sobre las estrellas; Él, en el pesebre, para que tú puedas estar cerca del altar;
en la tierra para que tú puedas vivir sobre las estrellas.
Él, un esclavo, para que nosotros seamos hijos de Dios. ¡Qué increíble valor debe tener
nuestra vida
para que Dios venga a vivirla de tal manera! Pero ¡qué increíble amor para quererlo hacer!
Hoy, cerca de la cueva de Belén, no es día de decir: “Dios mío, te quiero”.
Es el día de asombrarse diciendo: “¡Dios mío, cmo me quieres Tú!” (San Ambrosio)
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Padre Félix Castro Morales
Fuente: http://parroquiadelasoledad.org/ (Con permiso a homiletica.org)