Salmos diarios, Ciclo I, Año Impar. Explicados
Semana Santa
Miércoles Santo
Salmo 68
Por tu bondad, Señor, socórreme . Dios es santidad y bondad infinita. En virtud de esta
bondad, Dios es infinitamente bueno en Sí mismo, lo es también con relación a las criaturas
y, en particular, respecto al hombre. Del amor nace su clemencia, su disponibilidad a dar y a
perdonar, la cual ha encontrado, entre otras cosas, una expresión magnífica en la parábola de
Jesús sobre el hijo pródigo, que refiere Lucas (Cf. Lc 15, 11-32). El amor se expresa en la
Providencia, con la cual Dios continúa y sostiene la obra de la creación 1 .
De modo particular el amor se manifiesta en la obra de la redención y de la
justificación del hombre, a quien Dios ofrece la propia justicia en el misterio de la cruz de
Cristo, como dice con claridad San Pablo (Cf. la Carta a los Romanos y la Carta a los Gálatas).
Así, pues, el amor que es el elemento esencial y decisivo de la santidad de Dios, por medio de
la redención y la justificación, guía al hombre a su santificación con la fuerza del Espíritu
Santo 2 .
La Semana santa nos lleva a meditar en el sentido de la cruz, en la que «alcanza su
culmen la revelación del amor misericordioso de Dios» (cf. Dives in misericordia, 8). Dios nos
ha salvado por su infinita misericordia. Para redimir a la humanidad nos entregó libremente a
su Hijo unigénito. ¿Cómo no darle gracias? La historia está iluminada y dirigida por el evento
incomparable de la redención: Dios, rico en misericordia, ha derramado sobre todo ser
humano su infinita bondad por medio del sacrificio de Cristo.
Por tanto, nuestra respuesta a la infinita bondad de Dios, que siempre nos socorre ha
de ser nuestra diaria conversión, como un impulso a volver a los brazos de Dios, Padre tierno
y misericordioso, a fiarnos de él, a abandonarnos a él como hijos adoptivos, regenerados por
su amor. La Iglesia, con sabia pedagogía, repite que la conversión es ante todo una gracia,
un don que abre el corazón a la infinita bondad de Dios. Él mismo previene con su gracia
nuestro deseo de conversión y acompaña nuestros esfuerzos hacia la plena adhesión a su
voluntad salvífica. Así, convertirse quiere decir dejarse conquistar por Jesús (cf. Flp 3, 12) y
‘volver’ con él al Padre 3 ; y hacer efectiva la respuesta que hemos dado al salmo: Por tu
bondad, Señor, socórreme.
1 JUAN PABLO II, AUDIENCIA GENERAL, 18 de diciembre de 1985
2 Ibidem
3 BENEDICTO XVI, AUDIENCIA GENERAL, 6 de febrero de 2008
2
Padre Félix Castro Morales
Fuente: http://parroquiadelasoledad.org/ (Con permiso a homiletica.org)