CUANDO EL AMOR ES LA PRIMERA NECESIDAD”
DOMINGO 30º PER ANNUM
26 de octubre de 2008
En aquel tiempo, los fariseos, al oír que Jesús habla hecho callar a los saduceos,
formaron grupo, y uno de ellos, que era experto en la Ley, le preguntó para ponerlo
a prueba: Maestro, ¿cuál es el mandamiento principal de la Ley?
Él le dijo: Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con
todo tu ser. Este mandamiento es el principal y primero. El segundo es semejante a
él: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. Estos dos mandamientos sostienen la Ley
entera y los profetas. Mateo 22, 34-40
¡Qué mal nos amamos a nosotros mismos, cuando no amamos a los hermanos!
¡Qué frustración personal sufrimos, cuando no damos a nuestro corazón el rodaje
fraterno que él necesita para sobrevivir! Es un amargo descorazonamiento, un
vacío alienante, lo que entonces carcome y embebe a la persona. Y es tal la tortura
existencial padecida, que resulta infierno insoportable ese ver a nuestro propio
corazón despoblado de más corazones, de todos los corazones, del corazón mismo
de Dios...
Y es que la afectividad afecta tanto al hombre, que las demás funciones espirituales
quedan sin alma, desalmadas, vacías, desmotivadas, sin sentido y sin norte. Es el
terrible tributo que paga el hombre, cuando el hombre no es corazón, cuando no es
corazón universal... Es aquello de que quien no ama permanece en la muerte, sufre
la peor de las sangrías, se desposee de su mejor identidad, se anula, se aniquila.
En cambio, cuando son los otros con los que simpatizamos y empatizamos; cuando
nos sentimos afectados por los demás, cuando los otros viven en nosotros, es como
si el amor nos presentara nuestra mejor tarjeta de identidad y nos devolviera
nuestra más sincera y radical imagen. Hasta se nos empapa el alma de un gozo
indefinible, al vernos re-creados con un corazón siempre más elástico y capaz. Un
hombre nuevo nos sube desde el corazón a los labios y a las manos, a las palabras
y a las obras; y ya la máxima recompensa la encontramos más que en ser amados
en amar. Entonces la mejor vitalidad acontece en el mejor desvivimiento por los
otros. Y lo que empezó siendo negación de sí mismo y afirmación de los demás,
termina paradójicamente convertido en el mayor logro, en la mayor reafirmación de
la propia persona.
Por todo ello, más que mandamiento, más que norma, es necesidad y ley de vida el
amor a los demás. En ello se juega nuestra propia supervivencia personal, la
degustación de nuestras mejores esencias humanas, el principio y el medio y el fin
de nuestras propias personas. Por ello podríamos decir que es más y mayor el favor
que nos hacemos a nosotros mismos que el que hacemos a los otros cuando los
amamos. Y hasta deberíamos estar agradecidos a las personas que se dejaron
amar.
Pero ¿no nos sonarán todas estas reflexiones a los hombres de hoy a romanticismo
hueco, a debilidad nitzscheana, a utopía adolescente, a negocio no rentable...,
sobre todo a nosotros, acostumbrados como estamos a la zancadilla, a la rivalidad,
a los amores provisionales, al egoísmo insolidario, a la explotación mercantilista del
otro...? O, por el contrario, escarmentados todos de que el no amor es la pero
puñalada trapera que nos podemos asestar, ¿nos disponemos al feliz e inmerecido
descubrimiento de que la mejor manera de amarse a sí mismas las personas y las
sociedades es amar a las demás?
Juan Sánchez Trujillo