XXVIII Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo A
Otra parábola dramática sobre el Reino
Una de las imágenes más hermosas de la Biblia para describir la transformación de
la muerte en vida, del llanto en regocijo y del sufrimiento en alegría es la imagen
del banquete. Isaías lo presenta como un festín de manjares suculentos y de vinos
de solera. Pero no es un banquete privado ni destinado solamente a un pueblo, es
un festín preparado por Dios para todos los pueblos (Is 25,6-10a). El carácter
festivo y universal es el rasgo que define la realidad de la presencia salvadora de
Dios, ya anunciada por el profeta Isaías y llevada a cabo por Jesús de Nazaret a
través de su mensaje y de su actuación, que se centraron sobre todo en el Reino de
Dios. En los últimos domingos se están escuchando en la Iglesia diversas parábolas
sobre el Reino de Dios. La de hoy (Mt 22,1-14) es la de un rey que celebraba la
boda de su hijo y, por medio de sus criados, avisó reiteradamente a los convidados,
pero éstos no quisieron acudir y mataron incluso a los criados. El rey aniquiló a los
asesinos y destruyó su ciudad. Volvió a invitar indiscriminadamente a gentes de
todas partes y la sala de bodas se llenó, pero uno que no llevaba traje de boda, fue
expulsado de la misma.
Esta parábola viene también en el tercer evangelio (Lc 14,12-24), pero Mateo
subraya aspectos diferentes. Mateo destaca que es una fiesta de bodas y la sitúa
además en la polémica entre Jesús y los dirigentes sociales. La imagen
matrimonial, de raigambre bíblica, revela la relación de Alianza de Dios con su
pueblo y apunta a Jesús como novio de las bodas (cf. Mt 9,15). Resulta trágico que
una boda acabe en muerte por asesinato, en aniquilación y en expulsión de
invitados. Pues en esto convirtieron la fiesta las autoridades de Israel. Los poderes
establecidos desprecian la invitación a participar en la boda en cuanto nueva
relación de Alianza con Dios y con el prójimo. No les importa maltratar a los
enviados que la anuncian ni eliminar a los profetas (Mt 23,37-39), con tal de sacar
adelante sus intereses particulares o sus negocios. Pero los responsables sociales
no quedarán impunes, pues no tienen derecho a tomarse la justicia por su mano ni
a hacer lo que les parezca con los mensajeros del Reino de Dios y de los valores
inherentes al mismo.
La llamada final de la parábola de este domingo es también una invitación
universal, a todas las gentes y en todos los caminos, para buenos y malos. Pero la
conclusión de la parábola también es exclusiva de Mateo y dramática. En la nueva
religión y en el nuevo orden de relaciones humanas delineado por ella caben todos,
pero no todo vale, esto no significa que todo sea bueno y válido en el Reino, no
significa que no haya criterios de participación en el mismo, no implica la
legitimación de las actitudes de indiferencia o de aprovechamiento descarado de
aquello que se ofrece como un banquete. El que no va vestido con traje de boda es
expulsado. Quien acepta participar en la boda debe ir adecuadamente vestido, con
el traje de fiesta del Evangelio. Éste constituye la tarjeta de invitación indispensable
para la boda. Sólo quienes viven de verdad el Evangelio por su amor al prójimo y
mediante una fe perseverante y activa, independientemente de su procedencia, de
su origen étnico, de su nacionalidad, región o rango social tienen acceso a la boda
del Hijo en el Reino de Dios.
Al final la expulsión del banquete evoca el carácter escatológico del juicio. Así como
la fiesta de bodas es el símbolo del Reino de Dios cuyo culmen es la boda del Hijo,
signo de la comunión de Dios con su pueblo y del Amor consumado por Cristo en la
Cruz, las tinieblas corresponden al ámbito de un juicio condenatorio, del cual el
Evangelio es ya una sentencia definitiva y anticipada.
La parábola, por tanto, además de ser una nueva denuncia de los responsables y
dirigentes del pueblo de Israel -los primeros convidados que no quisieron aceptar la
invitación-, contiene una advertencia para todos los cristianos: no se puede jugar
con dos barajas. No se puede pretender formar parte del Reino de Dios y conservar
el modo de pensar del mundo este; no se puede decir que Dios es nuestro Padre sin
trabajar para organizar el mundo de tal modo que los hombres podamos vivir como
hermanos. Ése es el traje de fiesta que se nos exige: no un traje que nos separe a
unos de otros, sino un traje que nos iguala como hijos y como hermanos en la
fiesta del Padre.
Jesús se enfrenta a las autoridades de su tiempo con un talante profético y con un
mensaje crítico tan contundente que le hicieron merecedor de las insidias y
maquinaciones de los caciques sacerdotales y de los fariseos de Jerusalén, los
cuales acabaron tramando el complot conducente a su injusta condenación y
posterior ejecución en la cruz. Ante las múltiples situaciones dramáticas de nuestro
mundo, patentes en la gran crisis sistémica que ha atrapado al mundo globalizado,
que permite la explotación, exclusión y aniquilación de los más pobres de la tierra y
de los profetas que la desenmascaran, ante la tragedia constante de los miles de
muertos diarios por el hambre de pan en el planeta y el aumento creciente de los
empobrecidos, los cristianos hemos de anunciar que Dios sigue queriendo realizar el
banquete de bodas de su Hijo y transformar la muerte en vida, el llanto en regocijo
y el sufrimiento en alegría. Sólo necesitamos aceptar la invitación a la boda que el
Evangelio nos brinda y cambiar de traje, de vida, de mentalidad y de conducta.
José Cervantes Gabarrón, sacerdote misionero y profesor de Sagrada Escritura