DOMINGO 27 ORD. (A)
Lecturas: Is 5,1-7; S. 79; Flp 4,6-9; Mt 21,33-43
Homilía del P. José Ramón Martínez Galdeano,
S.J.
La viña del Señor
A quienes hayan progresado en el conocimiento
de la Biblia el tema de la vid y de la viña les puede
resultar ya algo familiar. Es frecuente en la escritura.
Hoy aparece en dos de las lecturas y en el salmo
responsorial. Podrían citarse no pocos textos más.
Hemos escuchado: “La viña del Señor es la casa de
Israel; son los hombres de Judá su plantel preferido”,
como canta Isaías; lo repite el salmo 79; se lo
recuerda Jesús a los jefes del pueblo, a los sumos
sacerdotes y a los senadores.
La parábola de hoy sigue inmediata a la del
domingo pasado. Allí Jesús hablaba de su Padre que
envió a sus dos hijos a trabajar en su viña. El hijo que
se negó pero luego se arrepintió y fue, representa a
los pecadores, es decir a los que no guardan la Ley y
las buenas costumbres, pero tras escuchar a Jesús le
creyeron y se arrepintieron. En cambio el que
respondió que iba enseguida no fue; sus palabras
fueron muy religiosas, pero no creyeron ni a Juan
Bautista ni a Jesús, como tenían que haber hecho. En
cambio muchos ignorantes y pecadores sí habían
creído. Eran peores que ellos.
Hoy alude Jesús a la convicción judía de ser un
pueblo elegido de Dios, pueblo amado de Israel, la
viña preferida, cuidada con esmero sin reparar gastos
ni esfuerzos. Sin embargo no le dieron frutos. Bastaba
con eso; no hacía falta convertirse; el Mesías vendría
para poner a Israel a la cabeza dominando el mundo.
La interpretación es clara. La viña es, desde
luego, la nación israelita. El propietario es Dios. Los
labradores encargados de hacerla fructificar son ellos,
los sumos sacerdotes y los ancianos del pueblo, que
son sus dirigentes. Pero la viña no ha dado frutos.
Pese a que el Señor ha ido enviando profetas a lo largo
de la historia, no fueron escuchados y aun los
maltrataron, como fue el caso de Jeremías y el
Bautista.
El hijo es evidentemente Jesús. Vino, no le
creyeron ni lo aceptaron, lo echarán de la viña, es
decir fuera de la ciudad de Jerusalén y allí lo matarán.
Estos datos son muy importantes, porque muestran
que Jesús tiene la conciencia clara de no ser un profeta
más, sino de ser “el Hijo” y así se lo dice; también es
un texto más entre otros de que Jesús sabe con
antelación que va a morir y que lo acepta como
voluntad del Padre.
Pero lo más importante es la conclusión obvia
que los oyentes sacaron y que Jesús corroboró:
“Arrendará la viña a otros labradores que le entreguen
los frutos a sus tiempos” y “por eso les digo que se les
quitará a ustedes el Reino de los Cielos y se dará a un
pueblo que produzca sus frutos”.
La historia de la salvación ha tenido un vuelco.
La viña del Señor no es ya el pueblo de Israel, el Reino
de los Cielos, en el que Dios reina, en donde habla y
escucha, donde derrama sus dones de gracia en
abundancia, es ahora la Iglesia, edificada sobre el
fundamento que es Cristo, esposa de Cristo, sede del
Espíritu Santo, que la penetra toda y le da la vida de
Cristo. “¿No lo han leído?: La piedra que desecharon
los arquitectos, es ahora la piedra angular. Es el Señor
quien lo ha hecho. Ha sido un milagro patente”. Así se
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lo dijo Pedro a los mismos sanedritas cuando le piden
cuentas del milagro de la curación del cojo e intentan
impedirle que hable de Jesús resucitado. Lo volverá a
repetir en su primera carta.
Igualmente San Pablo, el antiguo fariseo a
ultranza, seguirá repitiendo que ahora la salvación está
en la fe y seguimiento de Cristo. No hacen falta la
circuncisión ni someterse a las prohibiciones de
alimentos del Antiguo Testamento ni tampoco sus
sacrificios. La imagen repetida de la piedra angular
alude al modo de construir de entonces sin hierro ni
hormigón; el arco se construye piedra sobre piedra; la
piedra del vértice que lo cierra es la que viene a
sostener todo el conjunto; si se quitase, todo se
derrumbaría. En la imagen de la Iglesia como un
edificio el nuevo pueblo de Dios está construido y se
sostiene en Cristo, que es ahora su piedra angular.
Jesucristo es el principio y fin de esta Iglesia.
Ella, fundada por Jesús, se asienta sobre Cristo
resucitado, que es su piedra angular. Viña predilecta
del Señor, esta Iglesia, conserva todos los medios de
gracia que Dios ha ido dando para la salvación de los
hombres. Conserva la Palabra de Dios luz para nuestro
caminar por el desierto y la lee infaliblemente y sin
equivocarse; guarda y administra las fuentes de gracia
que son los siete sacramentos; en ellos encontramos la
fuerza para seguir hacia la tierra prometida;
proporciona a su pueblo pastores que le dan pastos
seguros y abundantes; nos asegura la presencia de
Jesús y la comunicación de su vida, recibida por
primera vez en el Bautismo, de modo que el Espíritu
Santo, tomando posesión del alma de cada creyente,
lo une a Cristo como sarmiento a la vid y lo capacita
para las obras de fe, esperanza y caridad, propias de
los hijos de Dios. No tiene otra misión en el mundo
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que conducir a los hombres a Cristo. A Él solo debe
predicar, para que todos lleguen al conocimiento de la
verdad y alcancen el perdón de los pecados. Toda la
Escritura nos habla de Él. Toda la revelación del
Antiguo Testamento lo va presintiendo. Y en el Nuevo
se manifiesta como “el camino, la verdad y la vida”.
Nadie puede llegar a Dios sino por Él. Bendito sea y
bendita sea esta Iglesia, su pueblo, su cuerpo que nos
manifiesta y nos hace participar de su vida y de su
Reino.
Más información:
http://formacionpastoralparalaicos.blogspot.co
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