REFLEXIONES EN JUEVES SANTO
Padre Pedrojosé Ynaraja
1.- LITURGIA
1.- Probablemente no fue un
jueves, os lo advierto, mis queridos jóvenes lectores. Nuestra Iglesia-Madre de
Jerusalén, que llegaba al final del santo tiempo de Cuaresma, bastante exhausta
por las penitencias a las que se había sometido, resumió la Pasión del Señor en
el Triduo Sacro. Muchas veces he seguido a pie los caminos que le tocó seguir
al Señor cautivo. Es físicamente imposible caminar los tales recorridos,
reunirse las autoridades competentes, previamente convocadas, torturar,
escuchar y decidir, de acuerdo con los improperios, conducir al suplicio,
constreñido todo ello en el corto periodo que va del jueves al atardecer hasta
el viernes poco después del mediodía. Si os lo comento es para que comprendáis
que fue mucho mayor el tormento que sufrió Jesús al que generalmente
imaginamos. Añádase la soledad. Nadie le acompañó, nadie le defendió. Fue
enorme su padecer. Podéis tranquila y seguramente pensar que se trataba del
martes.
2.- Al Señor no le gustaba permanecer en Jerusalén, sabía que en
la capital peligraba su vida. Evidentemente, abundaban los Doctores de la Ley y
la gente influyente, aquellos que no sentían ninguna simpatía por el que
consideraban rabino galileo, intruso y agitador. Jesús se retiraba siempre a la
cercana Betania. En aquellos tiempos, según parece, una aldea donde residían
unos buenos amigos. En aquella casa cabían todos y su estancia resultaba
discreta.
Habían notado los discípulos
que el estado de ánimo del Maestro no era lo sereno que esperaban. Estaba
pensativo, se le notaba que tenía planes concretos, pero que le costaba
decidirse a llevarlos a término.
Poco después del mediodía, les
dio unas indicaciones simples pero enigmáticas. Debían preparar la Pascua, pero
por lo que Él les decía, no pensaba celebrarla como todo el mundo lo hacía. No
se opusieron a las indicaciones que dio a los primeros que marcharon. Los que
quedaban se fueron con Él más tarde, cuando empezaba a anochecer.
Él era libre de presentarse en
Jerusalén o de huir. La ciudad la tenía ante sí, consideraba que cada una de
sus puertas era una trampa.
Se había apartado de sus
compañeros, quería rezar como pudieses, pero únicamente oía en su interior y
repetía: trampa, trampa. La había pronunciado muchas veces, se acordaba de los
que a ello se habían referido algunos salmos.
(El trayecto lo he hecho yo,
también a pie, más de una vez, casi un cuarto de hora de subida, un rato por la
cresta del Olivete y bajada enseguida de algo así
como media hora, hasta el torrente Cedrón. Hoy el peregrino no tiene que cruzar
esta corriente de agua, pues baja subterránea para después, kilómetros hacia el
este, al descubierto desembocar en el Jordán. En resumidas cuentas, si el
propósito del viajero es desplazarse de Betania al Cenáculo, no creo pueda
hacerlo en menos de una hora).
El Maestro iría temblando.
Quisiera el Señor no mirar
hacia Jerusalén pero no puede conseguirlo. Tiene siempre enfrente la Ciudad
donde entrará, sin que pueda ya volver a salir.
Se había apartado de sus
compañeros, quería rezar como pudiera, pero únicamente oía en su interior y
repetía: trampa, trampa. La había pronunciado muchas veces, se acuerda ahora de
los salmos
“es perseguido el desdichado,
queda preso en la trampa que le ha urdido. (10,2)
¡Que su mesa ante ellos se convierta en un lazo, y su abundancia en
una trampa; (69,23)
Guárdame del lazo que me
tienden, de la trampa de los malhechores. (141,9)
No, no, no encuentra en ellas
consuelo, ni alivio.
Nuestra alma como un pájaro
escapó del lazo de los cazadores. El lazo se rompió y nosotros escapamos;(124,7)
No, no, si entra en la
ciudad, Él ya no volverá a poder salir.
Se le acercan para preguntarle
qué camino deben escoger. Sí, sí, subir, entrar a la estancia que otras veces
le han cedido, dice temblando.
¡Había esperado con tanta
ilusión esta cena! Les iba a hablar de Amor. Muchas veces lo había hecho, pero
en esta ocasión era diferente. Su Amor al Padre. El Amor con que ellos debían
amarse. El Amor que les tenía... quería confiarles que deseaba que se amasen
como Él amaba a su Padre ¿serían capaces de entenderlo?
Se
da cuenta
el amigo de que el Señor está sufriendo y se limita a saludarle y acompañarle a
la habitación de arriba, la de los huéspedes. La que debía suponer siempre que
era la suya.
¿tiene
vuestra casa, mis queridos jóvenes lectores, una estancia a disposición del
Señor, que llega en los pobres, en los peregrino, en los sintecho?
Allí estaban los demás. Muy
poco habían preparado. Estrictamente lo que les había indicado el Maestro, les
dicen ellos, sin salir de su asombro.
No, no hace falta cordero, ni
deben tener una vasija con la sangre. El Cordero es Él y con aquel pan se
identifica. Es mi Cuerpo, dice y repite, mientras parte y reparte un trozo a
cada uno. El vino de la copa es mi Sangre. Aunque no lo entendáis, comed y
bebed, es la nueva y perenne Pascua, la que deberéis perpetuar en mi nombre.
Pensaréis, mis queridos
jóvenes lectores, que nada de lo que os he escrito, aparece en el texto que se
ha proclamado. En otros lugares se describe.
Lo recordaréis. Describía
con detalle el gesto del Maestro que quiso lavarles los pies a sus discípulos.
He pensado que no era preciso explicároslo, es clarísimo.
Examinad ahora vuestro interior.
¿Sentís necesidad de ser
limpiados? ¿os creéis mejores que los Apóstoles?
Hoy es el día del Amor y quien
quiere amar al que quiere amar y ser amado, precisa aseo y perfume espiritual.
Quien voluntariamente lo ignora imita a Judas.
Ser limpiado está al
alcance de todos, nos dejó, pensando en nuestra mediocridad, el sacramento de
la higiene espiritual. No lo olvidéis.
2.- ORACIÓN PRIVADA EN GETSEMANÍ
No os he comunicado, mis
queridos jóvenes lectores, no os he hecho ningún comentario respecto a la
institución de la Eucaristía, no ha sido olvido. Espero que Dios conserve mi
vida y pueda referirme a ello, el día de Corpus Christi.
(por si pudierais tener
alguna duda de ello, os confieso que raramente dejo un día de celebrar misa y
que junto al lugar desde donde os escribo, tengo mi iglesita, con el Sagrario,
a la cual entro también a rezar, sin olvidarme nunca de mis queridos jóvenes
lectores).
Si el apartado anterior
se refería al Amor, celebrado en el seno de una solemne liturgia, os propongo
ahora una oración, sin tanta categoría, pero que os propongo la hagáis
comunitariamente, centrada la atención en episodio del olivar de Getsemaní, a
donde fueron después de instituida la Nueva Pascua.
Puesta vuestra imaginación
allí, y la mía también, con la ventaja de que yo conozco muy bien el lugar, en
el que rezado, celebrado misa y hasta permanecido unos días, gentilmente
hospedado con la comunidad franciscana.
Getsemaní es uno de los lugares
de Tierra Santa de mayor encanto. No solamente acudo a él cada vez que
peregrino a Tierra Santa, sino que he tenido la suerte de poder residir algunos
días allí mismo, como antes os decía. Junto al convento hay unos eremitorios
donde se puede permanecer en soledad y silencio, cualidad que escogen algunos
para gozar de retiro espiritual.
No hay ninguna duda de
que el lugar que visitamos es el que Señor escogió para retirarse con sus
discípulos, después del encuentro del Cenáculo.
Acudir por la noche y
cobijarse bajo los olivos, de cara a la muralla que se levanta enfrente,
impregnarse de contenido espiritual, a la luz de la azulada luna llena, es una
maravillosa experiencia. Ahora bien, hoy en día, por allí mismo, pasa una
carretera y el ruido y la luz de los faros de coches y camiones que barren el
paisaje, dificultan concentrarse. Os he hecho esta advertencia para que no
lamentéis no estar allí. En cualquier lugar del globo en el que os encontréis,
escojáis un paraje silencioso, preferiblemente arbolado y por el que entre las
ramas se distinga las luces de una ciudad cualquiera, será escenario
adecuadísimo para la meditación propia de esta noche.
Antes de iniciarse en la
vida apostólica, el Maestro se retiró al desierto. Silencio, oración y ayuno
era lo más apropiado para tales momentos. Os acordaréis que al final de tal
pasaje, el Maestro fue tentado por el diablo. Si bien le venció, el enemigo no
se dio por derrotado y se programó para una ocasión más ajustada a sus
propósitos.
Aquí en Getsemaní la
tentación le llegó a Jesús desde el mismo interior de sí mismo. Partió de su
más genuina humanidad.
Si vislumbró que su sacrificio
era la realización del encargo recibido del Padre, el miedo atenazó todo su
ser. ¡qué inoportunidad! La divinidad, se nubló, el
análisis de lo que le iba a suceder empapó su mente de tal miedo, que invadió
totalmente su corporeidad.
Ante tal situación, no
tuvo ni fuerzas para sostenerse, temblaba, se relajaba su organismo, su bajo
vientre se aflojaba, su piel primero tensa, nariz afilada, mandíbulas rígidas,
mirada perdida en el cerrado horizonte, su palpitación acelerada, hipófisis en
pleno rendimiento… llega un momento que nada obedece y cae al suelo.
Suda sangre. Más
exactamente, su frío sudor sale mezclado con sangre. La luz fría de la luna
ilumina su tez rojiza y su apariencia se hace desagradable.
Lo había anunciado
Isaías. Lo tiene presente. Sabe, pues, que lo quiere el Padre, pero Él lo teme.
Estaba anunciado, sería:
“Despreciable y desecho de hombres, varón de dolores y sabedor de dolencias,
como uno ante quien se oculta el rostro, despreciable, y no le tuvimos en
cuenta. ¡Y con todo eran nuestras dolencias las que él llevaba y nuestros
dolores los que soportaba! Nosotros le tuvimos por azotado, herido de Dios y
humillado. Él ha sido herido por nuestras rebeldías, molido por nuestras
culpas. El soportó el castigo que nos trae la paz, y con sus cardenales hemos
sido curados. Todos nosotros como ovejas erramos, cada uno marchó por su
camino, y Yahveh descargó sobre Él la culpa de todos nosotros. Fue oprimido, y
él se humilló y no abrió la boca. Como un cordero al degüello era llevado, y
como oveja que ante los que la trasquilan está muda, tampoco él abrió la boca.
¡Y con todo eran nuestras
dolencias las que él llevaba y nuestros dolores los que soportaba! Nosotros le
tuvimos por azotado, herido de Dios y humillado. Él ha sido herido por nuestras
rebeldías, molido por nuestras culpas. El soportó el castigo que nos trae la
paz, y con sus cardenales hemos sido curados… Yahveh descargó sobre Él la culpa
de todos nosotros. Fue oprimido, y él se humilló y no abrió la boca. Como un
cordero al degüello era llevado, y como oveja que ante los que la trasquilan
está muda, tampoco él abrió la boca.
El soportó el castigo que
nos trae la paz, y con sus cardenales hemos sido curados. Todos nosotros como
ovejas erramos, cada uno marchó por su camino, y tras arresto y juicio fue
arrebatado, y de sus contemporáneos, ¿quién se preocupa? Fue arrancado de la
tierra de los vivos; por las rebeldías de su pueblo ha sido herido…” (Isaías,
en el capítulo 53)
He hecho referencia al
sufrimiento, pues, todo Él se retorcía de dolor. No olvidéis, mis queridos
jóvenes lectores, que en su mente se escurrió la acción del enemigo. Esta vez
no le proponía trasformar piedras en pan, ni reinar sobre el mundo entero, ni
satisfacer su vanidad, era más astuto, introdujo la duda. Sí, Jesús dudo.
“se despojó de sí mismo
tomando condición de siervo, haciéndose semejante a los hombres y apareciendo
en su porte como hombre; y se humilló a sí mismo, obedeciendo hasta la muerte …” (Flp 2,7)
“probado en todo igual
que nosotros, excepto en el pecado” (Hb 4,15)
Su situación se hace
inaguantable. Ante tal duda, que no conduce a situación alguna satisfactoria,
¿sufrió la tentación del suicidio? ¿también en esto
fue semejante a tantos hombre jóvenes, adultos o viejos, que se sienten
inclinados a tal decisión?
Mientras tanto los apóstoles,
entre ellos los predilectos que estaban más próximos a Él, se durmieron. El
sueño, como el alcohol, inclina a la indiferencia, suspende el sentido de la
responsabilidad. Quien se deja arrebatar por sus garras, olvida las
obligaciones que tiene, el deber de ser coherente con su dignidad.
Este ha sido su comportamiento
¿Cuál es el nuestro?
Ha llegado el momento en el que
es mejor que cada uno se aparte de los demás y en solitario acompañe la soledad
del Señor y desee consolarle. Sumergido en la oración, elevado a situación
trascendente, no está el hombre sujeto a los barrotes del espacio y del tiempo.
y esta pretensión, de alguna manera, se hace posible.
Los místicos la llamaron
desagravio.
Os escribo ahora dos cuestiones
que os pueden interesar y espero os sean útiles.
Otros años había hecho
referencia al sudor de sangre del Señor. Lo había estudiado muy bien con ayuda
de facultativos. Esta vez lo omito, pues, por internet hay suficiente información.
El fenómeno, clínicamente, recibe el nombre de hematidrosis y con este vocablo
lo debéis buscar.
La otra cuestión es más
difícil de comentar e imposible de comprender. Aceptadas las circunstancias
descritas, es correcto preguntarse, ¿cómo es posible todo lo descrito, si era
Dios? Acudo siempre a una comparación, a una situación que tal vez habéis
sufrido, o gozado, algunos de vosotros.
Ocurre un día que no
sabéis lo que os pasa. Habéis encontrado a otra persona con la que habéis
conversado amigablemente. La situación se ha repetido y os preguntáis si lo que
sentís es enamoramiento. Si lo que la otra persona siente por vosotros es tal
amor. Recordáis y os repetís palabras escuchadas. Las analizáis, pero también
consideráis las situaciones, ciertos gestos y palabras. La mente desconfía, el
corazón asegura. Os da un vuelco el corazón y el estómago se retuerce. La duda
se ha plantado y germinado en vuestro ser.
Si del corazón y del cerebro os
hablaba, analógicamente podría considerarse la realidad del Señor. Ciencia
divina y conocimientos humanos se entremezclaban. La una semejaba intuición, la otra discurso.
Desearía con esta
comparación haberos sido útiles, sin pretender haberos dado una tal explicación
que eliminara el misterio.