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Salmos diarios, Ciclo I, Año Impar. Explicados
XVIII Semana del Tiempo Ordinario
Martes
Salmo 50
Misericordia, Señor, hemos pecado. El pecado no es solamente la trasgresión
de un precepto divino o la cerrazón ante los reclamos de la conciencia. Pecar es
fallar al amor de Dios. El pecado consiste en el rechazo del amor de Dios, en la
ofensa a una persona que nos ama. “Contra ti, contra ti sólo pequé; cometí la
maldad que tú aborreces” (Sal 51,6).
¡Qué poco nos duele a veces el pecado! ¡Con cuánta facilidad vendemos
nuestra primogenitura de hijos de Dios al primer postor que se cruza en nuestro
camino! ¿Creemos de verdad en la vida eterna? Nos duelen mucho las ofensas que
los demás nos hacen, pero nos importa muy poco el dolor que infligimos al Corazón
de Cristo con nuestro comportamiento. Cuidamos demasiado nuestra imagen ante
los hombres y olvidamos fácilmente esa otra imagen de Dios que llevamos
esculpida en nuestro ser. Lamentablemente para muchos el pecado no supone una
gran desgracia ni un grave problema, como podría serlo la pérdida de la posición
social o un fracaso económico.
Fijemos nuestra mirada en el rostro del Crucificado, para dejarnos cautivar
por la belleza irresistible de su amor y de su misericordia. Es maravilloso, es
emocionante contemplar este amor y misericordia de Dios sobre cada uno de
nosotros; su sola experiencia es suficiente para cambiar nuestra vida para siempre.
No dudemos del perdón infinito de Dios. Dejemos que Él transforme nuestra
vida, que su amor y misericordia sea el objeto permanente de nuestra
contemplación y de nuestro diálogo con Él. No nos cansemos de pedir todos los días
la gracia sublime del conocimiento y de la experiencia personal de este amor.
Cultivemos en nuestro corazón la memoria de la infinita misericordia de Dios frente
a nuestras faltas y pecados; nos daremos cuenta de que habrá siempre más
motivos para agradecer que para pedir perdón.
Con los ojos puestos en el Crucificado, que también es el Resucitado,
podemos descubrir la maldad del pecado y la fuerza de la misericordia. Desde el
abrazo profundo de Dios Padre nacerá en nuestros corazones la fuerza que nos
acerque al sacramento de la confesión, el arrepentimiento profundo que nos aparte
del mal camino, la gratitud que nos haga amar mucho, porque mucho se nos ha
perdonado (cf. Lc 7,37-50).
. Padre Félix Castro Morales
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Fuente: http://parroquiadelasoledad.org/ (Con permiso a homiletica.org)