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Salmos diarios, Ciclo I, Año Impar. Explicados
IX Semana del Tiempo Ordinario, Ciclo A
Lunes
Salmo 111
Dichosos los que temen al Seor. La Sagrada Escritura afirma que “Principio
del saber, es el temor de Dios” (Sal 110/111, 10; Prov. 1, 7). ¿Pero de qué temor
se trata? No ciertamente de ese „miedo de Dios‟ que impulsa a evitar pensar o
recordarse de Él, como de algo o de alguno que turba e inquieta. Este fue el estado
de ánimo que, según la Biblia, impulsó a nuestros progenitores, después del
pecado, a “ocultarse de la vista de Dios por entre los árboles del jardín” (Gn 3, 8);
éste fue también el sentimiento del siervo infiel y malvado de la parábola
evangélica, que escondió bajo tierra el talento recibido (cf. Mt 25, 18. 26).
El santo y justo temor, conjugado en el alma con el amor a Dios, depende
toda la práctica de las virtudes cristianas, y especialmente de la humildad, de la
templanza, de la castidad, de la mortificación de los sentidos. Recordemos la
exhortacin del Apstol Pablo a sus cristianos: “Queridos míos, purifiquémonos de
toda mancha de la carne y del espíritu, consumando la santificación en el temor de
Dios” (2 Co 7, 1).
Ante el amplio y diversificado panorama de los miedos humanos, la palabra
de Dios es clara: quien „teme‟ a Dios „no tiene miedo‟. El temor de Dios, que las
Escrituras definen como „el principio de la verdadera sabiduría‟, coincide con la fe
en él, con el respeto sagrado a su autoridad sobre la vida y sobre el mundo.
No tener „temor de Dios‟ equivale a ponerse en su lugar, a sentirse seores del bien
y del mal, de la vida y de la muerte. En cambio, quien teme a Dios siente en sí la
seguridad que tiene el niño en los brazos de su madre (cf. Sal 131, 2): quien teme
a Dios permanece tranquilo incluso en medio de las tempestades, porque Dios,
como nos lo reveló Jesús, es Padre lleno de misericordia y bondad.
Quien lo ama no tiene miedo: „No hay temor en el amor, escribe el apóstol
san Juan; sino que el amor perfecto expulsa el temor, porque el temor mira al
castigo; quien teme no ha llegado a la plenitud en el amor" (1 Jn 4, 18). Por
consiguiente, el creyente no se asusta ante nada, porque sabe que está en las
manos de Dios, sabe que el mal y lo irracional no tienen la última palabra, sino que
el único Señor del mundo y de la vida es Cristo, el Verbo de Dios encarnado, que
nos amó hasta sacrificarse a sí mismo, muriendo en la cruz por nuestra salvación.
Padre Félix Castro Morales
Fuente: http://parroquiadelasoledad.org/ (Con permiso a homiletica.org)