DOMINGO XXVIII DEL TIEMPO ORDINARIO
Is 25, 6-10; Sal 22 1-6; Flp 4, 12-14. 19-20; Mt 22, 1-14
Tomando Jesús de nuevo la palabra les habló en parábolas, diciendo: “El Reino de
los Cielos es semejante a un rey que celebró el banquete de bodas de su hijo. Envió
sus siervos a llamar a los invitados a la boda, pero no quisieron venir. Envió todavía
otros siervos, con este encargo: Decid a los invitados: “Mirad, mi banquete está
preparado, se han matado ya mis novillos y animales cebados, y todo está a punto;
venid a la boda.”Pero ellos, sin hacer caso, se fueron el uno a su campo, el otro a
su negocio; y los demás agarraron a los siervos, los escarnecieron y los mataron.
Se enojó el rey y, enviando sus tropas, dio muerte a aquellos homicidas y prendió
fuego a su ciudad. Entonces dice a sus siervos: “La boda está preparada, pero los
invitados no eran dignos. Id, pues, a los cruces de caminos y, a cuantos encontréis,
invitadlos a la boda. Los siervos salieron a los caminos, reunieron a todos los que
encontraron, malos y buenos, y la sala de bodas se llenó de comensales. Cuando
entró el rey a ver a los comensales vio allí uno que no tenía traje de boda; le dice:
„Amigo, ¿cómo has entrado aquí sin traje de boda? Él se quedó callado. Entonces el
rey dijo a los sirvientes: Atadle de pies y manos, y echadle a las tinieblas de fuera;
allí será el llanto y el rechinar de dientes. Porque muchos son los llamados, mas
pocos los escogidos.”
Las lecturas de la semana anterior nos hablaban sobre la viña, y a través de ellas
se nos ponía de manifiesto el plan de salvación que Dios tiene para cada uno de
nosotros. El Papa Benedicto XVI nos dice al respecto: Dios tiene un proyecto
para sus amigos, pero por desgracia la respuesta del hombre se orienta muy a
menudo a la infidelidad, que se traduce en rechazo. El orgullo y el egoísmo impiden
reconocer y acoger incluso el don más valioso de Dios: su Hijo unigénito. Cuando,
de hecho, “les envi a su hijo –escribe el evangelista Mateo- [los labradores]
agarrándole, le echaron fuera de la via y le mataron” (Mt 21,37.39). Dios se pone
en nuestras manos, acepta hacerse misterio insondable de debilidad y manifiesta su
omnipotencia en la fidelidad a un designio de amor, que al final prevé también la
justa punicin para los malvados. (cf. Mt 21,41) (Benedicto XVI, Ángelus, 2 de
octubre de 2011).
Haciendo una comparación entre los términos que marcan las lecturas del presente
domingo con las de la semana anterior, nos darnos cuenta de que hay una relación
necesaria: Vino y banquete son dos expresiones muy importantes. De la viña se
recogen las uvas para el vino, y el vino es para la fiesta. El banquete es la
celebración, la demostración de júbilo de los invitados y concurrentes a la fiesta.
Por consiguiente, las lecturas de esta semana nos invitan a este encuentro jubiloso
y a esta participación en la fiesta a la cual el Señor nos convoca.
Cuando el evangelista San Mateo habla del “rey” se está refiriendo al mismo Dios.
La expresin “hijo del rey” está haciendo directa alusin al Mesías. Cuando habla de
los siervos se refiere a los profetas y a los apóstoles. Los invitados que no prestan
atención a la invitación están representando a los judíos y, en particular, la casta
religiosa judía. Los que son llamados de los caminos son todos los pecadores y
publicanos. El incendio en la ciudad hace referencia a la ruina de Jerusalén;
mientras que el traje de boda está haciendo presente al juicio final. Todos estos
elementos que menciona el evangelista encierran un lenguaje simbólico que
cohesiona en un texto dos parábolas: La gran cena y el vestido de bodas. Ambas en
un momento nos puedan dar la impresión de ser la antítesis de lo que es la acogida
de amor y el rechazo de este mismo amor por causa del egoísmo del corazón del
hombre.
La primera parábola “la invitacin a la gran cena”, hace alusin directa a la actitud
de rechazo de los primeros invitados a la boda y particularmente su indiferencia, la
que es la actitud constante que Cristo experimentó entre sus primeros oyentes. Tal
es así que, incluso, dejó de hacer milagros en su pueblo natal por la falta de fe de
los pobladores, por la actitud de incredulidad hacia la persona de Cristo.
La parábola pone de relieve el contraste entre el rechazo de los primeros invitados
y la invitación a la multitud de los pobres, y a partir de esta imagen se nos presenta
el mejor símbolo del reino de Dios: el banquete de bodas, en el que se unen dos
significados: la comida, que es abundante, exquisita y gratuita; y el amor humano,
dos que se funden en uno. Dios es el rey que prepara el banquete de bodas o festín
en el que Jesús es el Esposo. Es la imagen de la utopía escatológica.
Por otro lado, este evangelio ofrece una visión universal del cristianismo, porque la
invitación es para todos, gratuita y generosamente. Como en muchas
circunstancias, las personas pobres, las menos favorecidas por la sociedad, es decir
los pobres de espíritu, son las más convincentes moralmente. Sin dinero propio,
son orgullos falsos, están dispuestos a compartir fraternalmente lo que son y lo que
tienen. El vestido, según San Mateo, es la justicia de Dios, porque dentro de la
Iglesia, aunque son muchos los llamados (bautizados), son pocos los
elegidos, es decir, los que acogen la justicia del reino.
San Gregorio Magno, en una de sus homilías nos dice: ¿Qué tipo de personas
son aquellas que vienen sin el traje nupcial? ¿En qué consiste este traje y como se
consigue? Su respuesta dice así: Los que han sido llamados y vienen, en cierto
modo tienen fe. Es la fe la que les abre la puerta. Pero les falta el traje nupcial del
amor. Quien vive la fe sin amor no está preparado para la boda y es arrojado fuera.
La comunión eucarística exige la fe, pero la fe requiere el amor, de lo contrario
también como fe está muerta (San Gregorio Magno, Homilía XXXVIII, 8-13).
Así, pues, el banquete está preparado, aquéllos que participan de este banquete
son los que han lavado sus vestidos en la Sangre del Cordero (Ap. 13-15). El hecho
de tener el traje de fiesta no significa solamente ponerse algo encima, antes bien,
expresa la vida nueva como fruto del nuevo nacimiento en Cristo; pues Cristo hace
de cada creyente el templo donde debe morar Él, el Padre y el Espíritu Santo. Como
dice Ap 19,8: “... el vestido de lino son las obras justas de los santos...” y San
Pablo dirá en una de sus cartas: “...no soy yo, es Cristo quien vive en mí, y
mientras vivo en este cuerpo mortal, vivo de la fe del que me amó hasta entregar
su vida por mí...”. Esto indica que el Seor ni por el rechazo ni por la dureza del
pueblo de la primera Alianza, se retracta de cumplir presurosamente las promesas
hechas a los hombres.
Es preciso que nosotros sepamos acoger con todo el corazón y con plena
disponibilidad la invitación que se nos hace a una comunión con el Señor, a
configurarnos con Él por la Palabra de Dios y la predicación de la Iglesia; en la
certeza de que el Señor sólo quiere nuestra salvación. Tal como concluye la
parábola con la alegoría del traje nupcial, estamos llamados a presentarnos al
Señor llevando el traje de fiesta; que consiste en la vida auténtica que debe
acompañar nuestra fe como nos dice el mismo Jesús: Si vuestra justicia (esto
es, vuestra vida real) no supera a la de los escribas y fariseos, no entraréis en el
reino de los cielos. Pero si esto se realiza, entonces la fiesta es plena e intensa.
Concluyendo citamos las palabras del Beato Juan Pablo II: la parábola contiene
de modo explícito la indicación acerca del Esposo, Cristo, que lleva a cumplimiento
la Alianza nueva del Padre con la humanidad. Ésta es una alianza de amor, y el
reino mismo de Dios se presenta como una comunión (comunidad de amor), que el
Hijo realiza por voluntad del Padre. El « banquete» es la expresión de esta
comunión. En el marco de la economía de la salvación descrita por el Evangelio, es
fácil descubrir en este banquete nupcial una referencia a la Eucaristía: el
sacramento de la Alianza nueva y eterna, el sacramento de las bodas de Cristo con
la humanidad en la Iglesia (Juan Pablo II, El significado del Reino de Dios en las
parábolas evangélicas, 18 de septiembre de 1991). Así hermanos, la vida cristiana
es una forma de vivir en el mundo, una manera de Ser en el mundo.
Pbro. Oscar Balcázar Balcázar