XXVII Semana del Tiempo Ordinario A (Año Impar)
Jueves
“Pedid, buscad, llamad. Se os dará, hallaréis, se os abrirá”
I. Contemplamos la Palabra
Lectura de la profecía de Malaquías 3, 13 – 4,2ª
«Vuestros discursos son arrogantes contra mí –oráculo del Señor–. Vosotros
objetáis: "¿Cómo es que hablamos arrogantemente?" Porque decís: "No vale la
pena servir al Señor; ¿qué sacamos con guardar sus mandamientos?; ¿para qué
andamos enlutados en presencia del Señor de los ejércitos? Al contrario: nos
parecen dichosos los malvados; a los impíos les va bien; tientan a Dios, y
quedan impunes." Entonces los hombres religiosos hablaron entre sí: "El Señor
atendió y los escuchó." Ante él se escribía un libro de memorias a favor de los
hombres religiosos que honran su nombre. Me pertenecen –dice el Señor de los
ejércitos– como bien propio, el dia que yo preparo. Me compadeceré de ellos,
como un padre se compadece del hijo que lo sirve. Entonces veréis la diferencia
entre justos e impíos, entre los que sirven a Dios y los que no lo sirven. Porque
mirad que llega el día, ardiente como un horno: malvados y perversos serán la
paja, y los quemaré el día que ha de venir –dice el Señor de los ejércitos–, y no
quedará de ellos ni rama ni raíz. Pero a los que honran mi nombre los iluminará
un sol de justicia que lleva la salud en las alas.»
Sal 1 R/. Dichoso el hombre que confía en el Señor
Dichoso aquel que no se guía por mundanos criterios,
que no anda en malos pasos
ni se burla del bueno,
que ama la ley de Dios
y se goza en cumplir sus mandamientos. R/.
Es como un árbol plantado junto al río,
que da fruto a su tiempo
y nunca se marchita.
En todo tendrá éxito.R/.
En cambio los malvados serán
como la paja barrida por el viento.
Porque el Señor protege el camino del justo
y al malo sus caminos acaban por perderlo. R/.
Lectura del santo evangelio según san Lucas 11,5-13
En aquel tiempo, dijo Jesús a los discípulos: «Si alguno de vosotros tiene un
amigo, y viene durante la medianoche para decirle: "Amigo, préstame tres
panes, pues uno de mis amigos ha venido de viaje y no tengo nada que
ofrecerle." Y, desde dentro, el otro le responde: "No me molestes; la puerta está
cerrada; mis niños y yo estamos acostados; no puedo levantarme para
dártelos." Si el otro insiste llamando, yo os digo que, si no se levanta y se los da
por ser amigo suyo, al menos por la importunidad se levantará y le dará cuanto
necesite. Pues así os digo a vosotros: Pedid y se os dará, buscad y hallaréis,
llamad y se os abrirá; porque quien pide recibe, quien busca halla, y al que
llama se le abre. ¿Qué padre entre vosotros, cuando el hijo le pide pan, le dará
una piedra? ¿O si le pide un pez, le dará una serpiente? ¿O si le pide un huevo,
le dará un escorpión? Si vosotros, pues, que sois malos, sabéis dar cosas buenas
a vuestros hijos, ¿cuánto más vuestro Padre celestial dará el Espíritu Santo a los
que se lo piden?»
II. Oramos con la Palabra
SEÑOR, haciendo mías tus palabras, y en tu nombre, le pido insistentemente al
Padre que me envíe tu Espíritu Santo. Pedir, en tu nombre y con fe, lo necesario
para mi salvación, es una oración infalible. ¡Padre, en nombre de Jesús, dame el
Espíritu Santo! Estoy seguro de recibirlo.
Esta oración está incluida en el libro: Evangelio 2011 de
EDIBESA.
III. Compartimos la Palabra
“No vale la pena servir al Seor. ¿Qué ganamos con guardar sus
mandamientos?” Esto que recoge Malaquías como quejas de los israelitas contra
el Señor no es exclusivo de su tiempo, sino una tentación intemporal. Con fe, no
sólo se gana mucho, se gana todo; sin ella y mirando sólo de tejas abajo, no
siempre “sirviendo al Seor y guardando sus mandamientos” somos más ricos,
más sanos ni tenemos opcin a más “placeres”.
El Evangelio nos habla hoy de la oración, bien entendido que orar es tratar con
Dios en amistad, en filiación. Entre los muchos matices de la oración, hoy
encontramos la oración de petición, su necesidad, su eficacia y el modelo a
seguir.
Dime qué y cómo pides y te diré en qué Dios – o dios - crees
Hay quien confunde a Dios con un oficinista ante quien conviene ir con los
papeles correctamente rellenados y el DNI en la mano por si no nos conoce.
Peor aún es confundirle con un policía ante quien es mejor no tener necesidad
de encontrarnos. De ahí que el concepto que tengamos de Dios –o dios-
redefinirá nuestra postura ante él y nuestra oración.
Nosotros tenemos a Dios como Padre y nos sentimos hijos. Así, oramos porque
nos fiamos de Dios, porque confiamos en él, con toda la profundidad que la
confianza encierra. Así nos lo ense Jesús: “Cuando oréis, decid: Padre…” (Lc
11,2)
Pedid, buscad, llamad
Orar sí, ¿pero pedir? “Vuestro Padre conoce las cosas de que tenéis necesidad
antes que se las pidáis” (Mt 6,8). El hombre y el mundo no están hechos, según
la Biblia, defectuosamente, para que acudamos a su Hacedor pidiendo
reparaciones. Más todavía, no podemos pedir aquello que él ya nos ha dado
potencialmente, lo que nos corresponde hacer a nosotros.
Cierto, pero más cierta –por constatable- es nuestra indigencia, y las palabras
inequívocas de Jesús hoy en el Evangelio: “Pedid, buscad, llamad”. Pidamos,
pues, pero como piden los hijos, como piden los niños. Busquemos, hagámoslo
sin descanso, pero con un corazón limpio. Llamemos, a la hora que sea del día o
de la noche, como hacen los que se sienten de la familia.
Oración y confianza. Confianza y oración
Ya lo hemos indicado. La oración se fundamenta en la confianza. De tal forma,
que aquélla se genera sin necesidad de pedir muchas cosas, pero nunca sin
confianza en el Dios a quien nos dirigimos. Confianza que no crece o decrece por
el hecho de no conseguir siempre lo que se pide, sino que se mantiene sabiendo
que Dios siempre nos concede ser mejores, más humanos, más cristianos y
mejores discípulos. “Pues, si vosotros, que sois malos, sabéis dar cosas buenas a
vuestros hijos, cuánto más vuestro Padre del cielo dará el Espíritu Santo a los
que se lo piden”. El Espíritu Santo, compatible con la carencia de “bienes” que,
como humanos, quisiéramos obtener. Llegará el día en que rezaremos más que
nunca y no pediremos nada. Nos abriremos, únicamente, para mostrarle, como
si no lo supiera, lo que somos y, sobre todo, lo que no somos todavía, y,
fiándonos totalmente de él, esperaremos que haga lo que un Padre siempre
hace.
Fray Hermelindo Fernández Rodríguez
La Virgen del Camino
Con permiso de dominicos.org