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Salmos diarios, Ciclo I, Año Impar. Explicados
XIV Semana del Tiempo Ordinario
Lunes
Salmo 90
Señor, en ti confío . La desaparición del rostro divino hace que el hombre
caiga en la desolación, más aún, en la muerte misma, porque el Señor es la fuente
de la vida. Precisamente en esta especie de frontera extrema brota la confianza en
el Dios que no abandona. El orante multiplica sus invocaciones y las apoya con
declaraciones de confianza en el Señor: “Ya que confío en ti (...), pues levanto mi
alma a ti (...), me refugio en ti (...), tú eres mi Dios”.
Hemos de hacer con frecuencia esta admirable súplica. Esta súplica ha de ser
efectiva y afectiva: Señor, en ti confío , uniendo nuestra voluntad con la voluntad de
nuestro Padre celestial, porque sólo así podemos recibir en nosotros todo su amor,
que nos lleva a la salvación y a la plenitud de vida. Si no va acompañada por un
fuerte deseo de docilidad a Dios, la confianza en él no es auténtica.
Sólo así, nuestra oración puede ser una verdadera profesión de confianza en
Dios salvador, que libera de la angustia y devuelve el gusto de la vida, en nombre
de su „justicia‟, o sea, de su fidelidad amorosa y salvífica. La oración, puede partir
de una situación muy angustiosa, pero si se sintoniza con la voluntad de Dios
desembocará en esperanza, alegría y luz, gracias a una sincera adhesión a Dios y a
su voluntad, que es una voluntad de amor. Esta es la fuerza de la oración,
generadora de vida y salvación.
San Gregorio Magno comenta al respecto: “Es el día iluminado por el sol
verdadero que no tiene ocaso, que las nubes no entenebrecen y la niebla no
oscurece (...). Cuando aparezca Cristo, nuestra vida, y comencemos a ver a Dios
cara a cara, entonces desaparecerá la oscuridad de las tinieblas, se desvanecerá el
humo de la ignorancia y se disipará la niebla de la tentación (...). Aquel día será
luminoso y espléndido, preparado para todos los elegidos por Aquel que nos ha
liberado del poder de las tinieblas y nos ha conducido al reino de su Hijo amado.
Fijemos nuestra débil mirada en el rostro del Salvador divino, digamos
siempre: „Jesús, en ti confío‟. Hoy y siempre.
Padre Félix Castro Morales
Fuente: http://parroquiadelasoledad.org/ (Con permiso a homiletica.org)