EVANGELIO DEL DIA
¿ Señor, a quién iremos?. Tú tienes palabras de vida eterna. Jn 6, 68
Jueves de la XXVIII Semana del Tiempo Ordinario
Carta de San Pablo a los Romanos 3,21-30.
Pero ahora, sin la Ley, se ha manifestado la justicia de Dios atestiguada por la Ley
y los Profetas:
la justicia de Dios, por la fe en Jesucristo, para todos los que creen. Porque no hay
ninguna distinción:
todos han pecado y están privados de la gloria de Dios,
pero son justificados gratuitamente por su gracia, en virtud de la redención
cumplida en Cristo Jesús.
El fue puesto por Dios como instrumento de propiciación por su propia sangre,
gracias a la fe. De esa manera, Dios ha querido mostrar su justicia:
en el tiempo de la paciencia divina, pasando por alto los pecados cometidos
anteriormente, y en el tiempo presente, siendo justo y justificado a los que creen
en Jesús.
¿Qué derecho hay entonces para gloriarse? Ninguna. Pero, ¿en virtud de qué ley se
excluye ese derecho? ¿Por la ley de las obras? No, sino por la ley de la fe.
Porque nosotros estimamos que el hombre es justificando por la fe, sin las obras de
la Ley.
¿Acaso Dios es solamente el Dios de los judíos? ¿No lo es también de los paganos?
Evidentemente que sí,
porque no hay más que un solo Dios, que justifica por medio de la fe tanto a los
judíos circuncidados como a los paganos incircuncisos.
Salmo 130(129),1-2.3-4b.4c-6.
Canto de peregrinación. Desde lo más profundo te invoco, Señor,
¡Señor, oye mi voz! Estén tus oídos atentos al clamor de mi plegaria.
Si tienes en cuenta las culpas, Señor, ¿quién podrá subsistir?
Pero en ti se encuentra el perdón, para que seas temido.
Pero en ti se encuentra el perdón, para que seas temido.
Mi alma espera en el Señor, y yo confío en su palabra.
Mi alma espera al Señor, más que el centinela la aurora. Como el centinela espera
la aurora,
Evangelio según San Lucas 11,47-54.
¡ Ay de ustedes, que construyen los sepulcros de los profetas, a quienes sus
mismos padres han matado!
Así se convierten en testigos y aprueban los actos de sus padres: ellos los mataron
y ustedes les construyen sepulcros.
Por eso la Sabiduría de Dios ha dicho: Yo les enviaré profetas y apóstoles: matarán
y perseguirán a muchos de ellos.
Así se pedirá cuanta a esta generación de la sangre de todos los profetas, que ha
sido derramada desde la creación del mundo:
desde la sangre de Abel hasta la sangre de Zacarías, que fue asesinado entre el
altar y el santuario. Sí, les aseguro que a esta generación se le pedirá cuenta de
todo esto.
¡Ay de ustedes, doctores de la Ley, porque se han apoderado de la llave de la
ciencia! No han entrado ustedes, y a los que quieren entrar, se lo impiden".
Cuando Jesús salió de allí, los escribas y los fariseos comenzaron a acosarlo,
exigiéndole respuesta sobre muchas cosas
y tendiéndole trampas para sorprenderlo en alguna afirmación.
Leer el comentario del Evangelio por
Baudoin de Ford (hacia 1190) abad cisterciense
El Sacramento del altar, II, 1
«Los escribas y fariseos se confabularon contra Jesús»
Los que han derramado la sangre de Cristo no lo han hecho con el fin de
borrar los pecados del mundo... Pero, inconscientemente, han sido servidores del
plan de salvación. La salvación del mundo que se seguiría, no era debida a su
poder, ni a su voluntad, ni a su intención, ni a su acto, sino únicamente al poder, a
la voluntad, a la intención y al acto de Dios. En efecto, en esta efusión de sangre,
no era sólo el odio de sus perseguidores quien actuaba, sino también el amor del
Salvador. El odio ha hecho su propia obra de odio, el amor ha hecho su obra de
amor. No es el odio sino el amor el que realiza la salvación.
Derramando la sangre de Cristo, el odio se derramó él mismo, «para que se
revelaran los pensamientos de muchos corazones» (Lc 2,35). También el amor,
derramando la sangre de Cristo, se derramó él mismo para que el hombre sepa
cuánto Dios le ama: «hasta el punto de no ahorrar a su propio Hijo» (Rm 8,32).
«Porque tanto amó Dios al mundo que le ha entregado su Hijo único» (Jn 3,16)
Este Hijo único ha sido ofrecido, no porque la voluntad de sus enemigos haya
prevalecido, sino porque él mismo lo ha querido. «Ha amado a los suyos, y los ha
amado hasta el fin» (Jn 13,1). El fin es la muerte aceptada en bien de los que ama
: éste es el fin de toda perfección, el fin del amor perfecto. «Porque no hay amor
más grande que el que da la vida por los que ama» (Jn 15,13).
servicio brindado por el Evangelio del Día, www.evangeliodeldia.org”