Salmos diarios, Ciclo I, Año Impar. Explicados
Semana Santa
JUEVES SANTO
Con la Misa vespertina de hoy damos inicio al Triduo Pascual. Hasta esta hora, el
Jueves pertenece a la Cuaresma. Con la Eucaristía de esta tarde entramos ya en la Pascua.
Como la última Cena fue un «anticipo» de lo que luego iba a pasar en la cruz,
anticipando la entrega del Cuerpo y Sangre de Cristo en el sacramento del pan y del vino,
así la Eucaristía de hoy es un anticipo de la Pascua de Cristo, de su Muerte y Resurrección.
La Misa de hoy, al recordar la última Cena de Cristo, no es la Eucaristía más importante: lo
será la de la Vigilia Pascual, pasado mañana.
Para los judíos (1ª. lectura), la Pascua es la celebración anual del gran
acontecimiento de su primera Pascua, su éxodo, su liberación de la esclavitud, con el paso
del Mar Rojo y la alianza del Sinaí.
Para los cristianos (2ª. lectura), esta celebración adquiere un nuevo sentido: es la
Pascua de Jesús, su muerte y resurrección, de la que hacemos por encargo del mismo
Cristo, un memorial: la Eucaristía, en forma de comida. En ese pan partido y en esa copa de
vino, nos ha asegurado Él mismo, que nos da su propia persona, su Cuerpo y su Sangre,
para que tengamos su propia vida.
Con la institución de la Eucaristía, Jesús comunica a los Apóstoles la participación
ministerial en su sacerdocio, el sacerdocio de la Alianza nueva y eterna, en virtud de la cual
él, y sólo él, es siempre y por doquier artífice y ministro de la Eucaristía. Los Apóstoles, a su
vez, se convierten en ministros de este excelso misterio de la fe, destinado a perpetuarse
hasta el fin del mundo. Se convierten, al mismo tiempo, en servidores de todos los que van
a participar de este don y misterio tan grandes.
La Eucaristía, el supremo sacramento de la Iglesia, está unida al sacerdocio
ministerial, que nació también en el Cenáculo, como don del gran amor de Jesús, que
“sabiendo que había llegado la hora de pasar de este mundo al Padre, habiendo amado a los
suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo” (Jn 13, 1).
La eucaristía, el sacerdocio y el mandamiento nuevo del amor. ¡Este es el memorial
vivo que contemplamos hoy, Jueves Santo! (Cfr. Juan Pablo II, Misa “in cena domini” (20 de
abril de 2000):
1º.) La institución de la Sagrada Eucaristía : Cada vez que por orden del
Señor, nos reunimos a celebrar la Cena del Señor, se transforma el pan en su propio Cuerpo
y el vino en su propia Sangre: “Esto es mi cuerpo, que se entrega por ustedes”; “Este cáliz
es la nueva alianza que se sella con mi sangre”; así, Jesús se nos da como alimento en la
Sagrada Comunión.
San Agustín dice que “si ustedes mismos son Cuerpo y miembros de Cristo, son el
sacramento que es puesto sobre la mesa del Señor, y reciben este sacramento suyo.
Responden «amén» (es decir, «Si», «es verdad») a lo que reciben, con lo que, respondiendo,
lo reafirman. Oyes decir «el Cuerpo de Cristo», y respondes «amén». Por lo tanto, sé tú
verdadero miembro de Cristo para que tu amén sea también verdadero” (S. AGUSTÍN,
serm. 272)
2
2º.) El sacerdocio ministerial : Jesús quiso elegir de entre el pueblo a algunos que se
consagraran a Él, para continuar en ellos su obra salvadora. En efecto, el ministro consagrado
posee, en verdad, el papel del mismo Sacerdote, Cristo Jesús. El sacerdote es asimilado al
Sumo Sacerdote Jesús, por la consagración sacerdotal: goza de la facultad de actuar por el
poder y en la persona de Cristo mismo, a quien representa (Cfr. Virtute ac persona ipsius
Christi; PÍO XII, enc Mediator Dei)
En efecto, “Cristo es la fuente de todo sacerdocio, y por eso, el sacerdote, actúa en
representación suya” (S. TOMÁS DE A., STh 3, n, 4)).
Que todos reverencien a los diáconos como a Jesucristo, como también al obispo, que es
imagen del Padre, y a los presbíteros como al senado de Dios y como a la asamblea de los
Apóstoles: sin ellos no se puede hablar de Iglesia (S. IGNACIO DE ANTIOQUÍA, Trall. 3, 1)
Grandeza obliga; así, san Gregorio Nacianceno, siendo joven sacerdote, exclama: “Es
preciso comenzar por purificarse antes de purificar a los otros; es preciso ser instruido para
poder instruir, es preciso ser luz para iluminar, acercarse a Dios para acercarle a los demás,
ser santificado para santificar, conducir de la mano y aconsejar con inteligencia (or. 2, 71).
Se de quién somos ministros, dónde nos encontramos y a dónde nos dirigimos. Conozco la
altura de Dios y la flaqueza del hombre, pero también su fuerza (ibíd. 74). Por tanto, ¿quién
es el sacerdote? Es el defensor de la verdad, se sitúa junto a los ángeles, glorifica con los
arcángeles, hace subir sobre el altar de lo alto las víctimas de los sacrificios, comparte el
sacerdocio de Cristo, restaura la criatura, restablece [en ella] la imagen [de Dios], la recrea
para el mundo de lo alto, y, para decir lo más grande que hay en Él, es divinizado y diviniza
(ibíd. 73).
3º.) El amor y el servicio a los demás, la proclamación del gran precepto, cuyo
cumplimiento nos manifiesta discípulos de Jesucristo, el mandato del amor. Los apóstoles
discutían quien era el mayor entre ellos, Jesús le respondió: El que quiera ser grande entro
ustedes, deberá amar y servir a los demás. Porque ni aún el Hijo del Hombre vino para que le
sirvan, sino para amar y servir, y dar su vida como rescato por todos (Cfr. Mc.10:43.45).
El Jueves santo nos exhorta a no dejar que, en lo más profundo, el rencor hacia el otro
se transforme en un envenenamiento del alma. Nos exhorta a purificar continuamente
nuestra memoria, perdonándonos mutuamente de corazón, lavándonos los pies los unos a los
otros, para poder así participar juntos en el banquete de Dios.
El Jueves santo es un día de gratitud y de alegría por el gran don del amor hasta el
extremo, que el Señor nos ha hecho. Oremos al Señor, en esta hora, para que la gratitud y la
alegría se transformen en nosotros en la fuerza para amar juntamente con su amor.
3
Padre Félix Castro Morales
Fuente: http://parroquiadelasoledad.org/ (Con permiso a homiletica.org)