XXVIII Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo A
Va de Bodas
Padre Pedrojosé Ynaraja
Para entender mejor la narración, es preciso recordar que el matrimonio, en el
antiguo Israel, tenía dos fases. La primera consistía en un encuentro personal y
familiar en que los dos jóvenes se comprometían y empezaban a preparar su futura
vida en común. Pasado un tiempo celebraban la boda. Era una fiesta por todo lo
alto. De duración indeterminada, pero que rondaba la semana. Una tal celebración
exigía un minucioso preparativo. Ni existían entonces los supermercados, ni los
restaurantes. Tampoco exigencias laborales propias de nuestra época industrial. Se
reunían en un lugar abierto y reservado a la vez, se comía, se bebía, se bailaba y
se dormía allí mismo. La concurrencia debía ser numerosa. De ser escasa, se
hubiera parecido a los partidos de futbol de hoy en día a puerta cerrada por sanción
del comité correspondiente, más que un juego es una desgracia. Una boda sin
concurrencia, sin amigas que tatuaran con henna a la novia, sin amigo preparado
previamente para arrebatar jocosamente al novio, sin vino en abundancia, sin
bailes con panderos, sin niños gritando, llorando, o durmiendo, sin abundantes
comadres parlanchinas que sirvieran las viandas, todas estas gentes sintiéndose
invitadas a la fiesta, hubiera sido un fracaso. Vuelvo a repetir, algo así como un
partido de futbol al que le faltaran hinchas.
Un varón vestía imprescindiblemente sobre su ropa interior, una simple túnica
ceñida con un cinturón. Sobre ella, no le podía faltar el talith. Se trata de un
rectángulo útil para cubrirse durante la oración, taparse por la noche, o
convenientemente anudado, utilizarlo para trasportar pequeños útiles. Nuestras
biblias, a esta prenda, acostumbran a llamarla manto, cosa que desorienta con
frecuencia. Se trata de algo muy apreciado y que a nadie le falta, más o menos
limpio, más o menos gastado. Seguramente es el vestido de boda que el rezagado
de la parábola olvidó. (Aun hoy en día sigue siendo así. Para que se vea la
importancia de la prenda, diré que Marc Chagall, el simpático pintor místico judío,
que tanto apreciaba al cristianismo, al pintar a Jesús en la cruz, cubre su desnudez
con un talith y que la bandera del actual estado de Israel, quiere ser recuerdo del
mismo atavío. Idem de lienzo: a mujeres judías que reivindican los mismos
derechos que los varones, he visto hace unos meses, llevar talith, como signo de
identidad. Y respecto a la hospitalidad de un tal evento, tengo la experiencia de una
fiesta paralela. Estaba en Nazaret con un amigo franciscano y me dijo que un
matrimonio conocido celebraba sus bodas de plata, que le acompañara. Cuando
llegamos a Caná, era la población de la familia, me presentaron a los felices
anfitriones y de inmediato buscaron a alguien que pudiera expresarse en francés,
para que pudiera disfrutar de la fiesta, nadie se extrañó de que, desconocido como
era, estuviera allí).
Una boda, pues, exigía abundante asistencia, dispuesta a celebrarla con comida,
bebida y bailes. De aquí la insistencia del protagonista del relato a convocar a los
invitados. En más de una ocasión, en la actual Nazaret, he visto pasar caravanas de
coches, sonando insistentemente sus bocinas, llamando la atención de todo el
mundo y contagiando la alegría al gentío, pese a que debía paralizar sus
quehaceres para dejarles pasar. Van a celebrar el casorio de un vecino, me han
dicho. La película de no hace muchos años “Boda en Galilea” es una buena
descripción de lo que os vengo explicando y de cómo todavía viene celebrándose en
la actualidad.
Dios, nuestro bondadoso Padre nos invita a su gran fiesta. La respuesta de muchos,
impregnados del maligno aburguesamiento, es que están ocupados, que no les
interesa, que no les gustan las ideas que el Señor tiene de la felicidad, que ya irán
otro día, que están comprometidos con unos compañeros de infancia… ¡Tantas
excusas se le dan! No es preciso mirarse al espejo espiritual, para ver si uno es tan
malo como dicen que eran los nazis. Es suficiente y más conveniente y provechoso,
que nos preguntemos si somos burgueses y obramos como tales.
Puede acudirse a la invitación de mala gana. Los hijos para que no se enfaden los
padres. Los adultos para complacer al hijo que insiste. Un encuentro aburrido o una
invitación despreciada, es una lamentable experiencia.
Mis queridos jóvenes lectores, nunca he visto tanta gente feliz, jóvenes y adultos,
como en las recientes Jornadas Mundiales de la Juventud de Madrid. Pero en otras
ocasiones, de las que no tengo espacio para contaros, he gozado de lo mismo.
Quisiera que os considerarais siempre, invitados a la fiesta de la felicidad, a la que
el Señor nos convoca. Y que acudierais limpios de pecado, elegantes de
generosidad, perfumados de simpatía a raudales, para satisfacción de los demás.
Padre Pedrojosé Ynaraja