Salmos diarios, Ciclo I, Año Impar. Explicados
Solemnidad de María Madre de Dios
En el día primero del año la Iglesia celebra la solemnidad de Santa María, Madre de
Dios.
No hay mejor puerta que Ella para entrar en el año nuevo que Dios nos concede. El pueblo
cristiano ha acudido siempre a Santa María, Madre de Dios y Madre nuestra, buscando en Ella
refugio y consuelo, y su poderosa intercesión.
María es Madre de Dios, verdad que conocemos y repetimos, pero que, si nos fijamos
bien, es un milagro colosal, incomprensible, infinito. Todo cuanto la fe católica cree acerca de
María ilumina la fe en Cristo, pues en Él encuentra su fundamento. En Ella resplandece el
triunfo de la Gracia, la redención cumplida en una criatura humana. Por su total adhesión a la
voluntad del Padre, a la obra redentora de su Hijo, a toda moción del Espíritu Santo, la Virgen
María es para la Iglesia modelo de fe y de caridad. Asociada de modo único a la misión del
Redentor para restablecer la vida sobrenatural de los hombres, María ha sido hecha Madre
nuestra en el orden de la gracia (LG 61). En María, la Madre Virgen, verdadera Madre de
Dios, concebida Inmaculada y asunta a los cielos en cuerpo y alma, brilla sobremanera la
obra de Cristo Redentor. Con razón el bello himno mariano Akáthistos saluda a María con
estas palabras: “Salve, esperanza de bienes eternos!”.
La validez del título Madre de Dios aplicado a la Virgen María fue recordada
solemnemente en el Concilio de Éfeso (431). Hermosas son las palabras de san Cirilo de
Alejandría pronunciadas en tal ocasin: “Te saludamos, oh María, Madre de Dios, verdadero
tesoro de todo el universo, antorcha que jamás se puede extinguir, corona de las vírgenes,
cetro de la fe ortodoxa, templo incorruptible, lugar del que no tiene lugar, por quien nos ha
sido dado Aquel que es llamado bendito por excelencia”. Precisamente por ser la madre de
Jesús, María es verdaderamente Madre de Dios. El que fue concebido por obra del Espíritu
Santo y fue verdaderamente Hijo de María, es el Hijo eterno de Dios Padre, Dios mismo. La
maternidad divina de María declara al mundo la cercanía de Dios, abriéndonos al realismo de
la Encarnacin: aquel que María concibi como hombre, es el Hijo eterno del Padre, “Dios-
con-nosotros” (Mt 1, 23).
Y desde ese momento “María, Madre de Dios” es dogma de fe para los cristianos. La
Santísima Virgen María es verdaderamente Madre de Dios porque su Hijo, Jesucristo, no sólo
es Hombre, sino también Dios. Luego, es Madre de Dios. Así lo reconoció su prima Santa
Isabel cuando, “llena del Espíritu Santo” ante la presencia de María, exclamó: “Quién soy yo
para que venga a verme la Madre de mi Seor”? (Lc. 1, 41-43).
En este ambiente de la celebración del Nacimiento del Hijo, el cual nos refiere el
Evangelio de hoy (Lc. 2, 16-21) la Iglesia nos invita a celebrar el primer día de cada año a
María, Madre de Dios... y Madre nuestra: “Bendita sea por siempre la Santa Inmaculada
Concepcin de la Bienaventurada siempre Virgen María, Madre de Dios... y Madre nuestra”.
Y “tanto am Dios al mundo, que le dio su Unigénito Hijo, para que todo el que crea en
El no perezca, sino que tenga vida eterna” (Jn. 3, 16). Así también, parodiando a San Juan
Evangelista, podemos con propiedad decir que “tanto nos am María, que también Ella, nos
entregó a su Hijo único, para que todos tengamos vida eterna”.
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Por eso Ella, que nos ha engendrado a tan alto precio -nada menos que al precio de la
vida de su Hijo amadísimo- quiere que vivamos como verdaderos hijos suyos y del Padre
Eterno.
Pero pareciera que nosotros no queremos vivir así. Decimos que queremos las gracias
que nos vienen por manos de la Virgen, pero también queremos nuestra voluntad. Y las dos
cosas no pueden ir juntas. Decimos que queremos vivir bajo el manto de la Virgen, pero
también queremos vivir bajo el manto de nuestros caprichos. Decimos que queremos recibir
los dones divinos, pero creemos que nuestros propios deseos son más importantes que esos
dones.
Por eso en este primero de año, podríamos hacerle al Señor una carta en blanco, que
comenzara en imitación a la Madre de Dios, por un “Hágase en mí según tus deseos” y
terminara con un “Amén. Así sea”, dejando que El, Padre infinitamente Sabio y Bondadoso, la
llenara de sus deseos, de sus designios, de sus planes para nuestra vida.
Así podremos recibir desde este primer día del año la bendición con las palabras que
Dios mismo nos dejó y que leemos en la Primera Lectura: “El Seor los bendiga y los guarde,
haga brillar su rostro sobre ustedes y les conceda su favor, vuelva su mirada misericordiosa a
ustedes y les conceda la Paz” (Num. 6, 22-27).
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Padre Félix Castro Morales
Fuente: http://parroquiadelasoledad.org/ (Con permiso a homiletica.org)