Salmos diarios, Ciclo I, Año Impar. Explicados
II Semana del Tiempo Ordinario
Lunes
Salmo 109
Tú eres sacerdote para siempre. “Sólo Cristo es el verdadero sacerdote; los demás son
ministros suyos”. El sacramento que hemos recibido quienes somos sacerdotes es
participación del único sacerdocio de Cristo, a quien celebramos como el sumo y eterno
sacerdote.
Sin este sacramento, la iglesia simplemente no podría existir: no habría quien
perdonara los pecados, reconciliara a los hombres con Dios y consagrara la Eucaristía, el pan
de la vida eterna.
El Catecismo de la Iglesia nos explica que “el sacramento del orden sacerdotal otorga
una efusión especial del Espíritu Santo, que configura con Cristo al ordenado en su triple
función de sacerdote, profeta y rey, según los respectivos grados del sacramento. La
ordenación confiere un carácter espiritual indeleble: por eso no puede repetirse ni conferirse
por un tiempo determinado” (335).
En efecto, a diferencia del matrimonio, que une a los cónyuges “hasta que la muerte
los separe”, el sacerdote es “para siempre”: incluso después de la muerte, sea cual sea su
destino, seguirá siendo sacerdote.
El sacerdote, como cooperador del orden episcopal, es consagrado para predicar el
Evangelio, celebrar el culto divino, sobre todo la Eucaristía, de la que saca fuerza todo su
ministerio, y convertirse en el pastor de los fieles. Por eso es que la tradición cristiana, desde
los primeros tiempos, ha utilizado el título de “padre” para referirse al sacerdote.
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Padre Félix Castro Morales
Fuente: http://parroquiadelasoledad.org/ (Con permiso a homiletica.org)