Domingo 7º del tiempo ordinario.
Ciclo C: Lc 6, 27-38
El domingo pasado
considerábamos las 4 bienaventuranzas, según san Lucas, contrastadas con las 4
negativas. En la 4ª llamaba Jesús bienaventurados a los que eran aborrecidos y
malditos por el nombre de Jesús. Ahora Jesús explica atentamente que en verdad
son dichosos porque tienen la oportunidad de practicar un alto grado de amor,
que es el amor a los enemigos. Estos pueden ser de carácter personal o podemos
considerar aquellos que se oponen a nosotros en sentido de grupo, de partido
opuesto, religión diversa o tantos que vemos opuestos a nuestros intereses.
Leyendo atentamente
las normas que hoy nos da Jesús a los que quieran seguirle, para muchos son
desconcertantes y casi como para tomarlas como bromas. Por eso muchos buscan
explicaciones a las palabras de Jesús, como si fuesen exageraciones retóricas o
bellas utopías, que no habría que tomarlas al pie de la letra, sino buscando un
bello ideal para algunos pocos privilegiados. Opinan que quienes lo cumplen son
personas de poco carácter o poca personalidad. Así opinan los que tienen
mentalidad mundana, que son demasiados. Sin embargo, no se dan cuenta que lo
fácil es responder con violencia a la violencia y dejarse llevar por el odio y la
soberbia. Pero para perdonar a quien te hace mal y saber amarle, se necesita
mucho dominio personal y sobre todo mucho amor de verdad. El amor de verdad no
puede ser sólo por motivos humanos, sino que debe ser mirando al amor de
Jesucristo y su gran misericordia.
Lo primero que
debemos tener en cuenta es que muchos enemigos pertenecen sólo a nuestra
imaginación. Si pensamos de manera positiva en los demás, tenemos ya mucho
adelantado, pues solemos agrandar cosas pequeñas de oposición. Pero la verdad
es que a veces sí hay enemigos personales y de grupos sociales. Lo primero que
debemos realizar es el perdón. Que se puede llevar a cabo nos lo enseña
el mismo Jesús en la cruz y miles de santos lo testifican: Hay casos muy
conocidos, como san Esteban, san Lorenzo, san Juan Gualberto, santo Tomás Moro,
santa María Goretti, etc. Hoy la liturgia nos presenta en la 1ª lectura el
ejemplo de David que perdona al rey Saul, cuando era perseguido. Le perdona
porque el rey es el ungido del Señor. La motivación para perdonar debe ser
sobre todo la misericordia de Dios.
Pero Jesús va más
allá, porque más allá del perdón pide el amor positivo. Amar a los
enemigos significa: “Bendecir”, que significa hablar bien de ellos, “hacer el
bien” y “orar por ellos”. En definitiva actuar con ellos como queremos que los
demás actúen con nosotros. Esto es mucho más que no hacer lo que no queremos
que nos hagan.
En realidad, esto
es muy difícil. Para ello está la gracia de Dios que nunca nos ha de faltar,
sobre todo si la pedimos en oración. Si hubiera más perdón y amor, viviríamos
en mayor paz. En realidad, la verdadera paz no se puede dar si no hay amor. Las
guerras y los terroristas aparecen con frecuencia porque no se sabe perdonar.
En las noticias que nos da la televisión u otros medios
se ve con frecuencia personas llenas de odio hacia aquellos que han ocasionado
un gran mal, quizá la muerte, a familiares. No todos son así. También se dan
casos de madres que perdonan y llegan a abrazar al asesino de su hijo. Estos
casos son los que deberían ser puestos como ejemplo de valor.
El amor hacia los
enemigos es una de las maneras de distinguir a los que quieren seguir a
Jesucristo de los que se quedan en ambiente mundano. Dice Jesús que, si amamos
sólo a los que nos hacen el bien, también lo hacen los que no creen. Porque con
frecuencia la distinción la ponemos en actos externos, en ciertas
participaciones. Hoy Jesús nos dice cuál debe ser la actitud del verdadero
discípulo y del verdadero apóstol. Porque ese sería el gran testimonio de vida
que arrastra hacia la conversión, quizá de aquel que ha sido enemigo nuestro.
En algún momento habrá que acudir a la justicia terrena contra algunas
personas, por el bien de la sociedad; pero nuestro corazón debe ser
misericordioso, como lo es el mismo Dios.