Ciclo A. XXVIII Domingo del Tiempo Ordinario A
Pedro Guillén Goñi, C.M..
El evangelio de Mateo nos sigue presentando algunas características fundamentales
de la irrupción del Reino de Dios en el mundo y de las consecuencias que se
deducen para nuestra vida. Los domingos precedentes nos mostraba este Reino de
Dios con una comparación extraída del mundo rural, la viña, y hoy nos lo presenta
por medio del banquete en el que Dios nos ofrece con abundancia y profusión los
manjares más apetitosos para que podamos participar en una comida alegre, en
intimidad, en diálogo distendido, en familia como antesala del encuentro final en el
reino celestial.
Dios nos invita a su banquete del reino como signo de amistad, de su confianza, del
amor que nos tiene. Puede suceder que antepongamos nuestros intereses
personales, nuestras ocupaciones y preocupaciones, nuestros negocios y proyectos,
a la buena voluntad de Dios que nos llama a compartir con Él mesa y mantel,
experiencia de un Dios cercano que viene a nosotros para allanar el camino. No le
gusta al Señor que rechacemos su invitación porque sabe que necesitamos de su
presencia y compañía para fortalecer nuestra relación con Él pero acepta nuestra
decisión y no fuerza nuestra voluntad cuando ponemos excusas y no acudimos a su
llamada. Aunque reaccionemos de esa manera el banquete no se suspenderá ya
que siempre habrá personas con disponibilidad y acogida que responderán
positivamente a la llamada del Señor.
Él mismo se nos ofrece como banquete. Jesús, al instituir la Eucaristía en la Última
Cena (Mt. 26, 26-29), nos entrega su propio Cuerpo y su propia Sangre para nutrir
y fortalecer nuestra vida de fe, como alimento imprescindible para proseguir
nuestro camino de identificación con Él y anticipo y garantía del banquete celestial.
¿Somos conscientes realmente de la invitación que Jesús nos hace en el “partir y
compartir” el pan eucarístico? ¿Valoramos nuestra participación en la Eucaristía en
su justa medida? ¿Nos excusamos fácilmente del banquete del Reino y lo
sustituimos por otros momentos más superficiales que al final no satisfacen
plenamente nuestra propia realización integral y personal?
Y hasta podemos analizar el banquete del reino desde una perspectiva más humana
y lúdica, ¿damos verdadero valor, sentido, calidad de tiempo y oportunidad a la
comida compartida en familia como lugar de encuentro, de diálogo, de capacidad de
escucha e interés entre esposos e hijos? ¿No son las prisas, la tv, las ocupaciones
las que nos impiden aprovechar estos momentos para crecer en familia y fomentar
la unión? Qué bueno sería que a la luz de esta experiencia sobre el banquete del
reino que Mateo nos narra en su evangelio profundizáramos en estas actitudes que
influyen decisivamente en nuestra vida espiritual y humana.
Fuente: Somos.vicencianos.org (con permiso)