8ª semana del tiempo
ordinario. Domingo C: Lc 6, 39-45
Desde hace dos
domingos vamos viendo lo principal que nos dice el evangelio de san Lucas,
correspondiente al sermón de la montaña según san Mateo. San Lucas es el único evangelista
que no es israelita, sino venido de tierras de Grecia atraído por san Pablo.
Vimos estos últimos domingos que no busca entre los fieles tanto
“perfecciones”, como hace san Mateo, sino realidades de vida de los que sigan
al maestro, como vimos por la diferencia de tipo de Bienaventuranzas.
San Lucas,
siguiendo a Jesús en diferentes predicaciones, contrapone la vida cristiana no
tanto a la mentalidad de los fariseos, como hace san Mateo, sino a la
mentalidad mundana. Los pobres, que son felices, son pobres reales porque están
más dispuestos a escuchar la palabra de Dios. ¡Algo absurdo para el mundo!
Y el domingo pasado
daba Jesús la norma de actuación de un buen cristiano: es el amor; pero no de
cualquier manera, sino hasta amar a los enemigos: Otro absurdo para los que
vivían (y siguen viviendo) una vida mundana, según las exigencias normales del mundo.
Para san Lucas el amor es el tema básico de su evangelio, porque es el tema
principal de Jesús. De modo que el evangelio de san Lucas es el evangelio de la
misericordia. San Lucas no nos da normas concretas de hasta dónde debemos
amar o con cuánta intensidad. Expone un espíritu. Cada uno debe recoger lo que
pueda, para llenarse más del Espíritu de Jesús: que es de amor, de entrega a
los demás.
Y, como esto del
amor a todos y hasta los enemigos, es muy difícil de entender, y más de vivir
para quien tiene mentalidad mundana, pone Jesús una especie de parábola: "¿Acaso
puede un ciego guiar a otro ciego? ¿No caerán los dos en el hoyo?” La
mentalidad de Jesús es tan diferente de la mundana que sólo se puede comprender
la vida de Jesús y de sus seguidores, viviendo esa vida. La realidad nos dice
que hay mucha gente que no vive para nada la vida de Jesús y se cree que puede
dar lecciones de dicha espiritualidad. En realidad, son ciegos que guían a
otros ciegos. Eso mismo les pasaba a los fariseos, a los cuales les había
llamado Jesús “ciegos”.
Así que vemos que
existen ciegos del cuerpo y ciegos del espíritu. Sería muy raro ver a un ciego
corporal que vaya guiando a otro ciego. Sin embargo, multitudes de ciegos
espirituales se creen con derecho de guiar a otros que creen estar ciegos. Por
eso tenía tanto interés Jesús de abrirles a los fariseos la luz del corazón.
Algo propio de lo mundano es querer aparentar más de lo que uno es. Quizá por
eso dice Jesús eso de que un discípulo no puede ser como el maestro. En
realidad, sí hay discípulos que han aventajado a su maestro; pero cuando se
trata de comprender plenamente la verdadera doctrina cristiana, nadie puede
superar al verdadero Maestro, que es Cristo.
De todo esto saca
Jesús que es muy difícil o imposible juzgar bien a una persona. Creemos que lo
malo del otro es mucho peor que lo nuestro. Y hasta creemos que una mota en el
ojo ajeno es más grande que una viga en el nuestro. Corrijámonos a nosotros
mismos para poder corregir a los demás. Entonces ¿No hay manera de poder juzgar
a los demás? Sí, por sus frutos. Cuando uno quiere saber si un árbol es bueno o
malo, miramos a sus frutos. Si tenemos un árbol frutal que da buenos frutos,
decimos enseguida que es un árbol bueno. Todo lo contrario, si da frutos
dañados.
Y termina Jesús
diciéndonos hoy que muchas veces no es fácil conocer esos frutos en el ser
humano, porque la verdadera religión acampa en el alma o el corazón. De ahí es
de donde brotan esos buenos frutos. Es posible que una persona engañe una o
pocas veces; pero los frutos nos dirán cómo es. Por lo menos Dios lo ve con
toda claridad. Y no temamos, porque, si nuestro corazón rebosa de gracia, de
amor de Dios, nuestras obras, nuestras palabras estarán también llenas de
gracia y de amor a Dios y a nuestros hermanos, porque, como nos enseña hoy
Jesús, normalmente uno va expresando con la boca lo que tiene en el corazón.