Ciclo A. XXVII Domingo del Tiempo Ordinario A
Pedro Guillén Goñi, C.M..
Un domingo más el evangelio nos sorprende con una parábola referente al mundo
campesino. La misma vida, la Iglesia, todos, cada uno de nosotros somos la viña
del Señor. Dios nos estima sin límites y quiere que su viña florezca y dé frutos
abundantes. Sin embargo con frecuencia decepcionamos y defraudamos la
confianza que el Señor ha puesto en nosotros para cultivar su viña. Nuestra vida
personal, familiar, social está llena de frutos amargos. Podemos pensar en
experiencias concretas de nuestro diario vivir y descubrir que, junto a momentos de
sinceridad y adhesión al plan de Dios, también nuestra fe se debilita y, seducidos
por ambientes inadecuados, hacemos de su viña un lugar inapropiado. Dios nos
pone en el camino pequeñas parcelas dentro de la gran viña del mundo que
deberemos cultivar para responder al gesto amoroso que deposita cuando nos
llama a una misión determinada. Incluso, con frecuencia y cuando nuestra fe decae,
nos recuerda el proyecto pactado por medio de personas que aparecen en nuestro
camino para recordarnos lo que debemos hacer y, ante su presencia, actuamos
como en la parábola que meditamos en el día de hoy: apartamos a los emisores
porque nos molestan. No nos interesan sus recomendaciones, nos parecen
repetitivas, “pasadas de moda”
“Arrendará la via a otros labradores que le entreguen los frutos a sus tiempos”
(Mt.21,41). Esta frase es la esencial de toda la parábola. Dios nos da oportunidades
porque eternamente misericordioso, abre su corazón al perdón y confía en
nosotros, en nuestras posibilidades de cambio y conversión. Sin embargo, con
frecuencia nos vence la rutina, la instalacin, el permanecer “mustios” en la via
del Señor y, ante esta situación, ¿vamos a ser capaces de prolongar la paciencia del
Señor eternamente?, ¿vamos a “forzar” al Seor que descubra otra tierra que
ofrezca mayores garantías de cultivo donde florezca su viña y dé frutos
abundantes? Buen momento, a la luz de esta frase, para renovar nuestros
compromisos eclesiales, para convertirnos en agentes activos de la fe donde los
frutos surjan como consecuencia de nuestros propios actos en consonancia con la
acogida que hacemos de la Palabra de Dios y la disponibilidad que tenemos para
que ilumine nuestra vida y nos impulse a transmitirla a los demás.
Fuente: Somos.vicencianos.org (con permiso)