Domingo de Ramos (С)
PRIMERA LECTURA
No me tapé el rostro ante los ultrajes, sabiendo que no quedaría defraudado
Lectura del
libro de Isaías 50, 4-7
Mi Señor me ha dado una lengua
de iniciado, para saber decir al abatido una palabra de aliento. Cada mañana me
espabila el oído, para que escuche como los iniciados. El Señor me abrió el
oído. Y yo no resistí ni me eché atrás: ofrecí la espalda a los que me
apaleaban, las mejillas a los que mesaban mi barba; no me tapé el rostro ante
ultrajes ni salivazos. El Señor me ayuda, por eso no sentía los ultrajes; por
eso endurecí el rostro como pedernal, sabiendo que no quedaría defraudado.
Sal 21, 8-9. 17-18a. 19-20. 23-24 R. Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?
SEGUNDA LECTURA
Se rebajó, por eso Dios lo levantó sobre todo
Lectura de
la carta del apóstol san Pablo a los Filipenses 2, 6-11
Cristo, a pesar de su
condición divina, no hizo alarde de su categoría de Dios; al contrario, se
despojó de su rango y tomó la condición de esclavo, pasando por uno de tantos.
Y así, actuando como un hombre cualquiera, se rebajó hasta someterse incluso a
la muerte, y una muerte de cruz. Por eso Dios lo levantó sobre todo y le
concedió el «Nombre-sobre-todo-nombre»; de modo que al nombre de Jesús toda
rodilla se doble en el cielo, en la tierra, en el abismo, y toda lengua
proclame: Jesucristo es Señor, para gloria de Dios Padre.
EVANGELIO
He deseado enormemente comer
esta comida pascual con vosotros, antes de padecer
Lectura del
santo evangelio según san Lucas 22,14-23,56
C. Llegada la hora, se sentó Jesús con sus
discípulos y les dijo:
+ - «He deseado enormemente comer esta comida
pascual con vosotros, antes de padecer, porque os digo que ya no la volveré a
comer, hasta que se cumpla en el reino de Dios.»
C. Y, tomando una copa, pronunció la acción de
gracias y dijo:
+ - «Tomad esto, repartidlo entre vosotros;
porque os digo que no beberé desde ahora del fruto de la vid, hasta que venga
el reino de Dios.»
Haced esto en memoria mía
C. Y, tomando pan, pronunció la acción de
gracias, lo partió y se lo dio, diciendo:
+ - «Esto es mi cuerpo, que se entrega por
vosotros; haced esto en memoria mía.»
C. Después de cenar, hizo lo mismo con la copa,
diciendo:
+ - «Esta copa es la nueva alianza, sellada con
mi sangre, que se derrama por vosotros.»
¡Ay de ése que entrega al Hijo del hombre!
«Pero mirad: la mano del que me entrega está con
la mía en la mesa. Porque el Hijo del hombre se va, según lo establecido; pero,
¡ay de ése que lo entrega!»
C. Ellos empezaron a preguntarse unos a otros
quién de ellos podía ser el que iba a hacer eso.
Yo estoy en medio de vosotros como el que sirve
C. Los discípulos se pusieron a disputar sobre
quién de ellos debía ser tenido como el primero. Jesús les dijo:
+ - «Los reyes de las naciones las dominan, y los
que ejercen la autoridad se hacen llamar bienhechores. Vosotros no hagáis así,
sino que el primero entre vosotros pórtese como el menor, y el que gobierne,
como el que sirve.
Porque, ¿quién es más, el que está en la mesa o
el que sirve? ¿Verdad que el que está en la mesa? Pues yo estoy en medio de
vosotros como el que sirve.
Vosotros sois los que habéis perseverado conmigo
en mis pruebas, y yo os transmito el reino como me lo transmitió mi Padre a mí:
comeréis y beberéis a mi mesa en mi reino, y os sentaréis en tronos para regir
a las doce tribus de Israel.»
Tú, cuando te recobres, da firmeza a tus hermanos
C. Y añadió:
+ - «Simón, Simón, mira que Satanás os ha
reclamado para cribaros como trigo. Pero yo he pedido por ti, para que tu fe no
se apague. Y tú, cuando te recobres, da firmeza a tus hermanos.»
C. Él le contesto:
S. -«Señor, contigo estoy dispuesto a ir incluso
a la cárcel y a la muerte.»
C. Jesús le replicó:
+ - «Te digo, Pedro, que no cantará hoy el gallo antes que tres veces
hayas negado conocerme.»
Tiene que cumplirse en mí lo
que está escrito
C. Y dijo a todos:
+ - «Cuando os envié sin bolsa, ni alforja, ni
sandalias, ¿os faltó algo?»
C. Contestaron:
S. - «Nada.»
C. Él añadió:
+ - «Pero ahora, el que tenga bolsa que la coja,
y lo mismo la alforja; y el que no tiene espada, que venda su manto y compre
una. Porque os aseguro que tiene que cumplirse en mí lo que está escrito: Fue
contado con los malhechores." Lo que se refiere a mí toca a su fin.»
C. Ellos dijeron:
S. - «Señor, aquí hay dos espadas.»
C. Él les contesto:
+ - «Basta.»
En medio de su angustia, oraba con más insistencia
C. Y salió Jesús, como de costumbre, al monte de
los Olivos, y lo siguieron los discípulos. Al llegar al sitio, les dijo:
+ - «Orad, para no caer en la tentación.»
C . Él se arrancó de ellos, alejándose como a un
tiro de piedra y, arrodillado, oraba, diciendo:
+ - «Padre, si quieres, aparta de mí ese cáliz;
pero que no se haga mi voluntad, sino la tuya.»
C - Y se le apareció un ángel del cielo, que lo
animaba. En medio de su angustia, oraba con más insistencia. Y le bajaba hasta
el suelo un sudor como de gotas de sangre. Y, levantándose de la oración, fue
hacia sus discípulos, los encontró dormidos por la pena, y les dijo:
+ - «¿Por qué dormís? Levantaos y orad, para no
caer en la tentación.»
Judas, ¿con un beso entregas al Hijo del hombre?
C. Todavía estaba hablando, cuando aparece gente;
y los guiaba el llamado Judas, uno de los Doce. Y se acercó a besar a Jesús.
Jesús le dijo:
+ - «Judas, ¿con un beso entregas al Hijo del
hombre?»
C. Al darse cuenta los que estaban con él de lo
que iba a pasar, dijeron:
S. - «Señor, ¿herimos con la espada?»
C. Y uno de ellos hirió al criado del sumo
sacerdote y le cortó la oreja derecha.
Jesús intervino, diciendo:
+ - «Dejadlo, basta.»
C. Y, tocándole la oreja, lo curó. Jesús dijo a
los sumos sacerdotes y a los oficiales del templo, y a los ancianos que habían
venido contra él:
+ - «¿Habéis salido con espadas y palos, como a
caza de un bandido? A diario estaba en el templo con vosotros, y no me
echasteis mano. Pero ésta es vuestra hora: la del poder de las tinieblas.»
Pedro, saliendo afuera, lloró amargamente
C. Ellos lo prendieron, se lo llevaron y lo
hicieron entrar en casa del sumo sacerdote. Pedro lo seguía desde lejos. Ellos
encendieron fuego en medio del patio, se sentaron alrededor, y Pedro se sentó
entre ellos.
Al verlo una criada sentado junto a la lumbre, se
lo quedó mirando y dijo:
S. - «También éste estaba con él.»
C. Pero él lo negó, diciendo:
S. - «No lo conozco, mujer.»
C. Poco después lo vio otro y le dijo:
S. - «Tú también eres uno de ellos.»
C. Pedro replicó:
S. - «Hombre, no lo soy.»
C. Pasada cosa de una hora, otro insistía:
S. - «Sin duda, también éste estaba con él,
porque es galileo.»
C. Pedro contestó:
S. - «Hombre, no sé de qué me hablas.»
C. Y, estaba todavía hablando, cuando cantó un
gallo. El Señor, volviéndose, le echó una mirada a Pedro, y Pedro se acordó de
la palabra que el Señor le había dicho: «Antes de que cante hoy el gallo, me
negarás tres veces.» Y, saliendo afuera, lloró amargamente.
Haz de profeta; ¿quién te ha pegado?
C. Y los hombres que sujetaban a Jesús se
burlaban de él, dándole golpes.
Y, tapándole la cara, le preguntaban:
S. - «Haz de profeta; ¿quién te ha pegado?»
C. Y proferían contra él otros muchos insultos.
Lo hicieron comparecer ante su Sanedrín
C. Cuando se hizo de día, se reunió el senado del
pueblo, o sea, sumos sacerdotes y escribas, y, haciéndole comparecer ante su
Sanedrín, le dijeron:
S. - «Si tú eres el Mesías, dínoslo.»
C. Él les contesto:
+ - «Si os lo digo, no lo vais a creer; y si os
pregunto, no me vais a responder. Desde ahora, el Hijo del hombre estará
sentado a la derecha de Dios todopoderoso.»
C. Dijeron todos:
S. - «Entonces, ¿tú eres el Hijo de Dios?»
C. Él les contestó:
+ - «Vosotros lo decís, yo lo soy.»
C. Ellos dijeron:
S. - «¿Qué necesidad tenemos ya de testimonios?
Nosotros mismos lo hemos oído de su boca.»
C. Se levantó toda la asamblea, y llevaron a
Jesús a presencia de Pilato.
No encuentro ninguna culpa en este hombre
C. Y se pusieron a acusarlo, diciendo:
S. - «Hemos comprobado que éste anda amotinando a
nuestra nación, y oponiéndose a que se paguen tributos al César, y diciendo que
él es el Mesías rey.»
C. Pilato preguntó a Jesús:
S. - «¿Eres tú el rey de los judíos?»
C. Él le contestó:
+, - «Tú lo dices.»
C. Pilato dijo a los sumos sacerdotes y a la
gente:
S. - «No encuentro ninguna culpa en este hombre.»
C. Ellos insistían con más fuerza, diciendo:
S. - «Solivianta al pueblo enseñando por toda
Judea, desde Galilea hasta aquí.»
C. Pilato, al oírlo, preguntó si era galileo; y,
al enterarse que era de la jurisdicción de Herodes, se lo remitió. Herodes
estaba precisamente en Jerusalén por aquellos días.
Herodes, con su escolta, lo trató con desprecio
C. Herodes, al ver a Jesús, se puso muy contento;
pues hacía bastante tiempo que quería verlo, porque oía hablar de él y esperaba
verle hacer algún milagro. Le hizo un interrogatorio bastante largo; pero él no
le contestó ni palabra.
Estaban allí los sumos sacerdotes y los escribas
acusándolo con ahínco. Herodes, con su escolta, lo trató con desprecio y se
burló de él; y, poniéndole una vestidura blanca, se lo remitió a Pilato.
Aquel mismo día se hicieron amigos Herodes y
Pilato, porque antes se llevaban muy mal.
Pilato entregó a Jesús a su arbitrio
C. Pilato, convocando a los sumos sacerdotes, a
las autoridades y al pueblo, les dijo:
S. - «Me habéis traído a este hombre, alegando
que alborota al pueblo; y resulta que yo lo he interrogado delante de vosotros,
y no he encontrado en este hombre ninguna de las culpas que le imputáis; ni
Herodes tampoco, porque nos lo ha remitido: ya veis que nada digno de muerte se
le ha probado. Así que le daré un escarmiento y lo soltaré.»
C. Por la fiesta tenía que soltarles a uno. Ellos
vociferaron en masa, diciendo:
S. - «¡Fuera ése! Suéltanos a Barrabás.»
C. A éste lo habían metido en la cárcel por una
revuelta acaecida en la ciudad y un homicidio.
Pilato volvió a dirigirles la palabra con
intención de soltar a Jesús. Pero ellos seguían gritando:
S. - «¡Crucifícalo, crucifícalo!»
C. Él les dijo por tercera vez:
S. - «Pues, ¿qué mal ha hecho éste? No he
encontrado en él ningún delito que merezca la muerte.
Así es que le daré un escarmiento y lo soltaré.»
C. Ellos se le echaban encima, pidiendo a gritos
que lo crucificara; e iba creciendo el griterío.
Pilato decidió que se cumpliera su petición:
soltó al que le pedían (al que había metido en la cárcel por revuelta y
homicidio), y a Jesús se lo entregó a su arbitrio.
Hijas de Jerusalén, no lloréis por mí
C. Mientras lo conducían, echaron mano de un
cierto Simón de Cirene, que volvía del campo, y le cargaron la cruz, para que
la llevase detrás de Jesús.
Lo seguía un gran gentío del pueblo, y de mujeres
que se daban golpes y lanzaban lamentos por él.
Jesús se volvió hacia ellas y les dijo:
+ - «Hijas de Jerusalén, no lloréis por mí,
llorad por vosotras y por vuestros hijos, porque mirad que llegará el día en
que dirán: "Dichosas las estériles y los vientres que no han dado a luz y
los pechos que no han criado." Entonces empezarán a decirles a los montes:
"Desplomaos sobre nosotros", y a las colinas:
"Sepultadnos"; porque, si así tratan al leño verde, ¿qué pasara con
el seco?»
C. Conducían también a otros dos malhechores para
ajusticiarlos con él.
Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen
C. Y, cuando llegaron al lugar llamado «La
Calavera», lo crucificaron allí, a él y a los malhechores, uno a la derecha y
otro a la izquierda.
Jesús decía:
+ - «Padre, perdónalos, porque no saben lo que
hacen.»
C. Y se repartieron sus ropas, echándolas a
suerte.
Éste es el rey de los judíos
C. El pueblo estaba mirando.
Las autoridades le hacían muecas, diciendo:
S - «A otros ha salvado; que se salve a sí mismo,
si él es el Mesías de Dios, el Elegido.»
C. Se burlaban de él también los soldados,
ofreciéndole vinagre y diciendo:
S. - «Si eres tú el rey de los judíos, sálvate a
ti mismo.»
C. Había encima un letrero en escritura griega,
latina y hebrea: «Éste es el rey de los judíos.»
Hoy estarás conmigo en el paraíso
C. Uno de los malhechores crucificados lo
insultaba, diciendo:
S. - «¿No eres tú el Mesías? Sálvate a ti mismo y
a nosotros.»
C. Pero el otro le increpaba:
S. - «¿Ni siquiera temes tú a Dios, estando en el
mismo suplicio? Y lo nuestro es justo, porque recibimos el pago de lo que
hicimos; en cambio, éste no ha faltado en nada.»
C Y decía:
S. - «Jesús, acuérdate de mí cuando llegues a tu
reino.»
C. Jesús le respondió:
+ - «Te lo aseguro: hoy estarás conmigo en el
paraíso.»
Padre, a tus manos encomiendo mi espíritu
C. Era ya eso de mediodía, y vinieron las
tinieblas sobre toda la región, hasta la media tarde; porque se oscureció el
sol. El velo del templo se rasgó por medio. Y Jesús, clamando con voz potente,
dijo:
+ - «Padre, a tus manos encomiendo mi espíritu.»
C. Y, dicho esto, expiró.
Todos se arrodillan, y se hace una pausa
C. El centurión, al ver lo que pasaba, daba
gloria a Dios, diciendo:
S. - «Realmente, este hombre era justo.»
C. Toda la muchedumbre que había acudido a este
espectáculo, habiendo visto lo que ocurría, se volvía dándose golpes de pecho.
Todos sus conocidos se mantenían a distancia, y
lo mismo las mujeres que lo habían seguido desde Galilea y que estaban mirando.
José colocó el cuerpo de Jesús en un sepulcro excavado
C. Un hombre llamado José, que era senador,
hombre bueno y honrado (que no había votado a favor de la decisión y del crimen
de ellos), que era natural de Arimatea, pueblo de Judea, y que aguardaba el
reino de Dios, acudió a Pilato a pedirle el cuerpo de Jesús. Y, bajándolo, lo
envolvió en una sábana y lo colocó en un sepulcro excavado en la roca, donde no
habían puesto a nadie todavía.
Era el día de la Preparación y rayaba el sábado.
Las mujeres que lo habían acompañado desde Galilea fueron detrás a examinar el
sepulcro y cómo colocaban su cuerpo. A la vuelta, prepararon aromas y
ungüentos. Y el sábado guardaron reposo, conforme al mandamiento.
Las tinieblas y la
Luz
En el pórtico de la Semana Santa la liturgia pone ante
nuestros ojos dos cuadros contrapuestos, casi contradictorios. Por un lado la
entrada triunfal de Jesús en Jerusalén, que da nombre a la solemnidad de hoy,
“domingo de Ramos”; por el otro, la Pasión y Muerte de Nuestro Señor
Jesucristo. Lo hace para recordarnos que el triunfo de Jesús no es un triunfo
según los criterios humanos. Al contrario, se trata del ingreso triunfal que
precede a lo que, según esos criterios, es una completa derrota. ¿Se trató, tal
vez, sólo de un hermoso sueño, otro más, roto por la crueldad de la historia? La
liturgia nos está diciendo también que esta muerte ignominiosa es el preludio
de una victoria que supera toda medida. Por eso, tiene sentido la entrada
triunfal de Jesús en Jerusalén, en la que es aclamado y confesado por sus
discípulos como el verdadero Rey de los tiempos mesiánicos, el Mesías enviado
por Dios, al tiempo que, a la luz de la lectura de la Pasión, nos revela,
anticipándose al Viernes de Pasión, el sentido del mesianismo y la realeza de
Cristo: cómo nos salva Dios, cuál es el trono del Rey que viene en su nombre.
La lectura dramatizada de la Pasión (este año, ciclo
C, según san Lucas) nos ayuda a descubrir el sentido de los acontecimientos que
vamos a contemplar. Por más que muchos de los discípulos que acompañaban a
Jesús a Jerusalén, si no todos, esperaban otro desenlace de esa entrada, lo que
sucedió después estaba anticipado por los textos proféticos. ¿Cómo decir al
abatido una palabra de aliento, si no es participando realmente de ese
abatimiento? Si Jesús hubiera triunfado humanamente, se hubiera convertido en
un líder más de esos que prometen el paraíso en la tierra a los pobres y
marginados, a los enfermos y a los que sufren, pero que no conocen en primera
persona esas situaciones, sino que, en nombre de su importante misión, viven
alejados de ellas y, de paso, se dan buena vida… No, Jesús es un Rey y Mesías
que toma sobre sí el abatimiento y el sufrimiento humano, y se hace compañero
de camino de todos los que sufren (y ¿quién no sufre de un modo u otro?), para
hacerles sentir la ayuda de Dios, para hacerles saber que no quedarán
defraudados. También Pablo nos ayuda a entender esta derrota que se convierte
en victoria: Jesús es el Cristo que ha renunciado voluntariamente a su gloria
para compartir en todo nuestra condición. Así, aquello que Adán (el hombre)
quiso arrebatarle a Dios para ocupar su puesto, a eso ha renunciado Cristo para
traérselo y compartirlo con el hombre. Sólo a la luz de esta extrema libertad y
generosidad podemos entender lo que a los ojos humanos es una tragedia, sólo así
podemos no sólo contemplar, sino también entrar y participar en la Pasión de
Cristo Jesús, Señor nuestro.
Cada uno debe hacer suyo este camino lleno de
sugerencias y matices. En lo que sigue, sin pretender ser exhaustivos, nos
limitamos a hacer algunos subrayados.
Institución
de la Eucaristía. – Lucas abre el relato de la Pasión con la
institución de la Eucaristía. Es una llamada a tomar conciencia de lo que
significa participar en el sacramento eucarístico. No es “cumplir un rito
litúrgico”, “ir a misa” o como se quiera llamar. Es entrar en comunión vital con
la Pasión de Cristo, recibir sus frutos para poder nosotros entregarnos como Él
lo hizo por nosotros. Esto nos pide abandonar los intereses bastardos, la
elección abierta del mal en beneficio propio (como Judas), pero también la
elección del bien por mero interés subjetivo (como los otros discípulos, que
discuten sobre quién es el primero). Un modo bien concreto y realista de
participar en la Pasión de Cristo es vivir en actitud de servicio: como Cristo,
hacerse libremente esclavo de los demás.
El papel
de Pedro. – En
medio de las frecuentes polémicas a favor y en contra del papa de turno, este
es un aspecto de gran actualidad. Pedro aparece dos veces en este relato de la
pasión, durante la última cena y durante el proceso de Jesús. Destaca la debilidad
del hombre encargado por Cristo para sostener a sus hermanos. ¿Cómo puede
sostenerlos quien, lleno de temor, ha negado al Maestro? Vemos aquí el gran
misterio del Dios que se fía de los hombres, que no pierde en ellos la
esperanza, que pone en sus débiles manos el destino de la gran obra de la
salvación. Si Dios se fía así de nosotros, ¿no habremos nosotros de fiarnos de
Dios? ¿No tendremos que fiarnos de aquellos a los que Dios ha confiado el
ministerio de pastorear? No es una confianza ciega, sino iluminada por esa
oración de Jesús por el débil Pedro para que su fe (la de todos nosotros) no se
apague. Las lágrimas amargas de arrepentimiento y el hecho de que Pedro
realmente acabó dando su vida en testimonio de la fe nos hablan de la eficacia
de la oración de Cristo, de la fuerza de su mirada.
La oración
en Getsemaní. – Jesús, hombre de oración, ora también en el momento
supremo de la prueba. Y nos da una gran lección sobre cómo hemos de orar cuando
la desgracia acecha. Podemos y debemos orar para que Dios nos libre de la
enfermedad y de la muerte, y de todo mal. Pero, como Jesús antes de la Pasión,
nuestra oración debe estar informada de la entrega confiada a la voluntad de
Dios: “Padre, si quieres, aparta de mí ese cáliz; pero que no se haga mi
voluntad, sino la tuya”. Aparentemente, Dios no escuchó la oración de Jesús, al
que no se le ahorró el amargo cáliz de la muerte. Pero, nuestra fe nos dice que
Dios nos escucha siempre, que ninguna oración cae en saco roto, aunque a veces
no lo parezca. En realidad, su respuesta supera toda medida, toda esperanza
humana. En el caso de Jesús, la respuesta del Padre está en la Resurrección. A
nosotros nos corresponde vivir en vela, orar continuamente para no caer en
tentación.
Vencer el
mal con el bien. – Aunque Jesús nos avisa de que hemos de
prepararnos para afrontar luchas y contradicciones, nos exhorta también a
armarnos sólo con las armas de la justicia y del bien. En el momento del
prendimiento, “la hora del poder de las tinieblas” (expresada en el cinismo del
beso de Judas), Jesús prohíbe la violencia e, incluso, hace el bien a quienes
le prenden, curando al que fue herido a espada. Jesús tiene el poder de curar a
aquellos que han sido heridos por el miedo, la ira, la debilidad o el pecado de
sus propios discípulos. De ahí la gran importancia para nosotros de no defender
a Jesús “por nuestra cuenta”, con un celo mal entendido, precisamente cayendo
en la tentación (del poder o la violencia), sino de reproducir en nosotros los
mismos sentimientos de Cristo (Flp 2, 5).
El
testimonio de la verdad en medio de la humillación. – El proceso
de Jesús es una sucesión de humillaciones, mentiras, componendas y cesiones
cobardes. En este cuadro descubrimos descarnadamente la burla ante lo más
sagrado. Algo que se repite a diario en el mundo de múltiples formas: el hombre
se atreve a encararse con Dios, a desafiarlo, a reírse de Él: de su autoridad
profética, de su poder para realizar milagros como signos de salvación, de su
carácter regio. Cuántas veces Dios es escarnecido, desafiado, negado
directamente, sea porque se hace de la religión objeto de burla; sea porque
hombres pretendidamente religiosos presentan una imagen monstruosa de un dios
cruel enemigo de los hombres; sea porque, se atenta impunemente contra el gran
sacramento de Dios en la tierra que es su imagen viva, la dignidad de cada ser
humano. En este contexto de humillación destaca precisamente la dignidad de
este hombre, perfecta imagen de Dios (cf. Col 1, 15), que confiesa sin
componendas ni compromisos la verdad peligrosa que sabe que le atraerá la
condena: testimonia su filiación divina ante los sumos sacerdotes, su realeza
ante Pilato, calla cuando la cerrazón a la verdad es completa, como en Herodes,
por fin, encarna la verdad que testimonia en la palabra de perdón incluso para
sus verdugos, disculpando su ignorancia y alimentando así la esperanza de
salvación más allá de lo imaginable y de la estricta justicia. Sólo mirando a
Cristo descubrimos el auténtico rostro de Dios, y la verdad del hombre como
imagen suya.
Lámparas
que iluminan la oscuridad. – En medio de la hora del poder de las tinieblas
es Jesús la luz que ilumina en la oscuridad, como ya se nos anunció en la noche
de Navidad (cf. Is 9, 2). Pero junto a Él descubrimos
muchos otros puntos de luz, lámparas que nos ayudan a hacer este camino, esta
vía dolorosa que conduce al Calvario: Simón de Cirene, que hace verdad física
la llamada de Jesús de tomar la cruz para seguirle; las santas mujeres de
Jerusalén, que lloran con compasión por el leño verde arrancado de raíz; el
buen ladrón, que nos dice que hasta el último momento hay esperanza de
conversión, para estar “hoy” con Cristo en su reino; el centurión romano,
pagano y el primero en confesar a este extraño Dios y Mesías crucificado; también
la muchedumbre que, nos dice Lucas, si fue a ver un espectáculo, se volvió
dándose golpes de pecho, un detalle que nos dice que la fe no es cosa de un
selecto grupo de elegidos; José de Arimatea, que al pedir el cuerpo de un
condenado a la cruz está también confesando su fe en este hombre derrotado y
muerto; por fin, las mujeres que lo acompañaron desde Galilea, cuya fe y
esperanza atraviesa el muro de la muerte, la gran piedra del sepulcro, y
quieren velar junto a él.
Todo esto nos habla de que en este mundo nuestro
terrible y lleno de sufrimiento, hay también mucho bien, muchas lámparas que se
alimentan del fuego y la luz de Cristo. Todo el relato de la Pasión nos está
hoy llamando a nosotros a vencer nuestros miedos y nuestras tibiezas, a
acercarnos sin temor a este Mesías derrotado, a tomar partido, a convertirnos
también nosotros en lámparas que iluminan la pasión de Cristo, la pasión de
Dios a favor del hombre, y que alimentan así la esperanza de la humanidad.