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Salmos diarios, Ciclo I, Año Impar. Explicados
XIII Semana del Tiempo Ordinario
Miércoles
Salmo 33
(Cfr. JUAN PABLO II, 8 de junio 1999)
El Señor escucha el clamor de los pobres . “El clamor de los pobres” (cf. Jb
34, 28) de todo el mundo se eleva sin cesar de esta tierra y llega hasta Dios. Es el
grito de los niños, de las mujeres, de los ancianos, de los prófugos, de los que han
sufrido injusticias, de las víctimas de la guerra, de los desempleados.
Los pobres están también entre nosotros: los que no tienen hogar, los
mendigos, los que sufren hambre, los despreciados, los olvidados por sus seres
más queridos y por la sociedad, los degradados y los humillados, las víctimas de
diversos vicios. Muchos de ellos intentan incluso ocultar su miseria humana, pero es
preciso saberlos reconocer. También son pobres las personas que sufren en los
hospitales, los niños huérfanos o los jóvenes que tienen dificultades y atraviesan los
problemas propios de su edad.
“El clamor y el grito de los pobres” nos exige una respuesta concreta y
generosa. Exige estar disponibles para servir al prójimo. Es una exhortación de
Cristo. Es una llamada que Cristo nos hace constantemente, aunque a cada uno de
forma diversa. En efecto, en varios lugares el hombre sufre y llama a sus
hermanos. Necesita su presencia y su ayuda. ¡Cuán importante es esta presencia
del corazón humano y de la solidaridad humana!
Sin embargo, Jesús también nos habla de una pobreza, de la pobreza
espiritual, al decir: “El Espíritu del Seor está sobre mí, porque me ha ungido para
anunciar a los pobres la buena nueva” (Lc 4, 18). Él consideraba a los pobres los
herederos privilegiados del reino. Eso significa que slo “los pobres de espíritu” son
capaces de recibir el reino de Dios con todo su corazón. El encuentro de Zaqueo con
Jesús muestra que también un rico puede llegar a participar de la bienaventuranza
de Cristo sobre los pobres de espíritu.
“Bienaventurados los pobres de espíritu”. Es el grito de Cristo que hoy
debería escuchar todo cristiano, todo creyente. Hacen mucha falta los pobres de
espíritu, es decir, las personas dispuestas a acoger la verdad y la gracia, abiertas a
las maravillas de Dios; personas de gran corazón, que no se dejen seducir por el
resplandor de las riquezas de este mundo y no permitan que los bienes materiales
se apoderen de su corazón. Son realmente fuertes, porque poseen la riqueza de la
gracia de Dios. Viven con la conciencia de que todo lo reciben siempre de Dios.
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Padre Félix Castro Morales
Fuente: http://parroquiadelasoledad.org/ (Con permiso a homiletica.org)