II Domingo de Pascua o de La Divina Misericordia, Ciclo C.

El que vive

Por Pedrojosé Ynaraja

No simplemente el que está vivo, como vosotros y yo, mis queridos jóvenes lectores. Es un aspecto que debemos tener siempre presente. No creemos que en el futuro podamos convertirnos en zombis, no es precisamente eso.

 

1.- Hace poco ha muerto un amigo. Decía él que era ateo cristiano. Cedió su cuerpo a la ciencia. Recibí al poco un e-mail invitándome a una fiesta, a brindar los que le habíamos querido, por el viaje que el difunto había emprendido. Me explicaban también que en un entierro laico se había invitado a los asistentes a dedicar al muerto algunas palabras y muchos asistentes se acercaron al féretro a escribir frases en el ataúd que iba a ser incinerado de inmediato.

 

2.- Cuando falta al Fe, se suple con frecuencia, de manera aparentemente mágica, la intuición de que la muerte no es el final. Algo es algo, pero no suficiente. En mi último mensaje-homilía, os recomendaba que escuchaseis el texto del sacerdote Cesáreo Gabarain, el de Pescador de hombres, se trata como os decía del himno que compuso con motivo de la muerte de un joven del grupo que contaba solo 17 años. En YouTube hay varias interpretaciones.

 

3.- El Viernes Santo, concluida nuestra plegaria nocturna de adoración de la Cruz. Agradecidos al Cristo que moría desnudo de ropas, revestido de nuestros pecados, y era enterrado en un sepulcro por nuestras culpas, cantamos este himno pensando en tantos de los nuestros que últimamente habían fallecido. Después, en ratos que he podido estar solo lo he escuchado muchas veces. Tanta ha sido mi emoción, que he llorado más de una vez. De Esperanza, no de pena. Creer que pueda el hombre revivir o reencarnarse, es un subterfugio fácil. Nuestra Fe es que Jesús resucitó, existe en otra existencia, valga la redundancia, en la que el ser no está atado al espacio/tiempo. “Yo soy el primero y el último, el que vive”, escucha el autor del Apocalipsis, “nuestro hermano y compañero” ha anticipado que es.

 

4.- La descripción idílica que cuenta la primera lectura de la misa de hoy todavía perdura en ciertos lugares. Para citar un sitio concreto que ahora se me ocurre y para que no se crea son imaginaciones, pongo Solentiname, en Nicaragua.

 

5.- El evangelio de este domingo recalca el texto que ocurrió en domingo, no en un día cualquiera. ¿tenemos esto en cuenta o consideramos una jornada propia para ocuparnos en cosas que durante la semana no podemos hacer? ¿es el domingo el día dedicado especialmente al Señor? Nos cuenta el relato que Jesús primero saludó. Se puso en comunicación no breve, cual la de un wasap. Se alegraron al verle. Volvió a saludar, que en este caso es desear y el deseo de Cristo es cosa seria. Su visita, la visita de un amigo, siempre es un don. La de Jesús viene acompañada de un regalo. Les otorga el Espíritu Santo, es el obsequio mejor que les puede hacer.

 

Recapacitad un momento, mis queridos jóvenes lectores, a nosotros también se nos otorga este don cada vez que recibimos un sacramento. La Gracia lo envuelve. ¿nos hacemos conscientes de ello, o pasamos olímpicamente de ello? Grande es nuestra responsabilidad. Grande porque es grande nuestra dignidad, recibida gratuitamente. Y el don de perdonar, ¿nos interesa? ¿nos creemos pecadores, o nos parece que eso es propio y exclusivo de malignos dictadores?   

 

El encuentro con Tomás es tan conocido y yo ahora dispongo de poco tiempo, de manera que solo os pido que recordéis la respuesta asombrada del Apóstol: Señor mío y Dios mío. Esta frase y la otra de Pedro: Tú lo sabes todo, sabes que te quiero (Jn 21,17) es el breve saludo que le dirijo a Cristo muchas veces, mientras beso el Sagrario.