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Salmos diarios, Ciclo I, Año Impar. Explicados
XXIII Semana del Tiempo Ordinario
Sábado
Salmo 112
Bendito sea el Señor ahora y para siempre . En el nacimiento del Hijo de Dios
del seno virginal de María los cristianos reconocemos la infinita condescendencia del
Altísimo hacia el hombre y hacia la creación entera. Con la Encarnación, Dios viene
a visitar a su pueblo: “Bendito sea el Señor, Dios de Israel, porque ha visitado y
redimido a su pueblo, suscitándonos una fuerza de salvación en la casa de David,
su siervo” (Lc 1, 68-69). Y la visita de Dios siempre es eficaz: libera de la aflicción y
da esperanza, trae salvación y alegría, que hace que el corazón bendiga a Dios hoy
en el tiempo, con la esperanza de seguirla alabando en la eternidad. Por esto,
cantamos: Bendito sea el Señor ahora y para siempre.
“Bendito sea Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo” (1 P 1, 3), porque
mediante la resurrección de su Hijo nos ha reengendrado y, en la fe, nos ha dado
una esperanza invencible en la vida eterna, a fin de que vivamos en el presente
siempre proyectados hacia la meta, que es el encuentro final con nuestro Señor y
Salvador, y alabarla para siempre. Con la fuerza de esta esperanza no tenemos
miedo a las pruebas, las cuales, por más dolorosas y pesadas que sean, nunca
pueden alterar la profunda alegría que brota en nosotros del hecho de ser amados
por Dios. Él, en su providente misericordia, entregó a su Hijo por nosotros, y
nosotros, aun sin verlo, creemos en él y lo amamos (cf. 1 P 1, 3-9). Su amor nos
basta.
Cuando se nos va a dar la bendición con el Santísimo en la Iglesia,
entonamos antes unas alabanzas preciosas, que comienzan con el ¡Bendito sea
Dios, bendito sea su santo nombre!..., como un anticipo de la eternidad. En
realidad, es gloria nuestra el que podamos, ya des ahora, alabar el nombre bendito
de Dios.
Desde el inicio de la evangelización jamás ha dejado nuestro pueblo de
alabar al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo. También en los tiempos más oscuros de
nuestra historia hemos seguido confiando en Dios, según las palabras del salmista:
“De día el Señor me hará misericordia, de noche cantaré la alabanza del Dios de mi
vida” (Sal 42, 9).
¡Alabemos al Señor con nuestra vida, alabemos el nombre del Señor! Bendito
sea el nombre del Señor, ahora y por siempre. De la salida del sol hasta su ocaso,
sea alabado el nombre del Señor! (cf. Sal 113112, 1-3).
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Padre Félix Castro Morales
Fuente: http://parroquiadelasoledad.org/ (Con permiso a homiletica.org)