XXVIII Tiempo Ordinario del ciclo A.
El método educativo paternal de Dios.
Estimados hermanos y amigos:
Hoy meditamos la parábola de las Bodas del Cordero con la humanidad redimida,
que San Mateo expone en los primeros catorce versículos del capítulo veintidós de
su Evangelio. Para interpretar correctamente este texto, debemos pensar que Dios,
después de concluir la instauración de su Reino entre nosotros, recuerda la historia
de las relaciones que, a lo largo de los milenios que le concedió a la humanidad
para que optara por ser santificada, mantuvo con los hombres. El texto mateano es
sobrecogedor, porque recuerda la salvación que los creyentes ansiamos -y de
hecho ya experimentamos en nuestro interior-, y la condenación de quienes,
teniendo la plena certeza de que Dios existe, se niegan a creer en El, con tal de no
someterse a lo mejor que puede sucedernos, que es el cumplimiento de su voluntad
en nuestra vida.
Jesús nos dice en el Evangelio de hoy:
""El Reino de los cielos es semejante a un rey que celebró el banquete de bodas
de su hijo" (MT. 22, 2).
El Rey mencionado por nuestro Señor en la parábola que estamos considerando,
es nuestro Santo Padre celestial. La boda a que hace alusión nuestro Redentor, es
la conclusión de la instauración del Reino mesiánico entre nosotros, es decir,
nuestra santificación plena, y el total exterminio del mal del mundo.
"Envió sus siervos a llamar a los invitados a la boda, pero no quisieron venir"
(MT. 22, 3).
Los invitados de quienes nos habla Jesús, son sus hermanos de raza, los cuales
fueron los primeros que tuvieron la dicha de conocer a nuestro Padre común, y, los
siervos de Dios, son los grandes personajes del Antiguo Testamento, que actuaron
cumpliendo la voluntad de nuestro Padre común, según les permitieron hacerlo la
superación de sus defectos y la grandeza de su fe.
¿Por qué muchos de los hermanos de raza de nuestro Salvador no quisieron
someterse a Yahveh en tiempos del Antiguo Testamento, ni aceptar el Evangelio de
su salvación, que les fue predicado por Jesús? Para responder esta pregunta,
bástenos pensar en las dificultades que tanto nosotros como nuestros prójimos
tenemos, para actuar como verdaderos cristianos.
"Envió todavía otros siervos, con este encargo: Decid a los invitados: "Mirad, mi
banquete está preparado, se han matado ya mis novillos y animales cebados, y
todo está a punto; venid a la boda." Pero ellos, sin hacer caso, se fueron el uno a
su campo, el otro a su negocio; y los demás agarraron a los siervos, los
escarnecieron y los mataron" (MT. 22, 4-6).
Jesús nos recuerda cómo muchos de sus hermanos de raza cambiaron el
cumplimiento de la voluntad de Dios por el cumplimiento de sus deseos, y cómo
otros tantos asesinaron a los Profetas de Yahveh, incluyéndolo a El, según vimos en
la parábola de los viñadores malvados, que reflexionamos el Domingo XXVII
Ordinario (MT. 21, 33-43).
¿Cumplimos nosotros la voluntad de Dios, o nos hemos creado una divinidad a
nuestra imagen y semejanza?
¿Aceptamos plenamente el cumplimiento de la voluntad de Dios en nuestra vida,
o solo le prestamos atención a los aspectos de nuestra religión que nos interesan?
¿Somos conscientes de que nuestras acciones influirán en gran manera sobre el
futuro que nos aguarda, tanto en esta vida, como después de nuestro fallecimiento,
y de que Dios concluya la instauración de su Reino entre nosotros?
"SE airó el rey y, enviando sus tropas, dio muerte a aquellos homicidas y prendió
fuego a su ciudad" (MT. 22, 7).
El versículo del Evangelio de San Mateo que estamos considerando, nos recuerda
cómo el Judaísmo dejó de ser la religión oficial del pueblo de Dios, para darle paso
al Cristianismo. Este texto no sólo nos recuerda el citado hecho, pues también nos
trae a la memoria el incendio provocado en el Templo de Jerusalén por los soldados
de Tito y Vespasiano el año setenta del siglo I, el cuál actuó debilitando el orgullo
de los palestinos, para quienes el Templo era símbolo de su poder político y
religioso. Admirable fue el valor de quienes murieron dentro de la Ciudad Santa
sucumbiendo bajo el fuego, con tal de no vivir sometidos a sus dominadores. Flavio
Josepho describió el angustioso relato de cómo muchos de sus hermanos de raza se
organizaron en Masada para asesinarse unos a otros, para evitar vivir bajo el
dominio de sus colonizadores romanos, unos años después de que aconteciera el
incendio de Jerusalén.
Sigamos meditando el Evangelio de hoy.
Dado que los miembros del primer pueblo de Dios le fallaron a Yahveh, ¿se
quedarían frustrados los planes del Todopoderoso de tener una familia santa?
"Entonces dice a sus siervos: "La boda está preparada, pero los invitados no eran
dignos. Id, pues, a los cruces de los caminos y, a cuantos encontréis, invitadlos a la
boda."" (MT. 22, 8-9).
En los cruces de los caminos de la vida mencionados por el Rey de la parábola
que estamos considerando, deberíamos estar los cristianos, predicando el Evangelio
infatigablemente, para aumentar el número de nuestros hermanos de fe,
renunciando a depositar esa gran responsabilidad exclusivamente en los religiosos,
a pesar de que muchos de los tales no desean que los laicos prediquemos la
Palabra de Dios.
Estos últimos invitados de quienes se nos habla en el Evangelio de hoy, son
paganos, aunque sabemos que entre ellos, también habrá muchos hermanos de
raza de nuestro Salvador. El poder en el Reino de Dios no le fue quitado al pueblo
de nuestro Redentor, sino a los líderes religiosos que intentaban crear un dios
conforme a sus intereses materiales.
"Los siervos salieron a los caminos, reunieron a todos los que encontraron, malos
y buenos, y la sala de bodas se llenó de comensales" (MT. 22, 10).
Muchas veces, cuando algunos cristianos nos vemos tan solos en el mundo de tal
manera que no tenemos a nadie con quien hablar de Dios que comprenda nuestros
sentimientos, acabamos agobiados, pensando que el poder del demonio y del
pecado parece imparable, y, mientras perdemos el tiempo meditando sobre las
ideas resultantes de nuestra escasez de fe y esperanza vivas, Jesús, en la parábola
que estamos meditando, nos dice que muchos de los invitados a las Bodas del
Cordero habían sido malos, y, además, la sala de bodas, estaba llena de invitados.
Nosotros creemos que estamos solos, que no tenemos hermanos de fe en este
mundo, mientras que Dios tiene todo un ejército de almas orantes que viven para
alabarlo y pedirle que salve a toda la humanidad. ¿Nos damos cuenta de lo que
logramos al tener tan poca fe?
¿Por qué te preocupas por tus familiares no creyentes o por los que han incurrido
en el pecado de dejarse arrastrar por ciertos vicios? Cambia tu preocupación por
confianza en la misericordia de Dios, pues El es el único que jamás te defraudará.
Tú no puedes salvar a quienes amas, pero para Dios todo es posible.
"Entró el rey a ver a los comensales, y al notar que había allí uno que no tenía
traje de boda, le dice: "Amigo, ¿cómo has entrado aquí sin traje de boda?" El se
quedó callado. Entonces el rey dijo a los sirvientes (los ángeles): "Atadle de pies y
manos, y echadle a las tinieblas de fuera; allí será el llanto y el rechinar de
dientes."" (MT. 22, 11-13).
El rey de la parábola que estamos meditando, fiel a la costumbre de los judíos de
alta posición social, les dio a sus invitados el traje que tenían que ponerse para
asistir a la boda de su Hijo. Sabemos que en todas las familias hay una oveja
negra. Hubo un invitado que, cuando concluyó el tiempo de las oportunidades que
tenía para ser santificado, siguió empeñado en adaptar a Dios al cumplimiento de
sus caprichos, lo cual le costó la expulsión del Reino de Dios.
Dios llamó amigo a aquel de sus invitados que se condenó porque no se vistió el
traje de bodas, pero, aunque en ningún momento le mostró que lo odiaba, no le
impidió la citada condenación, porque el citado invitado había elegido su destino.
"Porque muchos son llamados, mas pocos escogidos" (MT. 22, 14).
Esta frase de nuestro Señor, referida a los líderes religiosos de su país, puede
tener su repercusión sobre nosotros, pues, habiendo sido muchos los invitados a
vivir en la presencia del Dios Uno y Trino, ¿cuántos de nosotros elegirán un destino
contrario a aquél al que los ha destinado la voluntad de quien quiere que todos los
pecadores se conviertan, para que El los salve y sean sanados?
Nuestro Santo Padre, nos dice en la Biblia:
"Y ahora, Israel, ¿qué te pide tu Dios, sino que temas a Yahveh tu Dios, que sigas
todos sus caminos, que le ames, que sirvas a Yahveh tu Dios con todo tu corazón y
con toda tu alma, que guardes los mandamientos de Yahveh y sus preceptos que
yo te prescribo hoy para que seas feliz?" (DT. 10, 12-13).
La cuestión que nos ocupa es simple. Dios no necesita nada de nosotros, pero si
vivimos para amarle y amarnos, además de ser felices en este mundo dentro de
nuestras posibilidades, gozaremos de la vida eterna. ¿Quién se resistirá a renunciar
a tan grandes dones que Dios ha preparado para nosotros?
(José Portillo Pérez)..