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Salmos diarios, Ciclo I, Año Impar. Explicados
XXVII Semana del Tiempo Ordinario
Viernes
Salmo 9
El señor juzga al mundo con justicia . En el Antiguo Testamento, la fe en el
juicio de Dios es una convicción tan fundamental que nunca se pone en duda. Dios,
el Señor, gobierna el mundo y, particularmente, a los hombres. Su palabra
determina el derecho y fija las reglas de la justicia. Dios sondea las entrañas y
los corazones (Jr 11, 20; 17, 10; 20, 12) conociendo así perfectamente a los justos
y a los culpables.
El criterio principal de Dios sobre el juicio será la actitud adoptada por los
hombres frente al Evangelio, esto es, frente a Cristo: “El que cree en él, no será
juzgado; el que no cree, ya está juzgado, porque no ha creído en el nombre del
Hijo único de Dios. El juicio consiste en esto: que la luz vino al mundo, y los
hombres prefirieron las tinieblas a la luz, porque sus obras eran malas” (Jn 3, 18-
19) (74).
No es el juicio divino lo que constituye de suyo al hombre en inocente o
culpable, en el estado de salvación o de condenación. Es la radical aceptación de
Dios o su repulsa por parte del hombre lo que cualificará en un sentido u otro una
situación que respecto a Dios ha de quedar fija para siempre con la muerte del
propio hombre.
El juicio de Dios descubre- no constituye- esa situación. Como dice San Juan:
“Dios no mandó su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se
salve por él. El que cree en él, no será juzgado; el que no cree, ya está juzgado
porque no ha creído en el nombre del Hijo único de Dios. El juicio consiste en esto:
que la luz vino al mundo, y los hombres prefirieron las tinieblas a la luz, porque sus
obras eran malas” (Jn 3,17-19).
En la actitud, pues, que cada uno asume en relación con la luz y las tinieblas,
se opera ya inmediatamente la separación, el juicio. Es el juicio divino una
revelación del secreto de los corazones humanos. El juicio final no hará sino
manifestar en plena luz la discriminación que ha empezado a operarse ya desde
ahora en el secreto de los corazones.
El hombre cuya fe en Cristo es fe viva por la esperanza y el amor, no tiene
por qué temer. Recordemos las palabras de San Juan: “En esto ha llegado el amor
a su plenitud con nosotros: en que tengamos confianza en el día del juicio... No hay
temor en el amor, sino que el amor perfecto expulsa el temor” (1 Jn 4,17- 18). Su
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confianza en Dios no hace al creyente descuidado en el servicio a su Señor.
Vive como quien ha de dar cuenta.
Padre Félix Castro Morales
Fuente: http://parroquiadelasoledad.org/ (Con permiso a homiletica.org)