Salmos diarios, Ciclo I, Año Impar. Explicados
Semana Santa
VIERNES SANTO
Los frutos de la cruz
Hoy es el primer día del Triduo Pascual, que inauguramos con la Eucaristía vespertina
de ayer. De esa gran unidad que forman la muerte y la resurrección de Jesús y que
llamamos «Pascua», hoy celebramos de modo intenso el primer acto, la « Pascha
Crucifixionis ». Aunque este recuerdo de la muerte está ya hoy lleno de esperanza y victoria.
A su vez, la fiesta de la Resurrección, a partir de la Vigilia Pascual, seguirá teniendo
presente el paso por la muerte: «Cristo, nuestra Pascua, fue inmolado», diremos en el
prefacio pascual.
Los frutos de la Cruz no se hicieron esperar. Uno de los ladrones, después de
reconocer sus pecados, se dirige a Jesús: “Seor, acuérdate de mí cuando estés en tu
reino”. Le habla con la confianza que le otorga el ser compaero de suplicio. Seguramente
habría oído hablar antes de Cristo, de su vida, de sus milagros. Ahora ha coincidido con Él
en los momentos en que parece estar oculta su divinidad. Pero ha visto su comportamiento
desde que emprendieron la marcha hacia el Calvario: su silencio que impresiona, su mirar
lleno de compasión ante las gentes, su majestad grande en medio de tanto cansancio y de
tanto dolor. Estas palabras que ahora pronuncia no son improvisadas: expresan el resultado
final de un proceso que se inició en su interior desde el momento en que se unió a Jesús.
Para convertirse en discípulo de Cristo no ha necesitado de ningún milagro; le ha bastado
contemplar de cerca el sufrimiento del Señor. Escuchó el Señor emocionado, entre tantos
insultos, aquella voz que le reconocía como Dios. Debió producir alegría en su corazón,
después de tanto sufrimiento. Yo te aseguro, le dijo, que hoy mismo estarás conmigo en el
Paraíso.
La eficacia de la Pasión no tiene fin. Ha llenado el mundo de paz, de gracia, de
perdón, de felicidad en las almas, de salvación. Aquella Redención que Cristo realizó una
vez, se aplica a cada hombre, con la cooperación de su libertad. Cada uno de nosotros
puede decir en verdad: “el Hijo de Dios me am y se entreg por mí”. No ya por “nosotros”,
de modo genérico, sino por mí, como si fuese único. Se actualiza la Redención salvadora de
Cristo cada vez que en el altar se celebra la Santa Misa.
“Jesucristo quiso someterse por amor, con plena conciencia, entera libertad y corazn
sensible (...). Nadie ha muerto como Jesucristo, porque era la misma vida. Nadie ha
expiado el pecado como Él, porque era la misma pureza”. Nosotros estamos recibiendo
ahora copiosamente los frutos de aquel amor de Jesús en la Cruz. Slo nuestro “no querer”
puede hacer baldía la Pasión de Cristo.
Muy cerca de Jesús está su Madre , con otras santas mujeres. También está allí
Juan, el más joven de los Apóstoles. Jesús, viendo a su Madre y al discípulo a quien amaba,
que estaba allí, dijo a su madre: “Mujer, he ahí a tu hijo. Luego dijo al discípulo: He ahí a tu
madre. Y desde aquel momento el discípulo la recibi en su casa”. Jesús, después de darse
a sí mismo en la última Cena, nos da ahora lo que más quiere en la tierra, lo más precioso
que le queda. Le han despojado de todo. Y Él nos da a María como Madre nuestra.
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Este gesto tiene un doble sentido . Por una parte se preocupa de la Virgen,
cumpliendo con toda fidelidad el cuarto Mandamiento del Decálogo. Por otra, declara que
Ella es nuestra Madre. “La Santísima Virgen avanz también en la peregrinacin de la fe, y
mantuvo fielmente su unión con el Hijo hasta la Cruz, junto a la cual, no sin designio divino,
se mantuvo de pie” (Jn 19, 25), sufriendo profundamente con su Unigénito y asociándose
con entrañas de madre a su sacrificio, consintiendo amorosamente en la inmolación de la
Víctima que Ella misma había engendrado; y, finalmente, fue dada por el mismo Cristo
Jesús, agonizante en la Cruz, como madre al discípulo, en quien todos estamos
representados.
Con María, nuestra Madre, nos será más fácil, y por eso le cantamos con el himno
litúrgico: “¡Oh dulce fuente de amor!, hazme sentir tu dolor para que llore contigo. Hazme
contigo llorar y dolerme de veras de sus penas mientras vivo; porque deseo acompañar en
la cruz, donde le veo, tu corazón compasivo. Haz que me enamore su cruz y que en ella
viva y more...”
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Padre Félix Castro Morales
Fuente: http://parroquiadelasoledad.org/ (Con permiso a homiletica.org)