PENSAMIENTOS PARA VIERNES SANTO 

Padre Pedrojosé Ynaraja

 

1.- LITURGIA

 

Yo no sé si vosotros, mis queridos jóvenes lectores, habréis pasado alguna vez por la experiencia de que en vuestro domicilio, alguien muy querido, se está muriendo y finalmente fallece. Os confieso que yo he acompañado en tal circunstancia a mi padre, a una hermana y a mi madre. En tal situación lo que domina en la morada es un respetuoso silencio. Se habla lo menos posible y hasta se desconecta, en unos casos el timbre de la puerta, en otros se cubre con un paño la aldaba.

Un día celebrábamos la misa en sufragio de un amigo que había muerto recientemente. Asistía un coro que cantaba gregoriano y que estaban relacionados con el difunto. Yo, que respeto y aprecio las iniciativas justas, les rogué que en ciertos momentos no cantasen, que nos permitiesen estar en silencio. Quien dirigía, me dijo: los músicos respetamos y apreciamos tanto el silencio, que lo medimos, para que nadie lo destruya o ignore.

Seguramente muchos de vosotros habréis estado u oído hablar del monasterio de Taizé. Desde la década de los 60 del pasado siglo, he estado unas cuantas veces, acompañado siempre de otras personas, casi siempre jóvenes, que se consideraban cristianos los unos que otros no se sentían ni siquiera creyentes. Cuando uno asiste a un lugar de estos, se come al aire libre en cualquier recodo y se desplaza en tienda de campaña, con toda seguridad se comparte las impresiones que se han vivido, pues bien, lo que a todos ha impresionado siempre de Taizé ha sido el silencio. Tres o cuatro mil personas sentadas en el suelo y sumisas en total silencio, es el testimonio más elocuente de que el hombre es capaz de sumergirse en la realidad sobrenatural o trascendente.

Esta larga introducción quiere inculcaros que el Viernes Santo es el día del silencio. Tal estado no es carencia de instrumentos de sonido, es poner el espíritu personal a disposición de Dios, para que penetre el Espíritu divino hasta lo más interior de nuestra interioridad.

No ignoro que en algunos sitios, tal vez en muchos, se sigue la costumbre de procesionar públicamente, acompañan a los devotos por las calles, preciosas representaciones de los misterios que se conmemoran estos días, pasos acostumbra a llamarse, se reza o se cantan himnos solemnes o preciosas saetas. Con paso lento desfilan, ofrecen algunos flores o cirios. Tales signos de piedad son muy respetables. Imagino ahora que no es lo que a vosotros más os gusta. Imagino también que vivís las celebraciones con otros amigos o amigas, que coinciden en la Fe o en su búsqueda, huyendo de la vulgar mediocridad. Y que os gusta ser activos y tratar de comunicar a los que os acompañan en la liturgia, sean mayores o pequeños, vuestros sentimientos.

Hoy no se celebra misa y tal vez os sorprenda esta ausencia. Cuando muere alguien de la familia, en la casa se suprimen muchas costumbres habituales.

1.-Cuando alguien se acerca a un grupo que ha oído que se les ha muerto uno de ellos, pregunta ¿Quién era? ¿Cómo ha muerto? ¿De qué ha muerto? ¿por qué ha muerto?.es evidente. Pues, esta tarde estad muy atentos a lo que se proclama. No os perdáis detalle, tratan de ser respuestas a semejantes preguntas.

2.- Uno va dispuesto a ayudar. A la familia o a los más íntimos amigos. Algo parecido ocurre a la asamblea esta tarde. Se siente generosa espiritualmente y se entrega a la oración. No se trata de desvelar trivialidades, objeto de la presa rosa. Se trata de imbuirnos de un amor universal, no hay que olvidar que somos católicos, es decir universales.

3.- La cruz. Es la protagonista, el emblema que nos acoge y unifica. Podríais preparar una vosotros mismos. Si estáis en el campo podréis conseguir dos troncos y con un hacha desbastarlos allí donde deberán encajarse. Si vuestra celebración es en ciudad podréis tener unos tablones o tablas suficientemente grandes. Mientras manipuláis estos materiales, pensad en quienes escogieron los dos tramos, en quienes cortaron y serraron los troncos de un árbol para confeccionar una cruz donde a un reo se le clavaría hasta que su vida se extinguiera. Una cruz en la que sería clavado el Señor, desde la que nos traería la salvación.

A Jesús le entregarían el tronco horizontal. Algunos de vosotros podéis llevarlo a la sacristía donde habréis puesto un palo más largo, como el que encontrarían fuera de la muralla, lugar cercano a la puerta de Benjamín. Atadlos o clavadlos. Cubridlos reverentemente con un paño oscuro y digno. Cuando se os indique, entrad en el seno de la asamblea, dejad que el que preside se dirija a toda la asamblea. Los que no la sostengáis, escuchad y adorad. Que vuestra frente la toque y vuestras manos la acaricien. Besadla.

Acabada la adoración, levantad la cruz y cobijaos debajo de ella, mientras la trasladáis al altar. Cantad solemnemente un himno en su honor. Precioso, correcto y muy conocido es el de Victoria, ahora os lo pongo, por si no sabéis la letra.

(En mi primera peregrinación a Tierra Santa, nuestra primera visita fue a la basílica Anástasis y lo primero que vimos fue a unos peregrinos franceses que con dificultad subían una cruz hacia el Calvario, mientras cantaban este himno tan solemne, tan católico y tan francés. Nunca lo olvidaré. Nunca olvidéis tampoco este gesto vuestro, allí donde estéis. Que los brazos de la Cruz, con mayúscula, os cubran y protejan y ante la que nos arrodillamos reverentes, pues, llegan ahora hasta los confines del mundo)

 Victoria, Tú reinarás

Oh cruz, Tú nos salvarás.

El verbo en Ti clavado,

Muriendo, nos rescató.

De Ti, madero santo,

Nos viene  la redención.

Extiende por el mundo

 Tu Reino de salvación.

Oh cruz, fecunda fuente

De vida y bendición.

Impere sobre el odio

 Tu Reino de caridad.

Alcancen las naciones

El gozo de la unidad.

Aumenta en nuestras almas

 Tu Reino de santidad.

 El río de la gracia

Apague la iniquidad.

Apague la iniquidad.

Brilla sobre este mundo

 Que busca hoy la verdad

Oh cruz, fuente fecunda de

Amor y libertad

Devuelve la confianza

 al que sufriendo está

Eres nuestra esperanza

 A Dios tu nos llevaras

Que todos los hermanos

Un día puedan llegar

A la sombra de tus brazos

 A la patria celestial

 4.- Comunión. No asistimos a un funeral. Jesús en la Cruz ha subido al podio. Hemos asistido a la actualización mistérica de su sacrificio y gozado de su victoria. Le ha costado, a nosotros también nos costará lograrlo. Llevar nuestra cruz, la de cada uno, como nos indicó el Señor.

 Hoy no hemos celebrado misa. Han faltado tanto el Credo como la Oración Consagratoria, con las esenciales Palabras Históricas.

Reunidos, desde el principio, estaba presente el Señor, no se le veía físicamente, pero estaba real y místicamente presente. Después se nos ha hecho Palabra y ha alimentado nuestra mente, hemos rezado y expresado con ello la universalidad de la Iglesia y nuestra solidaridad con todos.

 Ahora bien, si marcháramos así, tendríamos la sensación de irnos en ayunas. Nos falta una particularidad del alimento cristiano, la más preciada y la Iglesia no quiere privarnos de ella.

De una manera muy discreta, traen del sagrario Eucaristía procedente de la liturgia de ayer. Comulgamos. Tratad, mis queridos jóvenes lectores, de comparad vuestra vida con la histórica del Maestro, que ya habéis visto como fue. No fue uno de esos que dice y promete, pero que a la hora de la verdad, se escurre, esconde y escapa.

Nobleza obliga. Antes de salir, mirad la Cruz fijamente y recitad en vuestro interior el soneto clásico, tan anónimo, como de uso muy común, tanto de nobles místicos, como de plebeyos pecadores:

 No me mueve, mi Dios, para quererte

el cielo que me tienes  prometido,

ni me mueve el infierno tan  temido

para dejar por eso de  ofenderte.

Tú me mueves, Señor, muéveme  el verte

 clavado en una cruz y escarnecido,

muéveme ver tu cuerpo tan  herido,

muévanme tus afrentas y tu  muerte.

Muéveme, en fin, tu amor, y en  tal manera,

 que aunque no hubiera cielo, yo te amara,

 y aunque no hubiera infierno, te temiera.

No me tienes que dar porque te  quiera,

pues aunque lo que espero no  esperara,

lo mismo que te quiero te  quisiera.

 

ORACIÓN COMUNITARIA-VELA DE LA CRUZ

 

 Reuníos en cualquier sitio decente. Mejor que esté vacío del todo. Únicamente en el suelo y en el centro, poned la Cruz, la de la celebración litúrgica u otra cualquiera. Cuanto más simple y tosca mejor.

 Sin llegar a estar a oscuras, limitad al iluminación. Seguramente unas velitas que sigan el contorno de la cruz serán suficientes.

 Para que sintáis que vuestro encuentro sintoniza con la celebración litúrgica, podéis cantar el himno Victoria.

 Silencio.

 Ya lo sabéis, mis queridos jóvenes lectores, la Pasión y muerte del Señor no fue un capricho suyo. Fuel el cumplimiento de un deber, la respuesta a la vocación que el Padre, fundido estrechamente con Él, le había encargado, la expresión del Amor inmenso que por los hombres tenía. Tal dignidad le llevó a dejarse prender, encarcelar, torturar y ejecutar.

 Si habéis olvidado lo que es la Cruz de Cristo, recordad la horca, el garrote vil, la decapitación, la cámara de gas, la silla eléctrica, la inyección letal… Jesús ha sido ejecutado.

 Desnudo de ropa, revestido de nuestros pecados.

De tal manera ha sido también sepultado. Han descendido al sepulcro con Él nuestros pecados

 Nosotros nos reunimos hoy como a escondidas. Avergonzados por nuestros pecados. ¿qué pecados?

 Tomad un papel, meditad todo lo profundamente que podáis, examinaos con sinceridad radical y preguntaos ¿qué vicio mío es preciso que ahora mismo muera? Lo anotáis en un papel y os acercáis al madero. Que vuestra frente pegada al tronco trasmita intensamente vuestro deseo. Después este mismo papelito lo depositáis en un brasero con tizones al rojo, echáis un pizca de incienso y miráis lo que acabáis de hacer.

Sube humo mezclado el del papel chamuscado con el del incienso. Juntos se elevan pero en el ambiente flota un perfume. La situación es símbolo del perdón y el Amor dado y la adoración ofrecida por vuestra parte. Sin duda alguna, misericordia y bondad dominan al pecado.

 Acordaos ahora de la muerte de familiares y amigos, de los que perecen estos días víctimas de inundaciones, de los mártires de los países donde el siervo de Jesús es perseguido, de los que la sequía mata, de las víctimas de género…

 Hace años un joven de 17 años que colaboraba en su parroquia tocando el órgano, murió y sus compañeros le lloraron. El sacerdote, Cesáreo Gabarain, el autor de “Pescador de Hombres” compuso para su entierro una preciosa canción que tiene el título “la muerte no es el fin”.

 Porque la muerte de Cristo no es exclusivamente suya. Es infinitamente superior a la nuestra, sí, eso es verdad, pero ser conscientes de que nosotros y los nuestros, pasaremos también por tal trance, tal coincidencia, será nuestro consuelo.

 Teniendo en cuenta esto que os he dicho podríais ahora cantarla.

 (Aunque el origen fue el que os he explicado, debo advertiros que algunos ejércitos la escogieron para los momentos en que rendir honor a sus caídos).

En YouTube encontraréis varias interpretaciones. Alguna de ellas va acompañada de tambor e interpretada a ritmo lento. Patética sin duda, proclama la Esperanza con la que debéis salir acabada esta vela de plegaria. Podéis prescindir de las imágenes del YouTube y que os acompañe el tañer del tímpano. Por pocos o muchos que seáis los reunidos, debéis ahora, tal vez dándoos las manos, hermanaros con todos los hombres que mueren. La percusión martillará vuestros oídos e inundará vuestro interior.

“Tú nos dijiste que la muerte

no es el final del camino,

 que aunque morimos no somos,

carne de un ciego destino.

Tú nos hiciste, tuyos somos,

nuestro destino es vivir,

 siendo felices contigo,

 sin padecer ni morir.

Siendo felices contigo,

sin padecer ni morir.

Cuando la pena nos alcanza

por un compañero perdido

cuando el adiós dolorido

busca en la Fe su esperanza.

En Tu palabra confiamos

con la certeza que Tú

ya le has devuelto a la vida,

ya le has llevado a la luz.

Ya le has devuelto a la vida,

ya le has llevado a la luz

Cuando, Señor, resucitaste,

todos vencimos contigo

 nos regalaste la vida,

como en Betania al amigo.

Si caminamos a tu lado,

no va a faltarnos tu amor,

porque muriendo vivimos

 vida más clara y mejor

Porque muriendo vivimos

vida más clara y mejor.

 

.- HOMILÍA ANTIGUA DEL DESCENSO DEL SEÑOR A LOS INFIERNOS

 

"¿Qué es lo que hoy sucede? Un gran silencio envuelve la tierra; un gran silencio porque el Rey duerme. «La tierra temió sobrecogida» porque Dios se durmió en la carne y ha despertado a los que dormían desde antiguo. Dios en la carne ha muerto y el Abismo ha despertado.

Va a buscar a nuestro primer padre como si fuera la oveja perdida. Quiere absolutamente visitar «a los que viven en tinieblas y en sombra de muerte». El, que es al mismo tiempo Hijo de Dios, hijo de Eva, va a librar de su prisión y de sus dolores a Adán y a Eva.

El Señor, teniendo en sus manos las armas vencedoras de la cruz, se acerca a ellos. Al verlo nuestro primer padre Adán, asombrado por tan gran acontecimiento, exclama y dice a todos: Mi Señor esté con todos. Y Cristo, respondiendo, dice a Adán: Y con tu espíritu. Y tomándolo por la mano le añade: «Despierta tú que duermes, levántate de entre los muertos y Cristo será tu luz».

Yo soy tu Dios que por ti y por todos los que han de nacer de ti me he hecho tu hijo; y ahora te digo: tengo el poder de anunciar a los que están encadenados: Salid; y a los que se encuentran en las tinieblas: iluminaos; y a los que dormís: levantaos.

A ti te mando: «despierta tú que duermes», pues no te creé para que permanezcas cautivo en el Abismo; «levántate de entre los muertos», pues yo soy la vida de los muertos. Levántate, obra de mis manos; levántate, imagen mía, creado a mi semejanza. Levántate, salgamos de aquí porque tú en mí, y yo en ti, formamos una sola e indivisible persona.

Por ti yo, tu Dios, me he hecho tu hijo; por ti yo, tu Señor, he revestido tu condición servil; por ti yo, que estoy sobre los cielos, he venido a la tierra y he bajado al Abismo; por ti me he hecho hombre, «semejante a un inválido que tiene su cama entre los muertos»; por ti que fuiste expulsado del huerto he sido entregado a los judíos en el huerto, y en el huerto he sido crucificado. Contempla los salivazos de mi cara que he soportado para devolverte tu primer aliento de vida; contempla los golpes de mis mejillas que he soportado para reformar de acuerdo con mi imagen tu imagen deformada.

Contempla los azotes en mis espaldas que he aceptado para aliviarte del peso de los pecados que habían sido cargados sobre tu espalda. Contempla los clavos que me han sujetado fuertemente al madero; por ti los he aceptado, que maliciosamente extendiste una mano al árbol.

Dormí en la cruz y la lanza atravesó mi costado por ti, que en el paraíso dormiste y de tu costado diste origen a Eva. Mi costado ha curado el dolor del costado. Mi sueño te saca del sueño del Abismo. Mi lanza eliminó aquella espada que te amenazaba en el paraíso.

Levántate, salgamos de aquí. El enemigo te sacó del paraíso; yo te coloco no ya en el paraíso, sino en el trono celeste. Te prohibí que comieras del árbol de la vida, que no era sino imagen del verdadero árbol; yo soy el verdadero árbol, yo que soy la vida y que estoy unido a ti. Coloqué un querubín que fielmente te vigilará; ahora te concedo que el querubín, reconociendo tu dignidad, te sirva.

El trono de los querubines está preparado, los portadores atentos y preparados, el tálamo construido, los alimentos prestos, se han embellecido los eternos tabernáculos y las moradas, los tesoros abiertos y el reino de los cielos que existe antes de los siglos está preparado."

De una homilía antigua sobre el grande y santo Sábado (PG 43, 439. 451. 462-463)