6ª semana del tiempo ordinario. Viernes: Mc 8,34 – 9,1

Según el evangelio, acababa Jesús de anunciar a los discípulos que Él debía sufrir mucho y morir para salvarnos. Después (podía ser en tiempo cercano o referirse a la lógica del razonamiento) Jesús llama a la gente para decirles a todos que la cruz, como símbolo del sufrimiento, no va a ser sólo para él, sino para todo aquel que quiera ser discípulo suyo. La meta de un cristiano no es sólo cumplir ciertas normas o preceptos, sino seguir muy de cerca a Nuestro Señor Jesucristo.

Para seguir a Jesús, dice Él, se necesitan tres cosas o tres pasos:

1) “Negarse a sí mismo”: Es renunciar a triunfos humanos, renunciar a intereses demasiado materiales, especialmente si nos llenan el corazón. No se trata de renunciar a la alegría, que es algo más interno y se sentirá al dejar todo porque se llena la vida por la unión con Dios.

2) “Tomar la cruz propia”. No es necesario tomar otras cruces o hacerlas más pesadas. Basta la cruz de cada día. No se trata de buscar el dolor por él mismo, sino para unirnos más a Cristo y poder ayudar mejor a los demás a salvarse.

3) “Siguiendo a Jesús”. Pues se puede llevar la cruz de cada día porque no hay más remedio o por otros fines fatalistas. Lo bueno es llevar la cruz de cada día con los sentimientos y pareceres de Jesús. Por eso nos interesa vivamente conocer su manera de pensar y de vivir: acomodar nuestros sentimientos a los suyos.

Esto no es fácil, porque las tendencias terrenas van por otro sentido. De tal modo, dice Jesús, que lo que para el mundo es ganancia, para Jesús es pérdida; y lo que es pérdida para el mundo, para Jesús y los suyos es ganancia. Así nos lo decía san Pablo y todos los santos.

Cuando san Marcos recordaba estas palabras parece ser que estaba en medio de una gran persecución en Roma contra los cristianos. Así que el hecho de hacerse cristiano y proclamarlo era una posibilidad grande de ir al martirio. Iban a “perder” la vida; pero en realidad la “ganaban” para siempre.

No es necesario tener que llegar hasta el martirio para que en nuestra vida normal se cumplan esas palabras de Jesús. Si queremos ganar méritos para la vida eterna, tendremos que saber renunciar a muchas cosas y comodidades no convenientes. ¿Cuáles pueden ser? El Espíritu Santo nos iluminará si tenemos sinceros deseos.

Y dice Jesús una frase que ha hecho santos, como a san Francisco Javier: “¿De qué le sirve al hombre ganar el mundo entero si pierde su vida?” O “¿Qué podrá dar uno para recobrarla?” Meditarlo con sinceridad nos hará mucho bien.  

Hay algunos que se avergüenzan de ser cristianos y les parece que son más hombres si dicen palabrotas o hacen obras inmorales. De ese tal, dice Jesús, se avergonzará Él mismo cuando tenga que juzgarle ante toda la humanidad. Por eso lo que nos interesa de verdad es estar a bien con Jesús. O mejor estar tan unido a Él, que actúe en y por nosotros. Si es así, tenemos asegurada la paz y alegría eterna.

Continua luego Jesús diciendo: “Os aseguro que algunos de los aquí presentes no morirán sin haber visto llegar el reino de Dios en toda su potencia”. Estas palabras están puestas inmediatamente antes de la Transfiguración del Señor. Puede referirse expresamente a este suceso. Pero también lo podemos entender de modo espiritual. En este caso podemos decir que todo aquel que ha seguido a Jesús imitándole lo mejor posible, a pesar de los sacrificios, ahora ya en su corazón sentirá la llegada del reino de Dios en todo su esplendor.

Alguno dirá que esto es para los santos. Pero todos estamos invitados para ello. Estas palabras de Jesús nos estimulan a la esperanza. La verdadera vida triunfará y el bien se abrirá paso. ¿Lo veremos? A veces se experimenta aquí; pero tenemos la experanza de contemplarlo en la eternidad.