II Domingo de Cuaresma, Ciclo C
Con
Jesús, transfigurados para la santidad
La transfiguración, anuncio anticipado
de la gloria
La palabra de Dios de este domingo segundo
de la cuaresma nos abre a una gran esperanza, pues nos ofrece la escena de la
transfiguración como un preludio del final del recorrido cuaresmal, que será la
Pascua, pero el camino hasta la gloria hay que recorrerlo a través de la
Pasión. Ésta es la función que cumple a la mitad de los evangelios sinópticos
la narración de la transfiguración. La transfiguración es el anuncio anticipado
de la gloria real de Jesús en su resurrección. La transfiguración revela que el
único camino hacia la gloria del Hijo del Hombre es el del sufrimiento y del
rechazo (Lc 9,27-36).
La transfiguración como encuentro revelador
La narración nos cuenta un momento crucial
de encuentro revelador de Jesús con Pedro, Santiago y Juan. Es un encuentro en
una montaña, que la tradición identifica como el Tabor. Jesús se transfiguró
delante de sus discípulos y su rostro se convirtió en otro muy refulgente. El
blanco brillante de la luz pertenece al lenguaje apocalíptico y significa la
pertenencia de Jesús al mundo divino (Dn 7,9; Ap 1,14; 2,17).
El Mesías de Dios
Nuestro refrán dice que la cara es el
espejo del alma. Lo que ese rostro brillante revela está en relación con la
identidad mesiánica de Jesús, expresada por Pedro anteriormente al decir “tú
eres el Mesías de Dios” y está vinculado a la predicción de su destino recogida
en los anuncios de su pasión que enmarcan la transfiguración. Pero lo
específico de Lucas en esta narración sinóptica es que de nuevo toda esta
realidad de pasión y gloria anticipada sólo se percibe en el marco de la
oración que caracteriza la vida de Jesús y debe caracterizar la nuestra.
La oración es el marco de la transfiguración
En la exhortación papal y evangélica a la
santidad de todos los creyentes el papa Francisco pone de relieve la
importancia fundamental de la oración para llevar una vida transfigurada en
atención a los desfigurados: “Nosotros también, en el contexto actual, estamos
llamados a vivir el camino de iluminación espiritual que nos presentaba el
profeta Isaías cuando se preguntaba qué es lo que agrada a Dios: «Partir tu pan
con el hambriento, hospedar a los pobres sin techo, cubrir a quien ves desnudo
y no desentenderte de los tuyos. Entonces surgirá tu luz como la aurora» (Is 58,7-8)”. (GE 103). Y concluye este aspecto diciendo:
“La oración es preciosa si alimenta una entrega cotidiana de amor. Nuestro
culto agrada a Dios cuando allí llevamos los intentos de vivir con generosidad
y cuando dejamos que el don de Dios que recibimos en él se manifieste en la
entrega a los hermanos” (GE 104).
La trascendencia de la transfiguración
El lenguaje de la escena de la
transfiguración tiene también matices del género literario apocalíptico y
elementos del Antiguo Testamento para subrayar la acción divina en esa
transfiguración. El diálogo de Jesús con Moisés y Elías resalta la
trascendencia de Jesús. Moisés era el guía liberador del pueblo de la
esclavitud de Egipto y el mediador de la ley de Dios. Elías fue el que
recondujo al pueblo desde el culto idolátrico a Baal al culto del Dios
verdadero. Uno y otro sufrieron el rechazo y la persecución como Jesús. Y los
dos hablan del éxodo a completarse en Jerusalén, es decir, de su muerte y
resurrección como parte del plan de de salvación.
Jesús es el Hijo amado de Dios
Según la tradición judía, ambos
personajes fueron arrebatados al cielo. Al estar hablando con ellos Jesús, se
expresa que éste está al nivel de la gloria celestial. A los discípulos que
hablan con Jesús la nube también luminosa los cubrió (Éx
24,16). Ellos están envueltos en la teofanía que revela que Jesús es el Hijo
amado de Dios, elegido y destinado para transfigurar con él a todos sus
hermanos, envolviéndolos en su misma gloria. Recurriendo al Dt
18,15 se subraya la necesidad de escuchar a Jesús.
La Palabra de Dios nos transfigura
Lo que realmente transfigura al hombre
revistiéndolo de gloria es escuchar la palabra de Dios en la intimidad de la
oración con el Padre, es concentrar nuestra atención sólo en Jesús, es
contactar con Jesús que nos resucita en medio de los temores de la vida y es
comprender el destino del Hijo del Hombre en la Pasión. Jesús es el otro rostro
de los seres humanos. En su gloria, como vencedor del mal, del pecado y de la
muerte, podemos participar también nosotros y ser transfigurados con él y como
él.
El evangelio de la Pasión instrumento de
transfiguración
En el seguimiento de Jesús es preciso
emprender el camino aventurado de la fe, el camino del sacrificio por amor como
Jesús a favor de los sufrientes y desfigurados de esta tierra. Los discípulos
quedamos emplazados a recorrer este mismo camino, como Pablo, escuchando el
mensaje del evangelio, hasta sufrir por él, (cf. Flp 3,17-4,1) que es el
auténtico instrumento de transfiguración de la vida de los seguidores de Jesús.
En el camino cuaresmal no es necesario buscar más cruces que las que ya
existen. Bajemos, pues, desde las nubes y aterricemos donde los seres humanos
llevan en sus cuerpos las marcas de la injusticia, la desfiguración del
crucificado, y entonces experimentaremos la auténtica transfiguración de
nuestra vida y de nuestro mundo.
Contemplar el rostro de Cristo en los pobres
Recordando a San Juan Pablo II el Papa
Francisco destaca también: «si verdaderamente hemos partido de la contemplación
de Cristo, tenemos que saberlo descubrir sobre todo en el rostro de aquellos
con los que él mismo ha querido identificarse» (GE 96). Se refiere a los pobres
y descartados del mundo. Y al mismo tiempo, el Papa invita a una mirada
profunda y analítica: “Aunque aliviar a una sola persona ya justificaría todos
nuestros esfuerzos, eso no nos basta…, no se trata solo de realizar algunas
buenas obras sino de buscar un cambio social: «Para que las generaciones
posteriores también fueran liberadas, claramente el objetivo debía ser la
restauración de sistemas sociales y económicos justos para que ya no pudiera
haber exclusión» (GE 99).
La transfiguración en cuanto
transformación del corazón humano
La verdadera transfiguración realizada por
Cristo, al enviarnos su Espíritu, como resultado de su Pasión y Resurrección,
es la transformación del corazón humano capacitándolo para vivir en la relación
estrecha de Alianza con Dios. Una Alianza que ya desde el principio se
vislumbra inquebrantable de parte de Dios. Abrahán acogió en la fe las promesas
de Dios, que fiel a su Alianza con Abrahán, las hará cumplir (Cf. Gn 15,5-18). Lo que no sabe nunca es cómo y cuándo Dios
cumplirá sus promesas, pero la realidad es que se cumplen. En Cristo sabemos
que se han cumplido las promesas de Dios y por eso acogerlo a él y escuchar el
misterio de su Pasión y de su muerte y Resurrección, acoger el mensaje de su
éxodo de este mundo en su camino hacia el Padre, tal como dice Moisés y Elías,
acoger el mesianismo del sacrificio por amor misericordioso a sus hermanos, es
el camino de la verdadera transformación del corazón, prefigurada en la transfiguración
del rostro.
La transfiguración de Cristo nos transfigura
Otro rostro es posible en esta humanidad
desfigurada porque la transfiguración de Cristo nos transfigura a todos
nosotros, si somos capaces de configurarnos con él mediante la fe. Cuando uno
hace un viaje de día en avión, al mirar un poco hacia arriba, aún a pleno sol
se vislumbra la oscuridad del vacío. Se puede comprobar que sólo donde hay
tierra, donde hay cuerpos, donde hay materia, puede dar la luz su resplandor.
No basta el sol para que haya luz, es necesaria la tierra. También Dios es luz
y requería un cuerpo para mostrar el esplendor de su gloria. El cuerpo de
Jesús, y éste crucificado, hará brillar la gloria de Dios con todo su
esplendor. La transfiguración lo preconiza. Es paradójico que lo más opaco de
la materia, un cuerpo rematado por la muerte injusta, se transfigure en un
cuerpo de gloria. Podría parecer que la transfiguración es un acontecimiento
exclusivo de Jesús, pero no es así, pues lo que en Jesús es una realidad que
revela su identidad divina y su destino mesiánico de gloria que pasa por la
Pasión hasta la cruz, en los creyentes es una realidad dinámica de
transformación continua del ser para vivir como hijos de Dios.
Oración y escucha de la Palabra
Pablo exhorta a los cristianos a no
amoldarse a los criterios de este mundo sino a transformar la vida con la
renovación de nuestra mente, por la entrega de la vida, como único sacrificio
agradable a Dios (Rm 12,2). Los creyentes nos vamos
transfigurando en imagen de Dios por obra del Espíritu (2 Cor
3,18) Siempre es el mismo verbo: “Transfigurar”. Con términos semejantes se
expresa en Flp 3,21 afirmando la transformación de nuestra condición humilde en
condición gloriosa con su misma energía. En el contacto permanente con Jesús en
la oración y mediante la escucha de su Palabra también en nosotros se puede
transformar el rostro asemejándose al suyo, pues, como dice el Papa Francisco “Finalmente, aunque parezca obvio, recordemos que la santidad
está hecha de una apertura habitual a la trascendencia, que se expresa en la
oración y en la adoración” (GE 147).
Compartir con Cristo la entrega generosa
Parece un hecho comúnmente comprobable que
los rostros de un hombre y una mujer que han vivido juntos en matrimonio
durante mucho tiempo, en la madurez se acaban pareciendo también físicamente. Y
es que han compartido la vida, las alegrías y las penas, la risa y el llanto,
el dolor y la esperanza. Y sus rostros se han transformado en el del amado.
Algo así puede sucedernos a nosotros, que nuestros rostros se transfiguren con
el de Jesús, al compartir con él la entrega generosa de cada día.
Renuévame con espíritu firme
En el Salmo 50 invocamos al Espíritu:
“renuévame por dentro con Espíritu firme, no me quites tu santo espíritu,
afiánzame con espíritu generoso”, para que en nosotros se realice la
transfiguración de nuestra mente y de nuestro interior, mediante la
configuración de la nueva personalidad con Cristo, especialmente a través del
amor a los rostros más desfigurados del mundo. Dejemos que nuestra cara sea
también el espejo de un alma transfigurada y trastocada por la gloria de Jesús
en su Pasión.
José Cervantes Gabarrón, sacerdote
misionero y profesor de Sagrada Escritura