6ª semana del tiempo
ordinario. Jueves: Mc 8, 27-33
Los evangelistas,
más que hacer una historia, al estilo periodístico, quieren hacer una
catequesis sobre la persona y los mensajes de Jesús. Al comenzar su evangelio,
san Marcos propone a Jesús como el Mesías. Luego todo el evangelio será
aclararnos que ciertamente lo es, pero de una manera muy diferente de lo que
pensaba la gente en Israel y sobre todo los jefes religiosos. Llega hoy el
momento en que Jesús quiere investigar qué es lo que han comprendido los
apóstoles acerca de su persona.
Primeramente les
pregunta cuál es la opinión de la gente. Los apóstoles responden sobre lo que
opina la gente buena: dicen que es un profeta. Claro que había otros que tenían
opiniones muy negativas, como muchos fariseos que le tenían por endemoniado o
por blasfemo. Hoy también se opina sobre Jesús. Es posible que no haya habido
una persona sobre la que se han pronunciado tantas opiniones en la historia de
dos mil años, y tantas opiniones totalmente diversas. Es interesante el estudio
de tantas opiniones y hay mucho escrito sobre ello. Hoy nos interesa sobre todo
entrar dentro de nuestro ser y preguntarnos a nosotros mismos: ¿Quién es Jesús
para mi?
Jesús se lo
preguntó a los apóstoles y san Pedro, que era el más voluntarioso y se sentía
algo más responsable, le respondió: “Tu eres el Mesías”. Sabemos por el
evangelista Mateo que a Jesús le agradó mucho la respuesta y le contestó
alabando a Dios, que le había inspirado la respuesta, y prometiéndole el
primado. Hay algo muy importante que debemos tener en cuenta, cuando nos
dispongamos a responder. Jesús no es un ser externo o extraño a nosotros, como
puede ser una noticia que no nos compromete o una asignatura en la carrera.
Muchas personas que quieren saber sobre Jesucristo y aun escriben libros o
hacen obras de teatro o películas sobre Jesús se quedan sólo en lo externo de
Jesús como si estuvieran estudiando la vida de un personaje antiguo que nada
tiene que ver con nosotros. Jesús es el Mesías o el Cristo o el Salvador. Y
esto sí nos compromete. Porque El nos ha salvado, ha hecho lo que más importa,
pero quiere nuestra colaboración, como personas libres: “Dios que te ha creado
sin ti, no te salvará sin ti”, decía san Agustín. Por eso afirmar que Jesús es
el Salvador es involucrarse en su vida o que Él entre en nuestra propia vida.
Se había
descubierto por esa afirmación de Pedro que Jesús es el Mesías; pero
prácticamente se había descubierto muy poco, porque los apóstoles tenían
todavía un concepto equivocado de lo que para Jesús significaba el ser Mesías.
Los apóstoles, y entre ellos Pedro, desde pequeños habían escuchado que algún
día vendría el Mesías, que les liberaría de los enemigos, que entonces eran los
romanos, y que triunfaría en el mundo o por las armas o porque las leyes de
Israel dominasen en el mundo entero. No era eso lo que pensaba Jesús. Por eso
es por lo que les prohíbe que lo digan a la gente, porque no lo entenderían,
dado que ni ellos mismos lo sabrían explicar.
Y comienza a explicarles
lo que para El significa ser Mesías o redentor. Es aquel que se ofrece a Dios
como sacrificio por los demás. Y por eso El mismo tendrá que padecer hasta la
muerte. Claro que luego resucitará, para que la salvación sea cumplida. San
Pedro, que todavía no era santo ni lo había entendido, le quiere apartar de esa
idea de sacrificio. Esto para Jesús era una gran tentación, tan grande como la
que tuvo de parte de Satanás en el desierto que le instigaba a una predicación
triunfal. Jesús tiene que rechazar esa tentación de una manera ostentosa y
potente. Y por eso le llama a Pedro “Satanás”, como si fuese una misma
tentación. La razón es porque entonces no hablaba con la inspiración de Dios,
sino con los pensamientos mundanos. Nosotros podemos cambiar en un momento de
estar en lo más alto de la espiritualidad a lo más profundo. La diferencia está
si nos dejamos guiar por las inspiraciones y la voluntad de Dios o por los
pensamientos mundanos, que nos rodean y que sin darnos cuenta penetran en
nuestro ser. Vigilemos y actuemos según el Espíritu.