III DE CUARESMA    (C)  (Lucas, XIII, 1-9)

 

 “¡Señor! Deja un año más la “higuera” de mi vida que, la cavaré y echaré abono…”

 

- Es frecuente que cuando suceden determinadas calamidades, (recordemos las de Haití, Chile o de Lorca en Granada), suele haber personas que, al no saber compaginar estas desgracias, con el Amor y la Sabiduría de Dios, se sienten autorizadas a competir con esa Divina Sabiduría y a,  “sentar a Dios en el banquillo de los acusados”, con determinados juicios y expresiones.

 

 - El Evangelio de hoy nos pone a la consideración una escena parecida a las que nos estamos refiriendo. El pueblo judío, desde la idea deformada que tenían de Dios, en el que sólo veían a un Dios justiciero, interpretaban el desastre de aquellos Galileos, ejecutados a manos de Pilatos, y el de los que fueron aplastados por la Torre de Siloé, ¡como un castigo de Dios!

 

-  La respuesta del Señor es bien contundente: “Os digo que no”. ¿Pensáis que esos Galileos eran más pecadores que los demás Galileos, porque acabaron así? ¡Os digo que no! ¿Pensáis que… ? ¡Os digo que no!

 

- Pero, sobre todo, el Señor, en este pasaje, nos quiere dejar claro dos cosas: 1ª) que esos infortunios de esta vida no son un castigo de Dios; y 2ª) que, esas desgracias no son el verdadero mal que le puede acaecer al hombre. De estas calamidades humanas, la Sabiduría y Amor infinitos de Dios, puede sacar otros bienes, de orden superior, que nosotros desconocemos, haciéndose así realidad aquella sentencia del Apóstol San Juan:para los que aman a Dios, todas las cosas  contribuyen al bien”. Que es lo mismo que recoge nuestro rico refranero castellano: “Dios suele escribir derecho con renglones torcidos”.

 

- El Señor aclarará también a los fariseos, (y de camino a nosotros), que de dónde nos pueden venir los verdaderos males y el verdadero castigo de Dios es, de la impenitencia y de nuestra falta de conversión.  "Si no os convertís, todos pereceréis". Es lo mismo que decirnos: la verdadera desgracia del hombre está, en la dureza de su corazón y en no responder a las distintas  llamadas que el Señor le hace a, “volverse a El”, que eso significa, etimológicamente, conversión ¡Ese sí que es un serio mal y una seria desgracia! Todo lo demás..., ¡son sólo males relativos!             >>>>>

 

 

 

- Y, termina el Señor ilustrando esa necesidad de conversión con la Parábola de la higuera infructuosa, invitándonos a la necesidad de dar frutos de conversión.

 

- La  Cuaresma es una especial oportunidad que Dios nos da para revisar nuestra vida y tratar de ordenarla según los planes de Dios y de ver como van esos frutos en el proceso de nuestra “conversión”.

 

- Pongamos empeño para que, cuando el Señor venga a buscar los frutos que tiene derecho a esperar de nuestra vida, no corramos la desgraciada suerte de la higuera del Evangelio que, por no tener más que hojas, Jesús la maldice y se secó para siempre.

 

-   El final de la Parábola es muy estimulante para nosotros porque, Jesús está representado en ese  viñador de la Parábola que intercede ante el dueño de la viña para que tenga condescendencia y no la arranque.

 

- . ¡Qué consolador es para nosotros saber que, a ese Jesús, que nos ama hasta haber dado la vida por nosotros, es al que vamos a tener como Abogado Defensor, en ese momento del Juicio ante nuestro Padre del Cielo!

                                                                                                    Guillermo Soto