XXVIII Domingo del Tiempo Ordinario
Padre Julio Gonzalez Carretti OCD
DOMINGO
a.- Is. 25, 6-10: El Señor preparará un festín y enjugará las lágrimas de
todos los rostros.
La primera lectura, nos presenta los medios de que se vale Yahvé, para comunicar
su voluntad a los hombres, medios naturales y sencillos, al alcance de todos,
conocidos por todos. Por esa vía, Yahvé quiere comunicar sus secretos más
profundos. En las cumbres de Sión donde por largo tiempo se había ofrecido
sacrificios, lo ha escogido Yahvé para asentar el trono de su gloria. Era el lugar
sagrado por excelencia, lugar de la presencia de Dios. Transportado por el Espíritu
el profeta, contempla el banquete- sacrifico, de los tiempos mesiánicos. Él mismo
Yahvé preparará un banquete al que están invitados todos los pueblos de la tierra,
es la fraternidad universal, reconocimiento de la soberanía de Dios, su universal
providencia. Los suculentos manjares y los vinos exquisitos, harán desaparecer las
lágrimas, el luto y la tristeza, que como velo que no dejan ver las realidades
divinas. De este modo nace un orden mundial, una nueva escala de valores regirá
las relaciones entre los hombres y con Dios, alianza que no logrará romperse en el
futuro. La muerte será vencida, desaparecerá. Recurriendo a la mitología cananea,
el profeta despersonifica a la muerte, cuya fiesta se celebraba al terminar el
invierno y Mot era vencido por Baal, comienzo de la vida, la primavera, donde todo
renace. Isaías, pone la inmortalidad, no la resurrección, como uno de los bienes de
los tiempos mesiánicos. El hombre no morirá, porque la perpetuidad de la alianza,
se integrará a su personalidad. El apóstol Pablo, se sirve de este anuncio, para
confirmar el triunfo de Cristo sobre el último enemigo, la muerte (cfr. 1Cor. 15,
26.54). Esta perspectiva del banquete, la asume Cristo en sus parábolas sobre el
Reino de Dios, que comienza a cumplirse en la celebración de la Eucaristía, la
última Cena, donde pasión, muerte, cruz, resurrección y glorificación, son presente
necesario y promesa de futuro para el que cree.
b.- Flp. 4, 12-14.19-20: Todo lo puedo en aquel que me conforta.
En este final de la carta a los filipenses, Pablo muestra todo su agradecimiento a
esta comunidad que le ha brindado generosas limosnas. Las palabras que usa,
hablan de una exquisita delicadeza y cariño, pero manteniendo la independencia
apostólica que su exige su vocación. Con sus limosnas, le han demostrado el amor
que le tienen, motivo de gozo interior, cariño que siempre le han manifestado, pero
ahora es más concreto con esta oportunidad que tienen de demostrárselos (vv. 10-
11). Con un gran realismo espiritual, el apóstol, si bien ha visto cubierta sus
necesidades, comparte la capacidad que tiene de vivir en pobreza y en abundancia,
porque su fuerza la tiene en Cristo Jesús (vv.11-13). Esta confidencia, nos habla de
su libertad de espíritu, el desasimiento de los bienes de la tierra. Lejos de pensar o
dar la impresión de estimar en poco la ayuda de los filipenses, Pablo les recuerda
otras ayudas recibidas (vv.14-16), reanuda el elogio con los miembros de esa
comunidad. En este sentido, la conducta de Pablo, al respecto era la de dar bienes
espirituales a las comunidades por él fundadas, y no aceptaba, excepto de los
filipenses, pago en bienes materiales, para no comprometer la libertad del
evangelio. El trato con los filipenses, era de mucha confianza y amistad (cfr. 1 Cor.
9, 12; 2Cor. 11,7-12; Hch. 18,3; 20, 33-34). Finalmente, deja en claro, que esa
limosna no es lo que lo alegra, sino el fruto que ella produce en ellos: sacrificio
ofrecido a Dios de suave olor, y que Dios acepta bendiciéndolos como recompensa
a su generosidad (vv. 17-19). La doxología final, brota del corazón y espíritu de
Pablo que cree en la infinita bondad del Padre de nuestro Seor Jesucristo: “Al Dios
y Padre, la gloria por los siglos de los siglos. Amén.” (v. 20).
c.- Mt. 22,1-14: A todos los que encuentren invítenlos a la boda.
Esta parábola, es la última de una trilogía, donde vemos el rechazo de los jefes
judíos de la persona y del evangelio de salvación anunciado por Jesús. La primera,
es la de los dos hijos, enviados a la viña, donde encontramos la desobediencia (cfr.
Mt. 21, 28-32), en la de los viñadores homicidas el castigo (cfr. Mt. 21, 33-46) y en
esta encontramos su ejecución. Los oyentes, son los mismos que las anteriores,
sumos sacerdotes y ancianos. Se compara el reino de Dios, con un banquete
ofrecido por un rey, con motivo de la boda de su hijo. Todos los invitados rechazan
la invitación, o al menos ponen excusas, para asistir. Se hace una segunda
invitación, el rechazo es total, es más, se mata a los siervos de rey. Tenemos como
trasfondo, la parábola de los viñadores asesinos, la historia de Israel desde la salida
de Egipto hasta los tiempos de Jesús. Hay una tercera invitación, más amplia, a
buenos y malos. ¿Quiénes son éstos? La sala se llena de invitados, por fin; uno de
ellos, que ha venido sin traje de fiesta, se le echa fuera, a las tinieblas. El sentido
de esta parábola: el primer anuncio o llamada fue a Israel, que lo rechazó, pero se
quiere hacer notar que no basta con ser llamado, sino acudir con el traje de fiesta,
vestido nupcial. A la vida eterna, se entra vestido con la gracia del bautismo,
aquellos que fieles a su vocación, escuchan y siguen a Jesús dejándose transformar
por su Espíritu Santo. Ser elegido, una conversión permanente, por medio de la
escucha, y puesta en práctica de la Evangelio de la gracia, son la clave de
interpretación de esta invitación evangélica (cfr. Mt. 7, 24).
En esta parábola, conocemos quien es el rey, también conocemos al hijo, su
palabra se escucha en todo el texto, como una continua invitación al banquete.
Pero también podemos reconocernos entre los que se niegan a ir al banquete, lo
que defrauda al rey en su amor apasionado por su hijo. Es precisamente ese amor
de Padre que lo lleva a buscar a los invitados por todas partes, en los cruces de
caminos y en lugares remotos, sin importarle si son buenos o malos. ¿Qué es lo que
le interesa? Que vengan al banquete, que pronuncien ese: Quiero ir. Eso es lo único
que quiere escuchar Dios. De cada uno de nosotros. Estos últimos invitados, son
todos aquellos que ya cansados de probar los manjares de otros señores, escuchan
esta nueva invitación. Es la invitación a todos los bautizados, que paganizados por
el estilo de vida que llevan, están más cercanos al mundo que al evangelio.
Tenemos mucho de cristianos, pero también de paganos, es lo que nos falta de
conversin en nuestra vida de fe. El rey, Dios Padre, quiere escuchar el “Sí Quiero”
ir al banquete de su Hijo, un sí nacido de la pobreza del corazón, del
arrepentimiento, del perdón acogido con alegría desbordante. Pero se nos advierte,
que sin el traje de bodas, no se puede entrar a la sala de los convidados, es decir,
la vestidura blanca, que se recibió en el bautismo hay que conservarla inmaculada,
pero aunque esté manchada, razón por la que al banquete entraron buenos y
malos. Ir sin el traje nupcial, es el rechazo absoluto, de la comunión definitiva con
Dios. Como en la parábola de las vírgenes prudentes, el aceite para las lámparas, y
el vestido nupcial, son personales e intransferibles. Si la reacción del rey en
apariencia es dura, es por el amor, que siente por el Hijo; si amenaza es por ver la
respuesta absurda, de un hijo perdido, que se obstina en rechazar el amor y los
bienes de su Padre. Reflexionemos, sobre nuestra conducta diaria con Dios Padre, y
nuestro prójimo más cercano, cuando somos invitados al festín de la conversión,
donde todo lo deberemos aderezar con el pan de la humildad.
Santa Teresa de Jesús, nos invita a tener un profundo conocimiento personal para
iniciar la disposición interior para la conversión al evangelio por medio de la oración
constante. “Y, aunque esto del conocimiento propio jamás se ha de dejar, ni hay
alma en este camino tan gigante que no haya menester muchas veces tornar a ser
niño y a mamar y esto jamás se olvide, quizá lo diré más veces, porque importa
mucho, porque no hay estado de oración tan subido que muchas veces no sea
necesario tornar al principio; y en esto de los pecados, y conocimiento propio, es el
pan con que todos los manjares se han de comer, por delicados que sean, en este
camino de oración, y sin este pan no se podrían sustentar. Mas hase de comer con
tasa, que después que un alma se ve ya rendida y entiende claro no tiene cosa
buena de sí, y se ve avergonzada delante de tan gran Rey, y ve lo poco que le paga
para lo mucho que le debe, ¿qué necesidad hay de gastar el tiempo aquí?, sino
irnos a otras cosas que el Señor pone delante, y no es razón las dejemos, que Su
Majestad sabe mejor que nosotros de lo que nos conviene comer” (V 13,15).