DOMINGO II TIEMPO DE CUARESMA, CICLO C
DEL TABOR A LA LLANURA.
En medio de
tantas experiencias desagradables, negativas a nivel personal, familiar y
social, la iglesia nos regala la fiesta de la transfiguración del Señor como
una experiencia de transformación, metamorfosis, para asumir todas nuestras
desesperanzas en una experiencia de
transformación que tiene como un símbolo la montaña a donde quiere llevarnos
para hablarnos como lo hizo con los discípulos: “La sublime gloria la trajo
esta voz: este es mi hijo muy amado en Él yo me he complacido… esta voz traída
del cielo la oímos nosotros estando con Él en la montaña sagrada” (2Pe 117-18)
Así es como Pedro comparte para los fieles del Asia menor estimulando la
alegría, la seguridad y la esperanza en momentos de dificultad.
El Tabor
corresponde a la necesidad profunda que tiene todo hombre para superar sus
carencias y limitaciones de esperanza. Para ello podemos hacer nosotros la
experiencia de Tabor como experiencia de fe; y no solo observarla en Jesús.
La pedagogía
de la Iglesia después de llevarnos el Espíritu al desierto como lo hizo con
Jesús para mostrarnos como afrontar el mal desde el
Espíritu, el Bautismo, ahora nos propone hacer una experiencia de
transfiguración mediante la renovación del bautismo, no con palabras, sino en
transformación interna. Los discípulos habían estado tres años con Jesús,
nosotros siglos, sin tener una transformación. Démosle la oportunidad a la
transfiguración, hoy; de lo que será el destino del hombre al terminar la
historia.
LA TRANSFIGURACION DEL CUERPO.
En cuaresma
debemos estar muy atentos al cuerpo de Jesús porque lo que llamamos
transfiguración pasa toda por su cuerpo; y nosotros necesitamos siempre de
expresiones corporales para ser verdaderamente humanos. Es el cuerpo donde nos
encontramos con el Jesús transfigurado: “lo que existía desde el principio, lo
que hemos oído, lo que hemos visto con
nuestros ojos, lo que hemos contemplado y han palpado nuestras manos es lo que
os anunciamos: la palara de la vida. La vida se manifestó dando testimonio”
(1Jn 1-2).
Lo más
profundo de la vida cristiana expresado en la liturgia de la Transfiguración es
que podemos participar del cuerpo transfigurado de Jesús, el resucitado que
transforma nuestros propios cuerpos. Esto es lo que constituye el núcleo fundamental
de los evangelios. Anterior a ellos Pablo lo había experimentado como kerigma:
“Nosotros por el contrario somos ciudadanos del cielo; y de allí esperamos de
que venga nuestro salvador el Señor Jesucristo. El transformara nuestro cuerpo
mortal, comunicándole la gloria de su propio cuerpo, con el poder que tiene
para someter todas las cosas a su imperio” (segunda lectura)
LOS INTERESES DE PEDRO
Las palabras
de Pedro sobre la posibilidad de plantar tres tiendas era un reconocimiento de
igualdad a Moisés, Elías y Jesús para construir escuelas de sus
mensaje y comportamiento de Israel. La corrección vino de la nube para
Pedro: “Este es mi Hijo, mi elegido. Escúchenlo a Él. Y cuando dejó de oírse la
voz, quedó Jesús solo” (evangelio).
LA ESCUCHA TRANSFIGURA
El principio
de toda transfiguración cristiana es la escucha, para lo cual Dios nos pide
menos ocupaciones y mas
preocupación por lo que Dios quiere decirnos. Llevamos demasiado tiempo
pidiéndole a Dios que nos escuche para que sepa que es lo que nosotros queremos
y necesitamos. La transfiguración, metamorfosis, que esta
en medio de la cuaresma es para preguntarnos; ¿Qué quiere Dios de mí? Ahí
comienza la transfiguración ¡Cuánta gente se muere sin saber que quiere Dios de
ellos!
EL QUERER DE DIOS ESTA EN LA LLANURA.
Puede ser que
lo que quiere de nosotros es lo mismo que hizo con Pedro, Juan y Santiago,
bajar de la montaña para que supieran al otro día, de una vez por todas, cual era el objetivo final de la transfiguración que solo
se conoce en la llanura; “Un hombre de entre la gente gritó: Maestro por favor,
haz algo por este hijo mío es el único que tengo. Supliqué a tus discípulos que
le expulsaran el espíritu maligno, y no han podido hacerlo… Jesús ordeno salir
al espíritu impuro, sanó al niño y lo entrego a su padre. Y todos se quedaron
admirados al ver la grandeza de Dios” (Lc 9,37-43).
Todo Tabor debe tornar en llanura como transfiguración propia en sanación
ajena, para hacer al otro prójimo.
NO OLVIDEMOS A ABRAHAM
Al poco
tiempo de la transfiguración, y la expulsión del espíritu maligno en el niño;
Jesús los encontró en una discusión acerca de quien
de ellos era el más importante en el reino de los cielos ¡Ya estaba cerca la
pasión y muerte de Jesús!
Todos tenemos necesidad de la historia
de Abraham paradójica con los discípulos y con nosotros, que lo hizo patriarca,
el saber esperar para poder creer, contar los días y guardar. La vida de
Abraham fue una historia transfigurada a la cual podemos pertenecer nosotros a
condición de escuchar a Dios, antes de hablarle y cuando le hablemos sea
primero para darle gracias que, para pedirle sin tantas preocupaciones del
corazón y distracciones de la mente.